LA HABANA, Cuba.- La tormenta tropical Laura tocaba tierra por el extremo oriental de Cuba, habiendo causado estragos a su paso por República Dominicana y Haití, pero las celebraciones de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y las loas a Vilma Espín fueron las “noticias” que encabezaron los titulares de prensa y no la inminente afectación del evento meteorológico.
Incluso la habitual conferencia de las 9 de la mañana sobre el comportamiento de la epidemia de COVID-19, impartida por el Jefe de Epidemiología del Ministerio de Salud, no comenzó este 23 de agosto lamentando el fallecimiento de dos mujeres a causa del coronavirus sino con una empalagosa y forzada apología sobre la FMC.
No importa que las personas anduvieran enloquecidas buscando clavos, sogas y sacos de arena para asegurar techos, puertas, ventanas y otras propiedades personales, haciendo filas y pidiendo dinero prestado para comprar algo de comida, acarreando agua potable y rezando por un poco de piedad divina. Al noticiero de la televisión y a los funcionarios del Partido Comunista que lo “orientan”, les apremiaba más la divulgación de la ceremonia de la FMC.
Observando las imágenes que mostraron en la televisión de los “actos políticos” frente a la tumba de Vilma, logro calcular que debieron haber gastado unos cuantos cientos de dólares en las rosas amarillas, rojas y blancas de las ofrendas, y que otras cantidades mayores también se habrán empleado tan solo en el traslado en avión desde La Habana hacia el lugar del acto, así como en el alojamiento de las funcionarias de la FMC en hoteles o “casas de visita”.
Un derroche de recursos en momentos de crisis económica agudizada que contrasta por sus excesos con el modo ruin de manejar la situación de alarma ciclónica en que ni siquiera se ofreció un poco más de alimentos sino que apenas nos fue “adelantada” la cuota mensual de arroz, azúcar y frijoles que “nos toca” por la libreta de racionamiento.
Ni una onza más de lo que la “ciencia cubana” pudo haber establecido como suficiente para que nadie muera de inanición pero también ni un centavo menos en los precios de venta, sin hablar de gratuidades que puedan beneficiar a personas que, como se sabe, para finales de mes ya nos les queda absolutamente nada de la pensión o del salario estatales, mucho menos cuando han estado durante meses recluidos en casa, algunos incluso percibiendo el 60 por ciento de los ingresos y otros abandonados a su propia suerte debido al caos profundizado por la pandemia.
Pero Vilma Espín sí tuvo rosas importadas y hasta rosas cultivadas exclusivamente para atender el sitio donde reposan sus restos, aún cuando en las funerarias de Cuba —esos sitios de espanto donde se reciclan los cristales, maderas y clavos de los ataúdes y donde estos no son mejores que un cajón de bacalao— se vuelve imposible conseguir un puñado de “flor de muerto” para adornar un féretro.
Sobre estos “contrastes” no se habla ni se hablará jamás (al menos no con el tono que debiera abordarse) en los medios de prensa oficialistas, como tampoco se critica el soberano absurdo de que puedan crear y producir en tres meses una vacuna contra el nuevo coronavirus cuando en las farmacias, durante años, no ha habido una aspirina, un condón o una curita.
No sé si se habrán enterado ya pero, además del coronavirus, una epidemia de sarna se propaga en los barrios pobres por falta de higiene, y no hay medicamentos para detenerla, no obstante, los médicos, esos para los cuales el régimen reclama el Nobel de la Paz, aseguran a los pacientes que con solo untarse cocimiento de hojas de guayaba sanarán en unos días. Pero la vacuna contra la COVID-19 está en desarrollo y me imagino que alguien ya ha estado negociando los contratos para exportarla, aunque con ese dinero que posiblemente ganarán jamás a nadie se le ocurra en el Ministerio de Salud adquirir varios lotes de Permetrina para que el pueblo alivie la picazón o de Aspirina para que el dolor de cabeza que produce el comunismo sea más “pasajero”.
Lo cierto es que cada día se vuelve más evidente, menos disimulada, esa dura realidad que aún algunos se resisten a reconocer o que prefieren ignorar para “no buscarse problemas”. Una realidad dolorosa que no se reduce solo a la naturaleza servil y manipuladora de los “medios de prensa” del régimen —un fenómeno de cualquier contexto más allá de nuestras fronteras—- sino la cruda verdad sobre las prioridades del Gobierno, y que ya sabemos no son el bienestar de las personas, mucho menos la prosperidad del país “con todos y para el bien de todos” pues cada día andamos peor y más asediados por miedos y desesperanzas.
¿De qué otro modo entender que no haya dinero para importar alimentos o siquiera producirlos en abundancia pero en cambio la construcción de nuevos hoteles se haya mantenido a igual ritmo que antes de la pandemia, aún cuando se sabe, por datos divulgados por la CEPAL, que el turismo decrecerá a niveles nunca antes experimentados en la región?
El rascacielos de cristal que se levanta en plena Rampa, y que busca superar en tamaño a cualquier otro edificio del país, comienza a crecer así como aumentan las aglomeraciones en todos los barrios de Cuba para comprar pollo, aceite, pan o “lo que saquen”, nos sea agradable o no al paladar o perjudicial para la salud.
En la parcela de calle 1ra. entre D y E, en el Vedado, están a punto de ser concluidas dos estructuras gemelas que han consumido tanto acero y cemento como hubiesen sobrado de haber sido empleados para asegurar que todos los balcones de Centro Habana y Habana Vieja permanezcan en su sitio sin causar más muertes de inocentes.
En definitiva ninguno de esos dos hoteles, en la “nueva normalidad” mundial, con las principales economías en recesión, servirán de algo que no sea la mera vanidad, la prepotencia, la proyección de una imagen de prosperidad que no se corresponde con la realidad.
No debe haber mayor orgullo para un gobierno que el de hacer del país un lugar cómodo, seguro, agradable para absolutamente todos los ciudadanos, y lo que tenemos hoy en Cuba es, quizás, uno de los países menos confortables para quienes lo viven a diario y sin dólares en los bolsillos. Una nación poco atractiva y que en consecuencia repele a sus propios hijos, los conmina a escapar agobiándolos con temores, asfixias, desesperanzas, aunque años después los reciba con un abrazo, en un gesto disimulado para meterles las manos en los bolsillos y sustraerles la cartera.
Si la tormenta Laura hubiera atravesado la isla con la fuerza y poder destructor que se anunciaba, en medio de tanta escasez, quizás habría sido para Cuba el final de un camino tortuoso. Pero tal vez así de grave andamos como país que, al menos por esta ocasión, la naturaleza nos concedió el pequeño milagro de no agregar otro capítulo a la “mala racha” que arrastramos.
Si a una desgracia menor se le puede llamar “milagro”, entonces el paso poco devastador de la tormenta tropical Laura por territorio cubano lo sería. Aunque es uno de esos milagros que solo un condenado al infierno esperaría del mismísimo demonio, porque si el sistema eléctrico quedó en pie asegurando que tengamos suficiente luz para, entre apagón y “alumbrón”, contemplar nuestra miseria, por otra parte nos ha dejado la desgracia de las lluvias, el agua suficiente para que, dentro de unos días, cuando el sol intenso seque la piedra, comiencen los derrumbes de edificios y las demás tragedias que estos representan.
Un alivio el que la tormenta Laura no fuera todo lo terrible que se esperaba y además el que nos haya “perdonado la vida” pero, sin dudas, una “desgracia menor” que se agrega a la otra “desgracia nacional” de ser un país secuestrado por un partido político y, en consecuencia, un contexto rebosante de miedos e incertidumbres.
Las horas previas al paso de la tormenta vinieron a infundirnos otros temores además de los que ya tenemos sembrados dentro desde muchísimo antes de la pandemia. Incluso esta llegó como refuerzo a un cúmulo de pesimismos que nublan la mente de la mayoría de cubanos y cubanas, y que los hace pensar apenas en términos de la más básica supervivencia donde no valen los sueños de futuro y donde el mañana es algo tan pedestre como la espera de una remesa por llegar —para los más afortunados— o el encontrar algo de comer, cualquier cosa, cuando al día siguiente hagamos la cola en la bodega de la esquina.
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