LA HABANA, Cuba.- Debido a la demora en la restitución del fluido eléctrico para algunas zonas de la capital cubana, y la lenta recuperación de los hogares que resultaron dañados con el paso del huracán Irma, el gobierno ha dispuesto la habilitación de numerosos quioscos para vender alimentos a los damnificados. En el municipio de Centro Habana, próximos a las áreas afectadas por las inundaciones, varios de estos establecimientos comercializan latas de sardina a 18 pesos, botes de pasta de guayaba a 7 pesos y paquetes de galletas de sal en 25 pesos.
Estos tres productos que solo sirven para “engañar a las tripas” suman un total de 50 pesos (2 USD), cifra importante para los cubanos que devengan un salario medio mensual de 500 pesos (20 USD) y a duras penas logran reponerse de una catástrofe que los ha dejado sin electricidad, gas y agua por varios días.
El mero hecho de vender tales insumos resulta ofensivo, pero todavía peor es la mezquindad del gobierno que trata de sacarle dinero a un producto como la pasta de guayaba, hecho en Cuba y almacenado en envases de plástico tan estropeados que deberían, en buena ley, considerarse como merma. Obviamente, 7 pesos no es nada para el alto mando de la Isla; pero quien perdió sus efectos personales en las inundaciones y debe regresar —más pobre que antes— a la lucha interminable de buscar qué comer, no puede evitar sentirse castigado y estafado.
En un panorama tan lamentable llama la atención que el gobierno cubano no haya tenido a bien regalar estas pequeñas cosas, así como las raciones de comida caliente que vende a un precio “módico” en las carpas levantadas a lo largo de la calle 3ra, en la céntrica barriada de El Vedado. Cacharros en mano, esperan los cubanos hambrientos para pagar por lo que debería ser absolutamente gratis, en un contexto donde se esperaría un mínimo de compasión por parte de las autoridades.
Resulta irónico —por no decir cínico— que un gobierno que ha regalado insumos y alimentos a tantas naciones en momentos difíciles, no pueda tener la misma consideración con sus propios ciudadanos. Los criollos que han escuchado una y otra vez la cantaleta de las donaciones, se preguntan dónde está la ayuda. Hostiles y hartos, no quieren hablar, pero sus rostros son más elocuentes que cualquier discurso.
¿Acaso Cuba es tan pobre que no puede alimentar a sus ciudadanos, víctimas de un huracán? ¿Cómo es posible que el gobierno disponga de avituallamiento gratis para tontas movilizaciones militares y ensayos de desfiles conmemorativos, pero no para civiles que atraviesan circunstancias excepcionales?
El diario oficialista Granma se ha hecho eco de la solidaridad de otros países hacia la Isla. Según la información publicada, Viet Nam ha donado 150 mil dólares en materiales de construcción, alimentos y artículos de primera necesidad; mientras Panamá ha enviado varios contenedores con toda clase de insumos, desde agua potable hasta colchones.
Al menos en la capital, los damnificados no han recibido nada. Por el contrario, se multiplican las colas para comprar huevo, pan, yogurt, picadillo de soya y galletas dulces. Las tiendas están peor que nunca y lo poco que aparece en los estantes no ha disminuido un centavo de su costo regular.
Es probable que el destino final de los bienes donados, y que hoy tantas familias cubanas necesitan, sean las tiendas recaudadoras de divisas. Así apuntan experiencias anteriores, en que muchos productos que arribaron a la Isla por concepto de donación, fueron vendidos en las tiendas a precios inflados, como si de mercancía importada se tratase.
La ruina aprieta su cerco en torno a esta Isla empeñada en hacer socialismo sin democracia ni economía. En el actual estado de cosas, los habaneros no quieren saber de asambleas para nombrar delegados. Con la ciudad más sucia que nunca y derrumbes por venir, la mayoría hace oídos sordos a la campaña desenfrenada de los medios estatales para que el ánimo no decaiga en vísperas de elecciones generales.