LA HABANA, Cuba.- A veces da la impresión de que el presidente Miguel Díaz-Canel quiere darle agua al dominó. Desde que tomó el mando no para de hablar de cambios de mentalidad, desterrar males como la ineficiencia y el burocratismo, y mostrar sensibilidad ante los problemas de la población.
Su más reciente instante de gloria fue el discurso de clausura al IX Congreso de la UNEAC, durante el cual fue repetidamente ovacionado por un auditorio sediento de cambios, mejoras económicas y garantías más adecuadas al momento que atraviesa el país. Todo ello, por supuesto, con condiciones.
Las palabras del gobernante suelen producir un efecto de adrenalina, pues dejan entrever ciertas modificaciones de la retórica y el interés del alto mando por colocarse en sintonía con los puntos de vista de artistas e intelectuales que han permanecido sujetos a las decisiones de burócratas propensos a la indolencia y la corrupción.
Aumento de salarios, espaldarazos al programa de construcción y entrega de viviendas, regulaciones para evitar la fuga de capitales que genera el sector privado… son cambios que promueve Díaz-Canel, necesitado de anotarle al menos una victoria a su gestión, signada por desastres de todo tipo. Ahora ha manifestado su interés en hacer de la Cultura un segmento más dinámico y productivo; y puesto en evidencia las fallas de la política cultural que impiden explotar a plenitud el potencial del arte como vía para obtener ingresos.
Todo ello lució muy promisorio para los miembros de un sector seriamente afectado por la falta de fondos y personal competente; pero la proyección hacia el futuro llegó acompañada de los habituales clichés y disparates con que se pretende hacer creer que el desarrollo de la cultura cubana comenzó en enero de 1959.
No sería sensato ni justo negar los logros que sobrevinieron con la Revolución Cubana. Sin embargo, decir que Cuba era una nación “pequeña y atrasada” antes de 1959 demuestra que la oratoria de Díaz-Canel continúa lastrada por la limitada apreciación y falta de tacto que padecían sus predecesores.
El mandatario debería darle una ojeada a las obras que integran las colecciones permanentes de la plástica vanguardista en el Museo de Arte Cubano, todas realizadas antes de nuestra era socialista. Debería leer la abundante bibliografía sobre música cubana para que se entere de la cantidad de músicos, vocalistas, compositores y arreglistas de excelencia que emergieron e hicieron carrera en los años de la República Mediatizada.
La gran mayoría de aquellos intérpretes poseía un talento abrumador y se contaban por cientos las agrupaciones -orquestas, septetos, conjuntos- que hacían las delicias del público bailador, sin prescindir jamás de la decencia. Hoy, con tanto afán por masificar el acceso a la cultura y la enseñanza artística, tenemos legiones de improvisados, curtidos en la chabacanería, que se copian unos a otros; y apenas diez buenas orquestas que “dan la cara” por la música popular bailable cubana.
Sobre la arquitectura, literatura, educación, medicina y economía previas al experimento socialista, también debería investigar un poco Díaz-Canel, o quien le escribe sus textos, para no equivocarse ni exagerar tan penosamente ante quienes conservan intactas sus memorias, o han leído sobre tiempos que fueron mejores en más de un sentido.
El mandatario elogió el documento “Palabras a los intelectuales”, lamentando que se le haya dado un matiz reduccionista al solo citar aquella frase malsana: “dentro de la Revolución todo; contra la Revolución ningún derecho”. Olvida el gobernante que si eso es lo único que se recuerda es precisamente porque sobre dicha máxima de Fidel Castro se perfiló una política cultural perversa y el ejercicio de una feroz censura que se extiende hasta el presente.
En su discurso de clausura al IX Congreso de la UNEAC no faltaron advertencias contra las “plataformas neocolonizadoras y banalizadoras” que el enemigo trata de imponer; así como llamados a hacer “nuevas y enriquecedoras lecturas” de aquellas palabras de Fidel Castro; y abrirle espacios al “arte verdadero”, una pretensión purista totalmente extemporánea, que contrasta con la mediocridad de muchas de las obras expuestas durante la recién concluida Bienal de La Habana.
Tomando la iniciativa en cuanto a recontextualizar la frase de marras, dejó claro que “dentro de la institución todo; contra la institución ningún derecho”. Los artistas comprometidos tendrán acceso a nuevas opciones que garanticen la rentabilidad de sus producciones; pero los creadores irreverentes serán considerados “mercenarios culturales”, incluso aquellos que no reciben dinero de patrocinadores foráneos.
Parece que sí; pero no. El discurso de Díaz-Canel esconde el antológico vicio de control y exclusión que ha caracterizado al régimen. Su llamado a luchar contra la incultura y la indecencia caerá en el vacío porque debería ir acompañado, en primer lugar, de una profunda reforma educacional a la cual no hizo mención, ni se vislumbra en un futuro inmediato.
Ya veremos si los burócratas adaptados a trabajar con eficiencia solo cuando reciben “estímulos” monetarios por parte de los propios creadores, se dejan arrebatar la mina de oro. Veremos qué estrategia implementará el nuevo presidente de la UNEAC, Luis Morlote, que no es artista, escritor ni intelectual.
Por el contrario, es un cuadro político; otro burócrata que en su primera intervención pública tras la investidura, dio la impresión de ser hombre de muchas muletillas y escaso pensamiento. Su inmerecida presencia en la alta jerarquía de la cultura cubana constituye un indicador de que nada, especialmente la mentalidad, ha cambiado.