LA HABANA, Cuba.- Cuando no hace mucho los gobernantes cubanos decidieron, ante el desabastecimiento general que exhibían los mercados agropecuarios en la isla, poner fin al tope de precios que regía para casi todos los productos en venta, volvieron como por arte de magia las viandas, las frutas, los vegetales y hasta algún que otro producto cárnico a las tarimas de esos establecimientos.
Se trató de una medida que respondía a las urgencias del momento, pero que de alguna manera contenía un componente de razón que se alejaba del carácter impulsivo que casi siempre distingue a la jerarquía castrista. Se podía decir, entre otras cosas, que estábamos en presencia de un mecanismo indirecto o económico para la dirección de la economía.
Debido al déficit de oferta con respecto a la demanda de la población, los productos volvían a las tarimas con precios elevados. Pero los propios gobernantes sabían que la vía adecuada para que los precios fueran bajando era mediante el aumento de la producción, es decir, incrementando la oferta.
Sin embargo, pasaron los días, las semanas, y el nivel de oferta no hacía que bajaran los precios en la mayoría de los productos. El único surtido que disminuyó sustancialmente su precio de venta fue el tomate de ensalada, cuya apreciable oferta llevó su cotización de unos 80 pesos la libra a 20 o 25 pesos por igual cantidad.
En tales circunstancias comenzaron a aparecer por doquier, hasta en los propios medios oficialistas, las quejas de la ciudadanía por los altos precios. Y aunque el propio ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil, reconocía lo errado que era volver al tope de precios, el mandatario Díaz-Canel, al parecer invadido por un frenesí de impaciencia populista, le ha dado la espalda a la razón.
En ese contexto transcurrió una de las intervenciones del benjamín del poder durante las sesiones del III Pleno del Partido Comunista de Cuba. Plenos que, como es habitual, anteceden a las reuniones de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Al referirse a la galopante inflación que depreda el bolsillo de los cubanos, el señor Díaz-Canel anunció dos medidas que debían tomarse de inmediato en aras de corregir semejante situación. La primera de ellas consiste en “acometer una discusión política con todos los productores y comercializadores y convencerlos de la necesidad de renunciar a un determinado nivel de ganancia, particular o colectiva, en función de bajar precios”.
La otra medida a implementar se refiere a “cómo organizamos al propio pueblo, en estos espacios de participación, para que realice control popular sobre los precios”.
En realidad parece algo alucinante que Díaz-Canel le pida a los productores, incluso a los no estatales, que renuncien a sus niveles de ganancia en los procesos productivos o de servicios, ya que la exhortación del mandatario no se circunscribe solo a los productos del agro. De igual modo resulta poco serio, aunque sí alarmante para los productores, ese pretendido control popular sobre los precios. ¿Acaso el régimen echará nuevamente a pelear a unos cubanos contra otros?
Estas decisiones de Díaz-Canel, pertenecientes más al ámbito de los impulsos que a los márgenes de la razón, nos traen de vuelta los gastados e ineficientes métodos directos o administrativos en la dirección de la economía.
Es muy probable que la reacción de los productores consista en retirar nuevamente sus productos de los puntos de venta, con la consiguiente afectación del eslabón más débil de la cadena: el cubano de a pie.
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