“La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”
Milan Kundera
MIAMI, Estados Unidos. – Nadie mejor que el nonagenario Milan Kundera, escritor checo que participara en las protestas de la Primavera de Praga, testigo de la invasión soviética a su país en 1968, despojado de su ciudadanía checa y obligado a buscar asilo en Francia en 1975, para ponerse a salvo del comunismo, para inspirarnos en la reconstrucción de la verdad histórica que nos ayude a los cubanos a subsanar nuestra mala memoria.
Llegada la década de los setenta, el camino transitado durante los primeros diez años revolucionarios dejaba un terreno trillado de creadores censurados, encarcelados, marginados y borrados. Hay que mencionar aquí la exclusión total que sufriera el historiador y etnólogo, el maestro Walterio Carbonell, a partir de la censura en 1961 de su obra “Cómo surgió la cultura nacional”. Con el pichón de gallego eurocéntrico y leninista al mando absoluto de la cultura, su planteamiento sobre la negritud en la cubanidad no tendría cabida jamás. A Carbonell lo confinaron a las UMAP durante dos horrendos años por “desviacionista” y supuesta asociación al movimiento de derechos civiles norteamericano.
Los setenta fueron escenario del “quinquenio gris” –que muchos califican de “decenio”- con Quesada, Pavón y Serguera en la dirección de una pavorosa homofobia oficial. Entre sus víctimas: el teatrista, escritor y pintor René Ariza (1940-1994). Ariza fue enviado a la prisión de La Cabaña en 1974 por el contenido contrarrevolucionario y antifidelista de su literatura, y su obra fue destruida. Amnistía Internacional abogó por su libertad, y luego de cinco años de agonía entre presos comunes, fue liberado en 1979. Memorables son sus palabras en el filme Conducta Impropia (1984):
“…ser distinto, ser extraño, tener una conducta impropia, es algo prohibido, completamente reprimido y puede costarte la prisión. Eso es algo que está dentro del carácter del cubano desde hace mucho tiempo, no es privativo de Castro…hay muchos Castros, y hay que vigilar el Castro que cada uno lleva dentro…”
En junio de 1972, en su discurso por el 11no aniversario del Ministerio del Interior, Raúl Castro lanza oficialmente al ruedo el concepto de “diversionismo ideológico”, calcado de la Rusia estalinista (Raúl Castro, Sergio del Valle y Ramiro Valdés haciendo de las suyas, juntitos de la mano). Se convierte así el diversionismo ideológico en una figura delictiva y categoría moral.
En 1976 se adopta la primera constitución del período revolucionario, que legaliza la represión y la censura -vigentes desde las Palabras a los intelectuales de Fidel Castro de 1971- en el Capítulo IV, Artículo 38. (2) (d): “Es libre la creación artística siempre que su contenido no sea contrario a la Revolución”. Queda así establecido como precepto constitucional el “fuera de la revolución, nada”.
Si eso fuera poco, el Artículo 52. (1) reza: “Se reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y prensa conforme a los fines de la sociedad socialista… la prensa, la radio, la televisión, el cine y otros medios de difusión masiva son de propiedad estatal…lo que asegura su uso al servicio exclusivo… del interés de la sociedad”.
Al tiempo que se adopta esta primera constitución, se funda, en 1976, el Ministerio de Cultura, y se nombra a Armando Hart como ministro. Hart había ocupado la cartera de Educación entre 1959 y 1965. El poder de la censura absoluta lo ejercerán el ministro y su ministerio. Es así que en la década de los setenta, y entrando en los ochenta, se persigue con saña a artistas e intelectuales bajo dicha etiqueta. Escritores como Carlos Victoria, Néstor Díaz de Villegas y Daniel Fernández sufren cárcel por razones políticas. Desaparecen de las librerías las obras de Lezama Lima –ya en 1966 había desaparecido su Paradiso-, Virgilio Piñera y Reinaldo Arenas; ya brillaban por su ausencia las de Severo Sarduy y Guillermo Cabrera-Infante, el teatro de José Triana. Se prohibirá la publicación de Reinaldo García Ramos y Roberto Madrigal.
Muchos de aquellos jóvenes creadores huirán del país en 1980 por el puente marítimo Mariel-Cayo Hueso. Sus nombres y su obra, borrados por el régimen, hay que rescatarlos para la memoria nacional: Reinaldo Arenas, Jaime Bellechasse, Vicente Echerri, Víctor Gómez, Andrés Valerio, Pedro Damián, Juan Abreu, Eduardo Michaelsen, Juan Benemelis, Laura Luna, Carlos Alfonzo, Juan Boza, Gilberto Ruiz, Reinaldo García Ramos, Luis de la Paz, Miguel Correa, Rafael Bordao, Jesús Barquet, Carlos Díaz Barrios, entre los 125 mil cubanos que cruzarán el Estrecho de la Florida en busca de paz y vida en Estados Unidos.
En los ochenta, a la represión se le sumó la tortura médica: confinamiento y electroshock en el Hospital Psiquiátrico de Mazorra, y también en el de Santiago de Cuba. Al brillante artista y cineasta Nicolás Guillén Landrián lo encarcelaron en La Cabaña y en El Morro, y, al igual que al teatrista Marcos Miranda (bajo arresto domiciliario, pero luego internado en Mazorra) y a los historiadores Ariel Hidalgo y Juan Peñate Hernández, le fueron aplicados múltiples cargas de electroshock como castigo por su “diversionismo”.
Según Humberto Castro, integrante de la Generación de los ’80 radicado hoy en Miami, el lenguaje de su generación surge como reacción contra la censura y la falta de libertad.
Con la reforma constitucional de 1992, se consolida la ideología oficial mediante el Artículo 39 del nuevo documento, que convoca a defender “la identidad de la cultura cubana”. Le tocará al sucesor de Hart, Abel Prieto, ampliar los límites de la vieja parametrización fidelista, para incluir, además de las clasificaciones “revolucionario”, “no-revolucionario” y “contrarrevolucionario”, las etiquetas de “cubanía” y “anticubanía” (Que no nos extrañe, pues, la reciente perorata del exministro contra Guillermo Cabrera Infante, a quien considera, aún después de muerto, el anticubano por excelencia. Alguien debería sugerirle al funcionario “prietoriano” que deje de hacer semejantes ridículos).
Al igual que en décadas anteriores, en los noventa un gran número de los artistas de la generación del ’80 y de los grupos Puré, Arte Calle y Volumen I, abandonó el país. Entre ellos: Gustavo Acosta, Arturo Cuenca, Ciro Quintana, Lázaro Saavedra, Ana Albertina Delgado, Adriano Buergo, Pedro Vizcaíno, José Bedia, Humberto Castro, Tomás Sánchez, Consuelo Castañeda. Al plástico Ángel Delgado lo condenaron en 1991 a seis meses de cárcel por su performance “La esperanza es lo último que se está perdiendo”. Pasan al exilio también los escritores Eliseo Alberto, Zoé Valdés, Manuel Díaz Martínez y Jesús Díaz –sí, el mismo de Caimán Barbudo y Pensamiento Crítico-, cuyos recientes libros y la película Alicia en el pueblo de Maravillas, cuyo guion había coescrito, ya estaban censurados, prohibidos y condenados.
Entre 1988 y 1991, dos conocidas y galardonadas poetas son encarceladas por su militancia en pro de la democracia y las libertades civiles. Tania Díaz-Castro, por su papel en la creación del Partido pro Derechos Humanos en Cuba, del cual fue Secretaria General, y María Elena Cruz Varela, por su papel en el movimiento Criterio Alternativo y La Carta de los Diez, sufrirán uno y dos años de cárcel, respectivamente.
En 1994 sucede el Maleconazo y la crisis de los treinta mil balseros que huyen y van a parar a la Base Naval de Guantánamo. No tardará el recrudecimiento, una vez más, de la represión: en 1999 la Asamblea Nacional aprueba la Ley 88 -Ley de Protección a la Independencia Nacional y la Economía de Cuba- mejor conocida como Ley Mordaza. Esa ley será el marco de la Primavera Negra de La Habana, en que un grupo de 75 intelectuales –académicos, periodistas independientes, bibliotecarios y poetas- serán detenidos en abril 2003 y luego de juicios sumarísimos, sentenciados a condenas de entre ocho y treinta años; para algunos se pidió la pena capital. Entre ellos, los economistas Oscar Espinosa Chepe y Martha Beatriz Roque; el ingeniero nuclear y ensayista Héctor Maseda; los poetas Raúl Rivero, Ricardo González Alfonso y Manuel Vázquez Portal.
También en 2003 sucede el arresto y fusilamiento de tres jóvenes de Centro Habana que trataron de secuestrar la lanchita de Regla para huir de Cuba. Raúl Castro los envió al paredón para que sirviera “de escarmiento”. Menciono este crimen aquí porque hay que conocer y nunca olvidar los cómplices en las filas culturales de esas ejecuciones.
“Son momentos –declararon- de nuevas pruebas para la Revolución cubana (…) hoy, 19 de abril de 2003 (nos dirigimos) a amigos que de buena fe puedan estar confundidos”, y firmaron:
“Omara Portuondo, Alicia Alonso, Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet, Julio García Espinosa, Leo Brouwer, Fina García Marruz, Abelardo Estorino, Harold Gramatges, Roberto Fabelo, Alfredo Guevara, Pablo Armando Fernández, Eusebio Leal, Octavio Cortázar, José Loyola, Carlos Martí, Raquel Revuelta, Nancy Morejón, Silvio Rodríguez, Senel Paz, Humberto Solás, Amaury Pérez, Marta Valdés, Graziella Pogolotti, Chucho Valdés, César Portillo de la Luz y Cintio Vitier.”
Conscientes de que entre los oprimidos también hay seres miserables, recordemos lo que nos advirtiera René Ariza: “…los perseguidos, a veces, parecen ser los que persiguen”.
Esta historia parece no tener fin, mucho menos ahora con la adopción del arbitrario Decreto 349. En los últimos tiempos han sido censurados y perseguidos los blogueros Yoani Sánchez y Reinaldo Escobar, del diario “14 y medio”; los músicos hip-hop de Omni Zona Franca, con David D’Omni a la cabeza; encarcelados periódicamente los poetas contestatarios de Poesía sin fin, como Amaury Pacheco y Luis Eligio; el grafitero Danilo Maldonado, conocido por “El Sexto; el rapero Maykel Osorbo y Pupito EnSy; Luis Manuel Otero Alcántara y el Movimiento San Isidro; la artista del performance, Tania Bruguera, quien, desde 2009 –con su El susurro de Tatín #6-, ha retado sin treguas la autoridad del régimen a través de su internacionalmente reconocida y premiada obra. Bruguera fue arrestada por primera vez entre diciembre 2014 y enero 2015, y de nuevo en 2018 por su abierta oposición y militante activismo contra el despótico Decreto 349.
¿Y el futuro? ¿Hay quien aguante un día más?
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