LA HABANA, Cuba. – El 3 de agosto de 1973, el general Raúl Castro, que entonces era ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, tocado con un sombrero de guano en lugar de la habitual gorra verde olivo, anunció la creación del Ejército Juvenil del Trabajo (EJT).
Nunca se me olvida porque ese mismo día falleció mi abuela Margot, que fue quien me crió.
A la tristeza que sufría por su pérdida se sumó la preocupación por el EJT. Temía que pudieran reclutarme, tenía 17 años y había podido eludir el servicio militar obligatorio gracias a que era miope de remate.
Aquél EJT, que sustituyó a la Columna Juvenil del Centenario, que a su vez fue la sucesora de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), era precisamente para los muchachos que no estaban aptos, por problemas de salud o de otra índole, para la vida militar, y a los que, de ser “descarriados”, habría que disciplinar y “reeducar”.
Mi temor no tardó en confirmarse. Un año después, en 1974, tan pronto me expulsaron “por serios problemas ideológicos” del Destacamento Pedagógico, el Comité Militar me avisó que me asignaban para el EJT.
No les puedo contar de mis experiencias en el EJT porque no estuve allí ni un solo día: tan pronto me llegó la citación inicié una batalla por no ir al ejército que muy poco faltó para que me costara la vida y que no culminó hasta dos años después, cuando conseguí la baja de las FAR, luego de que me encerraran en la sala de penados de un hospital siquiátrico y los siquiatras-carceleros me dieran por loco de atar por insistir en declararme objetor de conciencia.
No haber estado en sus filas no implica que desconozca lo que ha sido el EJT: una institución militar abusiva, donde por salarios ridículamente bajos, más bien simbólicos, en lugar de los siete pesos al mes que pagan a los reclutas del servicio militar, obligan a trabajar, casi como si fuesen esclavos, a jóvenes con problemas de salud, que no les sirven como soldados regulares.
En estos 47 años, los integrantes del EJT han trabajado en los cortes de caña, la construcción, la reparación de vías férreas y carreteras, en la fumigación contra los mosquitos y en granjas agrícolas militares que luego venden sus producciones (generalmente plátanos, boniatos y calabazas) a precios un poco más bajos que en los mercados agropecuarios.
Ahora que los jerarcas de las FAR han descubierto, cual si fuese el agua tibia, que el palmiche es bueno para alimentar a los cerdos –lo anunciaron en el NTV, a bombo y platillo y con enjundiosas explicaciones de militares metidos a granjeros, entre ellos uno que dijo ser “un medio básico de la revolución”- anuncian que están entrenando batallones de desmochadores que estarán integrados por miembros del EJT.
Ojala no haya que lamentar muchos accidentes entre estos pobres muchachos que, con soga y espuelas, machete en mano, se verán obligados a trepar a las palmas para complacer las ocurrencias extravagantes y ridículas de los mandamases.
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