MIAMI, Estados Unidos. – La Asamblea de Cineastas Cubanos navega por aguas procelosas. A bordo van centenares de tripulantes y algún que otro pasajero.
Desde hace 64 años incidentes aislados y excepcionales encienden las alarmas antidemocráticas y se movilizan para hacerse valer. Al principio pertenecieron a una élite cultural al servicio de la Revolución, con atisbos culturales.
Pero los renegados que no querían honrar la dictadura del proletariado eran escarmentados. Algunos partieron temprano al exilio, otros se fueron aniquilando en enrarecimientos sociales e ideológicos intolerables.
Hay cineastas que ostentan el honor de rebeldías primigenias y de incomodar al dictador todopoderoso que no era amigo de lidiar directamente con los artistas.
Su tolerancia llegaba y se detenía en el Ballet Nacional y la directora con la cual podía identificarse. No era amigo de la música, ni del humor, circunstancias consustanciales a la cultura cubana.
El manual de la llamada política cultural del castrismo no ha sido renovado y su documento principal continúa siendo Palabras a los intelectuales. No hay salida ni alivio en la trampa.
Ahora los cineastas tratan de mitigar el daño que el régimen puede haber provocado a la obra de un cineasta que ha sido presentada y juzgada en televisión, sin la autorización de sus legítimos productores. Nueva manera del descrédito con algunos antecedentes pero en la zona de la oposición abierta.
Casi toda la Asamblea de Cineastas se refiere a los burócratas y dirigentes como si estos tuvieran la libertad de decidir a quién perjudicar sin contar con las “instancias superiores”. “Sucede porque Díaz-Canel no lo sabe”. Ese era el eufemismo sobre los desmanes de Fidel Castro en su apogeo.
Es difícil ir a la esencia del desafuero. La palabra “dictadura” no pertenece al vocabulario de la conversación con los funcionarios, quienes ya están bastante estresados lidiando con la soberbia de los artistas y la dirección de la Revolución, que no entiende cómo no han podido controlar la controversia.
Esto de cineastas airados exigiendo justicia no puede ser información para el consumo popular. Es un mal ejemplo y hay que evitar las imitaciones en otras demandas sociales. Una nota lapidaria y patriótica en el Granma encomiando el ICAIC es suficiente para mantener al tanto a la población que, en definitiva, está lidiando con necesidades y carencias épicas.
En medio del desentendimiento, el régimen mueve ficha y fulmina a Ramón Samada, el presidente del ICAIC, a quien usa como chivo expiatorio. Cuando lo sustituyen por otra funcionaria anodina, Samada recibe como dádiva insólita una carta de 11 acreedores del Premio Nacional de Cine que no están de acuerdo con el juego de las sustituciones y terminan por elogiar a quien debe haber sido consultado para el deschabe del documental y su director en televisión.
Pero Samada es el mismo energúmeno empeñado en expulsar a un “contrarrevolucionario” de una reunión de cineastas cubanos, captado en video, hace algunos años, además de censurar a directores que ya no comulgaban con la letanía castrista.
Así se refieren los 11 premiados a una persona que tiene más de agente policíaco que de promotor cultural:
“No vamos a reseñar sus logros y no logros, sí dejar constancia de que él ha sido, a nuestro juicio, un compañero que se ha empeñado con total honestidad, gran esfuerzo y resultados concretos, a lo que ha sido el pensamiento creador del ICAIC hasta colocarlo en un nuevo camino de acuerdo a las necesidades actuales.
“Se imponía rechazar la renuncia de Samada a su cargo y comenzar un nuevo rumbo de entendimiento, enfrentando errores y torpezas cometidas en las últimas semanas y que, en la medida de sus posibilidades, él trató de evitar.
“Somos herederos de una tradición y no vamos a renunciar a ella porque es eso lo que queremos transmitir a otras generaciones. El primer punto de esa tradición es luchar por una cultura cinematográfica alejada del dogmatismo y asentada en las realidades de Cuba y América Latina. Un cine de voluntad artística, enriquecedor de nuestra vida nacional, que no ignore las complejidades del momento; incisivo, profundo, que analice a fondo la realidad para no quedarse en la epidermis.
“Sabemos que Samada no volverá mientras no cesen las causas de su partida, lo lamentamos profundamente y nos preocupamos por el futuro del ICAIC y del cine cubano.
“El ICAIC no es un modo de vida, es una actitud ante la vida”.
Esta protesta insospechada de viejos intelectuales revolucionarios, todavía abogando por una institución decadente y, a la larga, represiva, es ignorada e irrespetada por los medios de comunicación castristas, quienes ya fueron orientados para que tales nimiedades culturales no se filtren a la población ocupada en otros menesteres más apremiantes.
La retórica trivial de los distinguidos Premios Nacionales de Cine, que evita referirse a la tragedia cubana por su nombre y apellidos, hace muy poco favor al empeño de las nuevas generaciones, que seguirán sobre un buque fantasma condenado al naufragio en tanto no se aviste la libertad en el horizonte.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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