LA HABANA, Cuba. ─ Hace 58 años, el 23 de abril de 1963, con el recibimiento de héroe que recibió Francisco Molina del Río a su regreso a La Habana, se cerraba el llamado Caso Molina.
Tres décadas antes de la Red Avispa, el caso Molina fue la primera campaña orquestada por el régimen castrista para exigir la liberación de un cubano preso en los Estados Unidos.
“Libertad para Molina” fue la consigna que puso el régimen a corear a los cubanos, que en su mayoría no sabían a ciencia cierta quién era el tal Molina, cómo había ido a parar a New York y por qué, si tanto amaba a la revolución, no había regresado a Cuba.
La versión oficial aseguraba que Molina era víctima de “una maquinación del imperialismo norteamericano contra la revolución cubana”. No se necesitaban más explicaciones. Sólo había que repetir la consigna: “Libertad para Molina”.
Francisco Molina estaba preso porque la justicia norteamericana lo acusaba de ser el autor de los disparos que el 22 de septiembre de 1960, durante una reyerta entre exilados cubanos y simpatizantes del castrismo en el restaurante neoyorquino “El Prado”, ocasionaron la muerte a una niña venezolana de nueve años y heridas a otras dos personas.
Testigos de los sucesos afirmaban haber visto disparar a Francisco Molina. Y lo identificaban fácilmente, porque a Molina le faltaba una mano.
Nunca quedó suficientemente aclarado el trágico incidente. El gobierno cubano culpó del tiroteo en el restaurante a “gusanos pagados por la CIA”. Pero muchos sospechaban que “los simpatizantes de la revolución”, entre los que se contaba Molina, eran agentes del G-2 infiltrados en los Estados Unidos.
El gobierno cubano alegó que en el proceso declararon testigos falsos y que existieron arreglos con el fiscal, pero el abogado defensor, Samuel Neuburger, no pudo probarlo. Por cierto, nunca se supo quién pagó los cuantiosos honorarios que cobró Neuburger por defender a Molina.
El 29 de junio de 1961, Francisco Molina fue condenado a un mínimo de 20 años de prisión, que podían convertirse en cadena perpetua. Posteriormente, un Comité Pro Libertad para Francisco Molina organizó una ruidosa campaña internacional. Pero las gestiones más importantes para su liberación se movieron por debajo del tapete.
Molina llevaba más de dos años preso en Estados Unidos, sin apelar la sentencia y con la condena en suspenso, cuando el régimen castrista, inesperadamente, otorgó clemencia a 24 ciudadanos norteamericanos que estaban encarcelados en Cuba.
El abogado James Donovan, experto en tratos secretos con el régimen cubano desde el caso de los prisioneros de la Brigada 2506, voló a La Habana y gestionó el canje de Molina.
Los 24 norteamericanos, acompañados por Donovan, viajaron a Miami en un avión fletado por la Cruz Roja. Y Molina regresó a La Habana el 23 de abril de 1963. Durante el recibimiento triunfal que le tributaron, no hizo declaraciones: solo expresó su agradecimiento a la revolución. No lo dejaron decir más. Se lo llevaron a la carrera, con rumbo desconocido. Luego, no se supo más de él.
La niña muerta en el tiroteo era un hecho embarazoso que convenía olvidar. El muñón de Molina y su cara patibularia no resultaban fotogénicos para una revolución que vivía sus años dorados y a la que por entonces le sobraban los héroes.
Ya Molina había cumplido su rol. Había que ocuparse de otras historias e inventar nuevas consignas.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +1 (786) 316-2072, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.