LA HABANA, Cuba.- En capilla ardiente, en el pico de la piragua, en remojo. Son algunas de las expresiones que utilizan los cubanos para referirse a la continuidad de Miguel Díaz-Canel como conejillo de indias designado por el castrismo para lidiar con la “situación coyuntural” oficializada en 2019, agravada por la pandemia de coronavirus a partir de marzo de 2020, y entrada en coma tras la implementación de la Tarea Ordenamiento.
La nueva estrategia planificada por Marino Murillo, el economista más chapucero de cuantos medran a la sombra del Partido Comunista de Cuba (PCC), prácticamente le ha dado el golpe de gracia a la accidentada gestión del mandatario, quien ha sido bautizado en el reino de los memes como “Miguel Díaz-Contados”. Tres años han bastado para que el ingenioso hidalgo de la limonada y el guarapo viera desplomarse la popularidad que ostentaba en 2018, incluso en su natal Villa Clara.
El infructuoso ensayo del “zar de las reformas” ha convertido a Díaz-Canel en la personificación del fracaso, la fórmula civil que tampoco ha sido capaz de ofrecer alternativas viables a los cubanos para su desarrollo individual. Su imagen se ha desinflado en términos de credibilidad. El pueblo no lo soporta; la familia Castro tampoco. Limitado en el terreno de la diplomacia y entusiasta de la represión, se las ha ingeniado para que la difícil situación socioeconómica derive hacia una crisis política que el castrismo de seguro resolverá premiando otras lealtades.
A solo un mes del VIII Congreso del PCC, Cuba evidencia síntomas serios de ingobernabilidad. El descontento popular se expresa a gritos, con ataques directos al régimen y sus representantes en todos los niveles. Los campesinos se niegan a producir a menos que se resuelva el tema de los impagos, y así se lo han hecho saber a José Ramón Machado Ventura, quien balbuceó las mismas justificaciones de siempre, dejando pendiente la solución.
Nada se ha logrado en beneficio del pueblo. La gente se consume en un presente sin futuro, agobiada por la exhortación constante a la austeridad y el sacrificio, mientras Sandro Castro se pasea en un Mercedes Benz para luego disculparse en una directa que no logró disimular su desprecio por todos los cubanos que cobran salarios revolucionarios; los que viajan agotados en ómnibus hediondos después de un día entero “luchando” para llegar a sus casas con una manito de plátanos o dos libras de pan, si acaso tuvieron tanta suerte; los que nunca han visto la playa de Varadero y sueñan, a estas alturas, con una bicicleta china para ahorrarse largas caminatas.
Ese vástago insolente, que lleva meses exhibiendo su grosero consumismo y su vida de lujos, escoge el momento más delicado para revolverle el ajiaco a Díaz-Canel, el rostro visible de una cúpula que no ha dejado de vacilar el comunismo en sesenta años; mientras los cubanos se hunden con sus familias en la pobreza.
Nada de esto debe ser tomado al azar. Es una conducta en extremo osada, considerando la situación del país. En las alturas de la política cubana, más de uno quiere ver estallar la dinamita del malestar social en manos de Díaz-Canel, que lo merece por achantado; pero no se puede perder de vista que a rey muerto, rey puesto, y desde eso que llaman “la base” se le está dando mucho bombo a Gerardo Hernández Nordelo, quien parece hallarse en muy buenos términos con los descendientes de la generación histórica, que quieren vivir como millonarios a la vista de todos, y no rendir cuentas por ello.
El fracaso de Díaz-Canel ha sido rotundo, pero el discurso del cambio generacional en la dirección del país sigue siendo muy útil al castrismo. Gerardo Hernández, mediáticamente distinguido como Jefe de la Red Avispa, y sin más currículo que haber pasado 15 años en “las cárceles del imperio”, se perfila como el candidato adecuado para la próxima escaramuza electoral. La prensa oficialista se ha encargado de darle visibilidad con cuatro artículos publicados en Cubadebate (solo durante el mes de febrero), para humanizar al “héroe” y hacérselo más digerible a este pueblo que no se da cuenta de lo que se trama debajo de sus propias narices.
El VIII Congreso del Partido podría ser el patíbulo sobre el cual rueden algunas cabezas debido al manejo desastroso de la pandemia en esta segunda oleada, y a los crasos errores en la implementación de la Tarea Ordenamiento. Pero poco importará que dos o tres terminen en plan piyama si el pueblo cubano no se decide a dar el paso definitivo para torcer los planes de la élite militar.
Mientras la voluntad cívico-popular se desintegra en el ajetreo cotidiano, Gerardo Hernández recorre circunscripciones otorgando regaderas sin dejar de sonreír para la cámara, haciéndose presidenciable con poses de líder sencillo y carismático que soportó “duros” años de encierro por defender la Revolución. Ese mismo Gerardo que el pasado mes de diciembre fue elegido miembro del Consejo de Estado para consolidar aún más su posición de cara a las próximas “elecciones”, podría convertirse en el reemplazo de la triste caricatura que ha sido Miguel Díaz-Canel. La propaganda y la unanimidad parlamentaria están listas. No hace falta nada más.
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