VILLA CLARA, Cuba.- Xi Jinping no quiere dejar el gobierno de China y el Partido único decidió enmendar la constitución del país. Raúl Castro deja por voluntad personal el gobierno de Cuba y no necesita que le enmienden nada. Las leyes no le permiten a Xi gobernar tres turnos. Raúl, ley él mismo, dijo que a partir de ahora no habrá en Cuba tercera vez para los mandatarios.
Por rutas a menudo contrapuestas, los comunistas de Cuba y de China se proponen la misma meta tras décadas de socialismo: conservar el control ideológico en provecho de la eficiencia económica. Jinping lo ha conseguido en parte y por eso su pensamiento político pasará a la constitución junto a los postulados de Mao y de Deng Xiaoping. Raúl Castro, sin la misma fortuna, merecerá la posteridad del olvido.
De finales de la década de 1970 datan las reformas económicas que diseñaron el denominado “socialismo con características chinas”.
Bajo el liderazgo de Deng Xiaoping se superó el estancamiento. China transitó al mercado sin renunciar al control estatal, salvo en algunas estrategias como la descentralización, las inversiones extranjeras y el reconocimiento a los emprendimientos ciudadanos.
Suena como las reformas de Raúl, al menos hasta mediados de 2017, cuando la cúpula cubana se declaró preocupada por “la concentración de riquezas”, recuperó la fe en “la empresa estatal socialista” y, poco después, en una última jugada regresiva, suspendió las licencias más beneficiosas para ejercer el trabajo por cuenta propia.
Después de Mao, China aceptó la riqueza de una minoría siempre que mantuviese la lealtad política. Por ese camino nació una clase media. A la Cuba posterior a Fidel no le basta la lealtad que las clases emergentes parecen dispuesta a concederle.
Las diferencias entre Cuba y China, ahora de meros conceptos económicos, fueron ideológicas durante las décadas de 1970 y 1980. Fidel Castro llegó a acusar a Mao de culto a la personalidad y abuso de poder en una entrevista con la estadounidense Barbara Walters. La distancia duró tanto como la Unión Soviética.
Castro, en la órbita rusa de la Guerra Fría, reprochó a los chinos su gradual relación con Estados Unidos y el carácter capitalista de la reforma que los convertiría en una potencia económica.
Ya enterrada la Rusia comunista, en 1995, el gobernante cubano visitó China como jefe de Esatdo por primera vez. En ese contexto, para enjugar lágrimas de la crisis, La Habana se interesa en la experiencia de Beijing. Sin el socorro soviético, el modelo asiático parecía una solución para el desastre de la economía cubana.
China ha sido desde entonces uno de los escenarios ideales que el régimen ha barajado para la Isla, sin decidirse a la implementación de una reforma de alcances semejantes a la diseñada por Deng Xiaoping.
Los avances del país asiático reciben una atención interesada por parte de los medios cubanos, sin detenerse nunca en asuntos como democracia o derechos humanos. Se sugiere China o Vietnam, antaño heterodoxos del socialismo mundial, expresan las mejores posibilidades de Cuba.
Curiosamente, el otro escenario de interés para el gobierno cubano es la Rusia postsoviética. La tentación de un capitalismo corrupto, nacionalista y autoritario, justifica la reciente colaboración entre el Partido Comunista de Cuba y Rusia Unida.
Para estos primeros días de marzo se prevé “la posible enmienda de la Carta Magna” que devolverá el gobierno por tiempo ilimitado a Jinping y sus sucesores, comunica Granma.
Que Raúl prefiera marcharse mientras Xi se queda, no quiere decir que Cuba marche por un camino más democrático que China. Revela apenas que Cuba viene atrasada, que marcha más despacio. Como sus colegas asiáticos, los comunistas cubanos revertirán si es preciso cualquier concesión mientras domine el partido único y las mayorías no se cuestionen el autoritarismo.