LA HABANA, Cuba.- Ayer, mientras hacía el camino de regreso a casa, atravesando el parque de la fraternidad y casi escoltado por el busto reciente del paraguayo Doctor Francia, me conminó un muchacho queriendo que le diera una respuesta; su tono era de urgencia. Quería saber por qué no existían libros de viajes en la literatura cubana. Atiné a citar a la condesa de Merlín, nombré su Viaje a La Habana. “Ese no se vale, eso fue hace mucho y ella no vivía en Cuba, no vivía en Cuba”, chilló con peor tono, y continuó: “¡Porque no hay viajes, porque no hay viajes!”, y soltó una carcajada. Fue así que se explicó y creo que yo me encogí de hombros, que intenté continuar, pero no lo permitió.
Porque aseguró que me conocía muy bien, creí que había leído alguno de mis libros, pero pronto me sacó de dudas. Se llamaba Samuel, como su padre que era mi amigo. “¿Ya me reconoces?” Y lo miré bien, y supe que era cierto. Aunque hacía tiempo que no los veía, me comunico por teléfono con su padre. A pesar del desaliño y la delgadez del muchacho descubrí el parecido. Sin dudas era él hijo de mi amigo Samuel. Recordé la precoz inteligencia del niño, la voracidad con la que leía.
No supe que hacer luego. Me asustaron sus ojos desquiciados, le pregunté como le iba. Y fue peor… Casi llorando dijo que de haber nacido antes de 1965 hubiera convencido a sus padres para que tomaran un barquito en Camarioca, e intentó una sonrisa que se volvió mueca. “Lo malo es que mi padre no había cumplido entonces los dos años. Tampoco pudimos ser Peter Pan”. El hijo de Samuel siguió haciendo un balance de las que las sospechaba sus desgracias. Todas guardaban relación con su permanencia en la isla. Me hizo saber, como si yo no lo supiera, que en el año ochenta tampoco había nacido, y cuando la crisis de los balseros, en el noventa y cuatro, solo había cumplido tres años.
“Siempre llegué tarde”. Y explicó de sus planes de viajar al Ecuador. “¿Viste ahora lo qué pasó?… Correa mandó a parar…”. Samuel tuvo la esperanza de poder llegar a Quito y emprender el viaje a Colombia y luego a Panamá y subir, subir para llegar a México, a los Estados Unidos. Solo que ahora tiene la certeza de que las cosas serán muy difíciles después de la crisis en la frontera de Costa Rica con Nicaragua.
Seguí caminando porque no supe como consolar a aquel muchacho trastornado, pero él continuó a mi lado, y hasta me detuvo tomándome de un brazo. “¿Y ahora qué hago?” Luego abrió su mochila para sacar un libro; el Tomo V de una edición de Aguilar de las Obras completas de Charles Dickens. “Aquí están los Paisajes italianos. ¡Eso si es viajar!”. También mostró como trofeos; de Swift, Los viajes de Gulliver, las Crónicas italianas de Stendhal, el libro de Stefan Zweig sobre Magallanes, las Cartas del presbítero Abiel Abbot, en una edición cubana de 1965 que acababa de comprar a un librero en la calle Colón, y hasta me hizo notar que el año de edición coincidía con el éxodo de Camarioca. Casi estuve a punto de correr pero me despedí, le deseé suerte en su empeño. “Sé que lo voy a conseguir, aunque sea en una balsa. ¡No seré el primero!”.
Hace un rato llamé a Samuel para contarle de mi encuentro con su hijo… Quedó en silencio y después contó que su madre, la abuela del muchacho, había muerto hacía un año y que dejó la casa como herencia al nieto. “Él la vendió para costear el pasaje al Ecuador y llegar finalmente a los Estados Unidos. Mi hijo perdió la razón cuando se enteró que no tenía como salir de Cuba”. El padre ya no sabía que hacer; su muchacho únicamente hablaba del viaje y leía aquellos libros.
No encontré manera de consolar a mi amigo. Le dije únicamente que quizá las cosas habrían sido diferentes si los cubanos no hubieran tenido restricciones durante tanto tiempo para salir del país cuando tuvieran ganas, y dinero… El me contó que su hijo había leído el texto que escribí sobre el desafuero de aquel viaje exultante, insultante, de Antonio Castro a las playas de Turquía. Pensé entonces que este Antonio podría escribir, si tuviera ese talento, el libro de viaje que esperaba el hijo de mi amigo.