LA HABANA, Cuba. – La propaganda castrista, siempre a la caza de cualquier anomalía que se produzca en la sociedad estadounidense, ha brindado una amplia cobertura a todo lo relacionado con la muerte del ciudadano afroamericano George Floyd a manos de un policía blanco.
En ese contexto se afirma que la muerte de Floyd no fue un evento coyuntural motivado por el exceso de un agente policial, sino la muestra de un racismo institucional que corroe a la nación norteña, y que mantiene a los afroamericanos como ciudadanos de segunda categoría.
Un reciente artículo periodístico del poeta y ensayista Víctor Fowler se inscribe también en semejante enfoque. Después de opinar acerca de la imposibilidad del sistema imperante en Estados Unidos para no producir desigualdad, rabia y excrecencias, el articulista escribe que “En esta mirada, el racismo no es coyuntural ni episódico, sino estructural y continuado (bajo las más diversas formas), y más allá de la violencia puntual contra una persona afroamericana”.
Pero un racismo estructural o institucional conlleva la existencia de situaciones objetivas que les impiden a las víctimas desenvolverse con normalidad u ocupar un sitial destacado en la memoria de la nación. Y, en verdad, nada de eso ocurre actualmente en Estados Unidos.
No hay que olvidar que el luchador por los derechos civiles de los afroamericanos en ese país, Martin Luther King, es considerado un héroe nacional, al punto que el día de su nacimiento se conmemora como una de las fechas más importantes del país norteño.
Y un detalle que apenas se menciona por los que ahora exaltan el racismo en la sociedad estadounidense. Parecen no recordar que un afroamericano pudo llegar a la presidencia de ese país. Y uno que no nació en cuna de oro. Todo lo contrario: su origen humilde le ocasionó, por ejemplo, llegar una noche a Manhattan y tener que dormir acurrucado en un callejón al no tener dinero suficiente para un motel, tal y como lo contó el propio Barack Obama, en el libro Los sueños de mi padre.
Sí, claro, en Estados Unidos puede haber un racismo subjetivo, subyacente en la mente de muchas personas -como tal vez sucedía con el policía Derek Chauvin-, pero no necesariamente presente en las instituciones de la nación.
Y, a propósito, un racismo subjetivo también anida en la mente de muchos cubanos de hoy. Son los padres de una muchacha blanca que por nada del mundo acepta que su hija se case con un mestizo; o esos directores de cine o la televisión que a la hora de escoger a un galán jamás se fijan en un actor de piel negra.
Lo anterior sin contar con evidencias no tan subjetivas que impactan en la Cuba de hoy, como el bajo número de mestizos como propietarios de negocios particulares; su mayoritaria presencia, en cambio, en las cárceles del país; o las ciudadelas y barrios marginales habitados mayormente por ciudadanos de piel oscura.
Entonces, ¿por qué ver solo la paja en el ojo ajeno, y olvidar la del suyo propio? Bueno, hay que tener presente, entre otras cosas, que poner toda la atención en un hecho determinado puede hacer que otros sucesos pasen a un segundo plano.
Porque mientras la propaganda castrista se desgasta mostrando las manifestaciones antirracistas en Estados Unidos, nada les dice a los cubanos de las revueltas en Hong Kong contra las autoridades de Beijing; o de los informes internacionales que vinculan a Daniel Ortega con los asesinatos de jóvenes nicaragüenses; o de las opiniones de las asociaciones médicas de Perú y México en contra de la presencia de médicos cubanos en esas naciones.
Nada, que así de “informada” está la población cubana.
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