LA HABANA, Cuba. – Por estos días, las redes sociales se han calentado con una singular polémica que no es objetivo de este artículo analizar. Sin embargo, de esta tormenta de ideas, por llamarle de algún modo, están emergiendo conceptos en la política cubana y se debate de algún modo el futuro de Cuba.
La “salida birmana” es un concepto sometido a escrutinio público. Birmania es el antiguo nombre de República de la Unión de Myanmar, un país multiétnico, plurireligioso y multilingüe del sudeste asiático, con 52 millones de habitantes aproximadamente, caracterizado por conflictos étnicos y religiosos, el tráfico de drogas y una corrupción generalizada.
El país fue gobernado desde 1962 por una junta militar de orientación socialista, aliada de China. Esta junta militar fue causante de graves violaciones de los derechos humanos incluyendo matanzas a minorías étnicas, violaciones masivas, desplazamientos forzosos y ejecuciones sumarias.
Por esta razón, luego de denuncias en la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Unión Europea y los Estados Unidos impusieron a Myanmar severas sanciones económicas para promover un gobierno democrático y de respeto a los derechos humanos.
En 1990 se realizan las primeras elecciones libres en 30 años, pero la victoria aplastante del partido Liga Nacional por la Democracia (NLD por sus siglas en inglés), de la activista Aung San Suu Kyi fue anulada por los militares.
Los castrenses rehusaron abandonar el poder bajo el pretexto conducir al país hacia una democracia disciplinada y arrestaron a Aung San Suu Kyi, “la Señora”, como es conocida popularmente. La activista obtuvo en 1991 el Premio Nobel de la Paz y se convirtió en icono de la democracia, la paz y la libertad.
En el año 2008, la cúpula militar, conocida como Tatmadaw, impone una nueva constitución para perpetuar el poder del ejército en Myanmar, asegurando la plena independencia del ejército del poder civil y un 25% de representantes en ambas cámaras del parlamento, poder suficiente para vetar cualquier reforma constitucional. También obtuvo una de las dos vicepresidencias de la nación.
Asimismo, controlaron las fuerzas armadas, la defensa y seguridad nacional, las fronteras y asuntos internos, incluyendo la justicia. De igual forma, se reservaron el ejercicio del poder en caso de emergencia nacional y aseguraron desde la industria pesada hasta el turismo.
En las elecciones libres celebradas en noviembre de 2015, la Señora volvió a resultar ganadora para el cargo de consejera de estado, cargo equivalente a jefa de gobierno o primer ministro.
Esta vez sí logró ocupar su cargo, previas negociaciones de la administración Obama y de las democracias occidentales con la Junta Militar. Respaldadas estas negociaciones con dos visitas de Obama y una de Hillary Clinton a Myanmar para ayudar a las reformas democráticas.
Esta supuesta “transición” hacia la democracia de Myanmar pareció ser uno de los mayores logros de la diplomacia de la administración Obama y se convirtió en su momento en modélica vía de transición para negociar Estados Unidos con países no democráticos, incluyendo a Cuba.
La vida demostró que fue un mal acuerdo por la administración Obama, porque los militares conservaron intacto su poder, la corrupción continuó y —peor aún— continuaron, bajo el gobierno de la Señora, las limpiezas étnicas y desplazamientos forzosos a minorías como a los Rohinyá, de religión musulmana.
¿Cómo se relaciona esta historia con Cuba? Pues el gobierno de Obama, en su segundo mandato, cambió la tradicional política norteamericana de presión hacia el régimen, por un eventual acercamiento político y económico, proceso que recibió el nombre de “deshielo”.
Como colofón de este proceso, que incluyó negociaciones secretas entre los gobiernos de Cuba y EE.UU. para intercambios de prisioneros y reanudación de relaciones, Obama mostró como ejemplo de transición a Birmania ante un grupo de activistas y miembros de la sociedad civil cubana con los que se reunió en la Embajada Norteamericana en La Habana el 22 de marzo de 2016.
Posteriormente, un grupo de cubanos residentes dentro y fuera de la Isla fueron invitados a Myanmar para asistir a la toma de posesión de la Señora y tomar experiencias de primera mano sobre una transición pacífica y negociada a la “democracia”.
Como resultado de toda esta historia, emerge el concepto “síndrome de Birmania”, que para mí consiste en el temor fundado de cualquier actor político cubano que pretenda negociar con el régimen a ser acusado de buscar una “salida birmana”.
En el contexto cubano, esto equivaldría a una acusación de negociar permitiendo la perpetuación de la cúpula castrista a través de mecanismos encubiertos dentro de una eventual transición a la democracia.
Paradójicamente, este síndrome tiene su equivalente (a modo de contrapartida) en el “síndrome de Gorbachov”. Mijaíl Gorbachov fue el último líder de la extinta Unión Soviética, que trató de salvar el comunismo con las políticas de la glasnost (transparencia) y la perestroika (reconstrucción).
Entonces, para el sector inmovilista del régimen de La Habana, el dirigente que trate de negociar con la oposición o con los Estados Unidos alguna reforma del poder del partido comunista y la cúpula castrense será acusado de ser un Gorbachov y de traidor.
Ya sabemos cómo se paga en Cuba esta acusación, recordando al general Ochoa y sus compañeros. Por tanto, el “síndrome de Gorbachov” es el temor de los dirigentes del gobierno cubano a negociar la transición a la democracia y ser acusados de ser un Gorbachov o un traidor al partido comunista y a la revolución cubana.
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