SANTA CLARA, Cuba.- Desde el umbral de la puerta hacia el pasillo anchísimo de esta casa colonial el suelo se asemeja a un espejo. Dianelys acaba de limpiarlo y pide que la esperemos en la acera, que la disculpemos, pero a la dueña de la vivienda no le gusta que reciba visitas en horario de trabajo. Ella asegura que tiene 37 años, pero aparenta una década más. “Los sufrimientos”, explica. “Todo lo que he pasado en la vida me han dado estas patas de gallina. Además, lo que fumo, el cigarro te pone arrugada”, se justifica mientras enciende uno de esos, sin corcho, de los comprados en moneda nacional.
Dianelys León, nivel medio, empleada doméstica desde hace cuatro años, madre divorciada. Hace tiempo, cuando no había sacado aún la patente para ejercer este oficio fue maltratada por el propietario de un hostal donde trabajaba. “Cuando eso yo estaba más linda, tenía más cuerpecito. Empecé limpiando en su negocio, me llevó una amiga para que hiciera algún dinero. Como no tenía patente, me pagaban menos que a ella. Al principio, el tipo me tiraba piropos cuando la mujer no estaba en la casa. Después, empecé a sospechar porque me regalaba comida para la casa y supe que estaba para algo más, hasta que un día me compró un ajustador y me dijo que me lo probara frente a él. Otro día pasó algo más grave y me asusté, me fui corriendo de allí. Él empezó a esconder cosas del hostal y a decir que me las había robado para acusarme a la policía”.
Un año después, Dianelys volvió a encontrar trabajo, esta vez, después de recibir la patente que la acreditaba como empleada doméstica, con status legal. “Me puse a cuidar a una viejita y limpiaba tres casas al día, pero me pagaban muy poco, solo cincuenta pesos. Este trabajo no es cosa fácil, te acaba con las manos, llegas con tremendo dolor a la cama”.
Los servicios de trabajador doméstico en Cuba fueron suprimidos y vistos como rezagos burgueses y capitalistas a partir de 1959. No fue hasta el advenimiento del período especial que se retomó el oficio, al menos públicamente, con el aumento del turismo y las casas destinadas al hospedaje de extranjeros. De acuerdo con la Oficina Nacional de Estadísticas e Información existen actualmente en Cuba más de 9 mil licencias de trabajadores domésticos, ocupadas en un alto porcentaje por el género femenino.
Quienes ejercen esta actividad por cuenta propia deben pagar al estado la suma de 30 pesos mensuales por el autorizo de la patente, y está definido como aquellas labores de “lavandero, planchador y trabajador doméstico, encargado también del orden, limpieza, lavado, planchado, y demás servicios de similar naturaleza que se soliciten”.
Contrario a lo que indican las cifras oficiales, en Cuba trabajan en dichas labores miles de domésticas al margen de la legalidad. Solamente, los decretos ley 197 y 196 del año 1999, prohíbe a funcionarios y “cuadros” la incorporación al trabajo por cuenta propia, de ahí que existan muchas mujeres dedicadas a la limpieza de hogares o cuidado de ancianos en Cuba luego de su jornada laboral, para ganar un dinero extra a sus salarios estatales.
El estigma de un oficio
En un informe expedido por el Departamento de protección social de la Oficina Internacional del trabajo (OIT) se especifica que “debido a sus características, el sector de trabajo doméstico se considera un grupo de difícil cobertura por los sistemas de seguridad social”, en el que son frecuentes indicadores como los ingresos regulares, el salario en especie, o relaciones laborales en las que no media un contrato de trabajo.
A Milagros Brito, ingeniera química, 56 años, la familia con la que trabajaba solía regalarle ropa, zapatos, detergente, “cualquier cosita para la casa”, narra ella. “Lo hacía al principio por un bien, porque era amiga de esa gente, que tenían los hijos en el extranjero y estaban viejos. Cuando terminaba en el trabajo les hacía la comida, les lavaba la ropa, les limpiaba la casa una vez a la semana. Después, otros vecinos me pidieron que hiciera lo mismo, pero que me iban a pagar cinco CUC por cada limpieza. La mujer era muy vaga y el marido ganaba para tenerla como una reina. Cuando me di cuenta que aquello me daba más negocio, dejé el trabajo con el estado y me dediqué a esto solamente. Existen prejuicios, mi hijo decía que la salud me iba a pasar la cuenta, que no le gustaba que fuera criada de nadie, pero, mira, lo que ganaba en una farmacia no me daba ni para suspirar”.
Tanto Milagros como Dianelys han sentido en varias ocasiones la discriminación de sus empleadores, ya sea por acoso sexual o una paga indebida. Muchas de las mujeres que se dedican a esos trabajos domésticos se abstienen de protestar en caso de enfermedad, maternidad o accidentes laborales. La OIT aclara en el propio documento citado que la vulnerabilidad de estos grupos está dada por la propia actividad, y las trabajadoras se exponen a “la existencia de prácticas discriminatorias, sociales y jurídicas, así como otros elementos socio culturales que generan una baja valoración social del trabajo doméstico”.
De acuerdo con el Código de trabajo en sus artículos 166 y 180, los trabajadores por cuenta propia que sean discriminados, despedidos o presa de alguna infracción por parte de su empleador, deben acudir directamente a la vía judicial para resolver estos conflictos de trabajo, directamente ante los tribunales municipales. Sin embargo, cuando el empleador decide cerrarles el contrato, pocas veces suelen reclamar a dichas instancias, tanto por la complejidad del proceso, como por temor a represalias o a que no les ofrezcan trabajo en otro establecimiento similar producto de “malas recomendaciones”.
Por otra parte, las domésticas que ejercen como ilegales se encuentran desprovistas de cualquier garantía ante las leyes cubanas y, por tanto, son propensas a todo tipo de tratos, violencia, explotación y bajos salarios. No obstante, la mayoría de las mujeres que se dedican a estas labores optan por el trabajo encubierto para sortear los dilemas con el papeleo, el pago de la seguridad social o los tributos que exige la ONAT. Contrario a lo que indican los estigmas sociales en torno a este oficio preterido, gran parte de estas mujeres dedicadas a los servicios domésticos son graduadas de carreras universitarias o profesionales jubiladas que encontraron una vía factible para sostener su vejez.
Emprendedoras de la limpieza
Ismaray Núñez, graduada de Estudios Socioculturales, 37 años, se considera afortunada por trabajar fuera del aparato estatal. “Yo tengo cultura, no soy una cualquiera, ni una chusma, tengo educación. Ahora mismo, en Cuba, la mayoría de las mujeres que nos dedicamos a limpiar casas o lavar la ropa de varias viviendas somos universitarias. Conozco a muchas que han dejado sus trabajos como enfermeras o maestras y se dedican a esto. Eso de que las empleadas domésticas somos unas iletradas es un estigma social, creado, básicamente, para discriminar lo que hacemos. Lo que pasa es que la pirámide está invertida, pero muy invertida, y el estado no concibe que los profesionales se le hayan ido poco a poco de las manos. He trabajado en lugares donde los dueños no saben ni hablarles a los extranjeros que visitan su hostal y una tiene que sacar la cara por ellos. Desgraciadamente, los más preparados, los profesionales, somos los que menos dinero tenemos en este país”.
Según las propias empleadas entrevistadas, el mayor rango al que se puede aspirar en este oficio tan preterido en Cuba es como doméstica a tiempo completo, tanto de hostales como en apartamentos o casas arrendadas a los extranjeros. Para ganarse la recomendación de los dueños de estos establecimientos hacia otros similares discurre una larga brecha que va desde la pulcritud, la tolerancia, hasta la confiabilidad de las propias empleadas en cuanto a los bienes que se protegen y administran en dichos negocios.
Vismary Dorta vino desde el poblado rural de Falcón hacia Santa Clara para ganarse la vida. A la semana se dedicaba a limpiar cerca de cinco casas para mantener a sus hijos solo por cincuenta pesos desde las 8:00 a.m. hasta entrada la noche. “El que pide este servicio a veces se queja de que una le cobre un poquito más por hacer una limpieza profunda, pero te encuentras cada fenómeno…Lo que ganaba apenas daba para una botella de aceite”, protesta ella, que reside en las afueras y debe levantarse antes del alba para llegar temprano al centro de la ciudad. “Ahora mismo no creo que ninguna empleada deba hacer esto en Cuba por menos de 5 CUC”.
Después de haber trabajado para unos cuantos hostales, Vismary fue contratada por los dueños de Amarillo B&B, un resort de los más reconocidos y visitados del centro de Cuba que se declara como negocio “gay friendly” y cuya propietaria, Saily González, fue seleccionada en 2016, entre 6000 personas, para participar del programa Young Leaders America Initiative. Vismary. Como refiere el populacho, cayó de pie después de haber sufrido no pocos desagravios en los sitios donde solía trabajar.
Con la ayuda de Saily, Vismary creó hace una semana la primera agencia de limpieza que se documenta en las redes sociales hasta el momento en Cuba. “Trabajar en hostal es mucho mejor, si te tratan bien, claro. Siempre sales con mejor salario y con propina. La dueña de este hostal, aunque quiere pagarnos más, no puede. La idea es convertirme en una empresaria. Yo soy buena limpiando y se nos ocurrió crear una agencia que aglutine a otras empleadas con varias tarifas de precios. Lo que queremos es que exista justicia a través de esta empresa para las domésticas, darles oportunidades, para que no se nos subestime por lo que hacemos. Una empleada doméstica sacrifica hasta su propia belleza y eso, eso cuesta dinero”, recalca.
Sin embargo, no todas las domésticas en Cuba corren con la misma suerte de Vismary. En pueblos alejados de la urbe, en la periferia, existen mujeres dedicadas al cuidado de ancianos, al saneamiento de hogares, al planchado y lavado de grandes cúmulos de ropa por menos de 400 pesos mensuales. Otras, se exponen a diario a distintos tipos de discriminación conformando uno de los grupos más vulnerables de la sociedad cubana, sin que existan garantían reales y jurídicas que penalicen la violación de sus derechos elementales como el establecimiento, al menos, de un salario mínimo.
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