LA HABANA, Cuba.- “¿Quién no sueña? Lo que pasa es que aquí es malo soñar demasiado”, me contesta Diareisis con una sonrisa que no logra disimular el desencanto.
Cuando abrió su peluquería en 2010 imaginó que en menos de cinco años llegaría a expandir el negocio más allá de aquel pequeño local en Centro Habana, sin embargo, han transcurrido ocho y a pesar de la buena fama que la acompaña le ha sido imposible incluso mantener la estructura inicial de su “microempresa”.
“De cinco que empezamos, ahora quedamos mi hermana y yo (…), rentamos un local abandonado pero después nos lo quitaron porque lo iba a coger (la empresa de) Gastronomía del municipio, tuvimos que mudarnos a otro, dos cuadras más arriba y pasó lo mismo hasta que terminamos como ves, en la sala de la casa donde se hace lo que se puede porque no cabemos (…), tuve que vender las cosas que había comprado, los sillones, la mesa de manicure”, cuenta Diareisis.
Su historia en esencia es muy similar a la de Carlos, que no es su nombre real y que fuera dueño de un puestecito en la calle Galiano, el cual debió cerrar hace menos de un año cuando el total de las multas impuestas por los inspectores del gobierno municipal superaron los ingresos de su humilde timbiriche de comidas rápidas.
“Pensé, bueno esto es que quieren dinero pero no, a todos los que teníamos quioscos nos fueron cerrando (…) porque en la misma esquina había una cafetería del Estado que no vendía (…). Claro que no podían vender si todo era pan viejo y jamonada mosqueada pero nos cerraron dicen ellos que por falta de higiene, mentira si nosotros jamás tuvimos el churre que había en esa cafetería”, protesta Carlos, que no piensa en volver a aventurarse como “cuentapropista” y ahora se gana la vida haciendo comidas y bufés por encargo, pero desde la tranquilidad de su casa y sin en el enredo de sacar una licencia.
“No saco una licencia más. Eso es perder dinero y más dinero por un lado y luego desangrarte con multas por otro. Es un castigo, ah… ¿quieres ser independiente? Pues coge lo tuyo. (…) Yo no. Allá los que sueñan que van a convertirse en dueños de una cadena de restaurantes y que van a ser millonarios (…). Consejo sano, cojan ese dinerito y váyanse bien lejos que aquí el pastel ya está repartido”, comenta Carlos a quien la experiencia le ha servido para fijarse una sola meta, ahorrar y emigrar.
Su solución es la misma a la que han llegado otros “emprendedores” cubanos que como él y Diareisis han descubierto ‒quizás un poco tarde en tanto no han podido recuperar el capital invertido‒ que sus aspiraciones no encuentran lugar en el esquema económico diseñado e impuesto por el gobierno cubano, donde el emprendimiento individual, cuando resulta demasiado independiente y “soñador”, es decir, saludablemente ambicioso, se convierte en una amenaza.
“Lo que ha sucedido y lo que está sucediendo es lo que algunos advirtieron mientras otros hablaban hasta de ´cambios irreversibles´”, comenta bajo condición de anonimato un destacado profesor de Economía de la Universidad de La Habana consultado al respecto.
Y continúa: “Cuando usted revisa todo lo que ha dicho el Partido (Comunista) desde que se autorizó el trabajo por cuenta propia hasta hoy, es muy fácil ver que nunca han estado a gusto con una idea que solo les resolvió temporalmente la cuestión del desempleo (…). Necesitan que la fuerza de trabajo retorne (…), mano de obra para levantar ese muerto-vivo que es la empresa estatal socialista y harán tanta presión contra la iniciativa privada que pocos lograrán sobrevivir (…), sí, (sobrevivirán) el zapatero de siempre, el vendedor de maní, la costurera machacando en su maquinita vieja pero nada de poner un atelier ni exportar ni un pañuelo, eso es atributo exclusivo del Estado, incluso ya verán los arrendadores (de viviendas) cuántos quedarán con vida el día que el gobierno quiera recuperar lo que invirtió construyendo hoteles y decida que son competencia a eliminar”, afirma el académico.
“Ya empezaron con los almendrones con el lío del robo de combustible, como si los choferes de los ruteros no lo hicieran (…), nos van a ir desapareciendo poco a poco (…), ya se metieron a cerrar paladares y centros nocturnos por no sé cuántas cosas, corrupción, drogas (…), como si en los del Estado no pasara nada (…), ahora están en lo de las casas de renta, ya hay varias que son del Estado (…), es sofocar a todo el mundo, es no dejar vivir a nadie, así no se puede”, dice Mauro, chofer de un auto de alquiler particular.
Con el paso de los años pero más tras el anuncio de las nuevas disposiciones que regularán el trabajo por cuenta propia en la isla, el entusiasmo de los emprendedores cubanos se ha ido transformando en decepción y en algunos casos en temor de haber apostado al caballo perdedor, sobre todo entre aquellos cubanos que, habiendo emigrado, retornaron a la isla con el sueño de invertir lo que lograron ahorrar durante años de sacrificios y lejanías.
La magnitud de tal desilusión tendrá su mejor indicador en el número creciente de cuentapropistas, sobre todo en los sectores del transporte público y la elaboración y venta de alimentos, que por estos días está pensando en no renovar sus licencias o entregarlas, atemorizados por las más recientes declaraciones del gobierno acerca de la proyección futura del trabajo por cuenta propia en que no se permitirá la acumulación de capital ni el crecimiento de los pequeños negocios.
Quienes soñaron hace una década atrás que llegaría el momento de participar de igual a igual con las entidades del gobierno o con las empresas extranjeras en la economía cubana, ahora se hallan en la encrucijada de despertar o continuar camino quizás hacia la pesadilla.