LA HABANA, Cuba. – Setenta y cinco años después de inaugurarse la primera estación de ferrocarriles de Cuba (Bejucal, 1837) se construyó e inauguró la Estación Central de Ferrocarriles de La Habana, cuyas obras -culminadas en solo dos años- se realizaron bajo el gobierno de José Miguel Gómez y estuvieron a cargo de la compañía estadounidense Frederick Snare Corporation.
La nueva flamante estación -estrenada el 30 de noviembre de 1912- era un imperativo para la capital debido al crecimiento urbano y poblacional para cuya demanda no daba abasto la antigua estación de Villanueva (1859). Dotada de un vistoso edificio de cuatro plantas, entresuelo, un amplio patio de trenes de 14 mil metros cuadrados y una vistosa fachada ecléctica con dos elegantes torres, reloj central y decoraciones artesanales de conchas y escudos sobre la pared, la “Estación de Trenes” -como se le conoce por los habaneros- se yergue sobre la calle Egido, esquina Arsenal, en la zona histórica de la capital.
En 1983 fue reconocida como Monumento Nacional en reconocimiento a “sus valores arquitectónicos e históricos”, pero aun así esta joya de la arquitectura habanera no pudo escapar a la desidia oficial ni a la decadencia propia del sistema, especialmente acelerada con la caída de la URSS y el advenimiento de la crisis económica de los años 90’.
El deterioro del servicio ferroviario de transportación de pasajeros y de la propia Estación Central se produjo simultáneamente, y después de algunas obras de remozamiento cosmético que no resolvieron los problemas constructivos ni funcionales que ya reclamaban inversiones mayores, finalmente ésta dejó de prestar servicios en 2015 y fue cerrada para su restauración y rehabilitación para enfrentar la reparación de mayor envergadura que se haya realizado en esta instalación y que debía haber estado concluida en 2018, tal como reza un gran cartel colocado sobre la valla que cerca su fachada.
Sin embargo, basta acercarse a echar una mirada sobre el edificio y sus dependencias para asegurar que no solo se han incumplido los plazos de entrega, sino que ni siquiera en lo que resta de 2019 asistiremos a su reinauguración, a pesar de que en febrero de este mismo año, un optimista reportaje del sitio oficialista Cubadebate aseguraba que se trabajaba intensamente en jornadas de dos turnos a fin de entregar la obra terminada para la celebración de los 500 años de la capital.
Para entonces, se hablaba de “un atraso de 100 días” respecto del programa original, debido a “la importación de acero para la estabilización de la torre norte, así como otros insumos de la fachada”, a lo que habría que sumar la complejidad de los trabajos que requirieron el reforzamiento de las torres, el remozamiento de la fachada conservando todos sus valores decorativos y patrimoniales, la renovación de la herrería y la carpintería, así como la creación de nuevos salones, la instalación de escaleras eléctricas y la habilitación de nuevos servicios de climatización, iluminación y confort del mobiliario suficientes para cubrir la demanda de “más de 16 mil viajeros diarios”.
Entre los “aires de renovación” que se añadirán a los servicios, el reportaje de referencia mencionaba servicio Wifi y tiendas, lo que -afirmaba- pondrá la Estación Central al mismo nivel que sus similares del mundo.
Por otra parte, se dice que los andenes también están siendo sometidos a restauración, pero aunque el reportaje asegura que en ellos “se restauró todo el acero” y que “el sistema pluvial se hizo completamente nuevo”, en realidad hasta el día de hoy el patio de trenes ofrece una imagen de caos y escombros dispersos por casi la totalidad de sus espacios. Nada evidencia la existencia de andenes, plataformas ni mucho menos líneas o sistemas pluviales.
Obviamente, si se tratara de la restauración de alguno de los hoteles “de capital mixto” o de alguna otra obra de mayor interés para las autoridades, posiblemente se hubiese cumplido el programa de entrega. Pero tratándose de una instalación destinada a prestar servicio fundamentalmente a los nacionales -y que por tanto no constituye una prometedora fuente de ingresos en divisas, al menos mientras no se cuente con locomotoras y coches más eficientes y confortables para los estándares de los visitantes extranjeros- hasta el momento no hay inversionistas extranjeros que inyecten el capital suficiente como para culminar los trabajos.
De asumir como veraces los datos publicados, en este caso las labores constructivas de la Estación Central -cuyo proyecto formularon arquitectos e ingenieros cubanos en coordinación con la Oficina del Historiador- corren a cargo del Ministerio del Transporte, la Unión de Ferrocarriles de Cuba, la Empresa Ferrocarriles de Occidente y la Unidad Empresarial de Base Habana. Así, pues, no hay que sentir demasiado optimismo.
Este 19 de noviembre se cumplirán 187 años de la inauguración de la primera estación de ferrocarriles de Cuba y del inicio de este medio de transporte en la Isla; el segundo de este Hemisferio -solo detrás del ferrocarril de EE UU- y el primero de América Latina. La efeméride, sin embargo, debería ser causa de vergüenza y no de orgullo. El colapso de los ferrocarriles cubanos, refrendado tanto en la infraestructura vial como en el parque de máquinas locomotoras, vagones de carga y de pasajeros y estaciones, son una muestra incontestable de la capacidad destructiva de un sistema sociopolítico y económico que solo necesitó de 60 años para destruir lo construido a lo largo de los 127 años anteriores.
Más aún, el castrismo no solo dio al traste con la antes eficiente capacidad ferroviaria de la Isla, sino que con ello también interrumpió la existencia de un sector de larga tradición laboral en Cuba. Hoy los trabajadores del deprimido sector ferroviario ignoran que es el próximo martes 19 de noviembre -y no el 29 de enero, fecha impostada en 1975 por la egolatría de Fidel Castro- cuando deberían ser homenajeados. Casi dos siglos después de que circulara el primer tren en Cuba, recuperar la eficiencia ferroviaria alcanzada durante el siglo XIX y los inicios del XX es una aspiración.
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