PUERTO PADRE, Cuba.- Opositor radical soy. Y soy un contendiente tajante porque del mismo modo que me opongo a la dictadura comunista y al Estado totalitario, soy contrario de lo fraudulento, de las petulancias y estridencias, vengan de donde vengan. Quizás esa autodisciplina y en definitiva modo de ser, han hecho de mí una persona solitaria.
Nunca he integrado ningún partido político. Pero bien pasada la una de la madrugada de este viernes, alguien dijo: “Él es del partido opositor, yo lo conozco”.
Meditaba que ojalá tuviéramos un partido opositor organizado en Cuba, aunque yo no lo integrara, cuando otro afirmó: “Pues que llame a la policía, que cuando vengan, voy a decir que por el apagón, él se c… en la madre de mi presidente Díaz-Canel”.
El incidente sucedió cuando en un apagón, sin luz, sin aire y con un alboroto al frente, no pudiendo conciliar el sueño debí levantarme, por dos ocasiones, para infructuosamente pedir a un grupo de individuos, visiblemente alebrestados por la ingestión de bebidas alcohólicas, que corrigieran su comportamiento.
Imaginen ustedes… Frente a nuestra casa, aquel grupo de borrachos entre los que se encontraba el mismo custodio del almacén de la industria alimenticia municipal, vociferante se la pasaron hasta las cuatro de la madrugada, sentados frente a la garita, sin permitirnos dormir.
Los delincuentes “revolucionarios”
Ellos, en su condición de delincuentes “revolucionarios”, en ese momento gozaban de licencia para delinquir, como antaño los corsarios tuvieron patente para robar; ellos, con nocturnidad, en la madrugada se habían convertido en perpetradores de un delito de alteración del orden público y de amenaza, constituida por denuncia o acusación falsa al decir: “que llame a la policía, que cuando vengan, voy a decir que por el apagón, él se c… en la madre de mi presidente Díaz-Canel”.
A Miguel Díaz-Canel, jefe del Estado y del Partido Comunista de Cuba (PCC), he dicho por escrito y publicado lo que debo decir. Y, si no le he dicho personalmente lo que pienso de él y de su actuación como gobernante, es porque la policía política no me ha dejado acercarme a él. Cada vez que Díaz-Canel viene a Puerto Padre, a mí, me detienen.
Y… Si yo llamaba a la Policía, ¿a quién creerían los policías actuantes, al “opositor contrarrevolucionario” o al borracho que decía dándose en el pecho: “mi presidente Díaz-Canel…?
“¿Por qué no llamó a la policía?”, me preguntaron en la Fiscalía cuando a la mañana exigí restituir mis derechos conculcados, respondiéndose así mismo el fiscal: “Sí, usted temió que se virara la tortilla”.
“Mi presidente”
“Efectivamente. Yo temí pasar la madrugada en el calabozo, mientras en la garita del almacén de la industria alimenticia el guardia y sus amigos seguirían tomando ron”, dije.
En la Fiscalía, donde este viernes fui respetuosamente atendido, prometieron darme una respuesta jurídica de los quebrantamientos administrativos y legales sucedidos, en mi caso personal, ocurridos la madrugada de este 24 de mayo, pero que en el municipio de Puerto Padre, y, en cualquier otro municipio de Cuba, son sucesos cotidianos, donde se trasgreden las normas de convivencia humana y las relaciones de vecindad, sin que la mayoría de las personas afectadas en esos hechos delictivos, exijan respeto por sí mismos y por sus derechos.
Pero en Cuba este no es el caso: los cubanos todavía estamos por aprender a escoger nuestras armas y el momento de dar la batalla; porque la batalla, si no es para ganarla, no se da en el momento que se la presentan a uno, sino en el terreno que uno escoja para dar la batalla y vencer. Sirva, como instructiva en esta lucha de los derechos civiles contra el totalitarismo, esta crónica de un opositor solitario, que esperó, calladamente, toda una madrugada, para enfrentar en la mañana y en el lugar adecuado, a un grupo de borrachos “revolucionarios”, escudándose en “mi presidente Díaz-Canel”.
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