LA HABANA, Cuba.- En Cuba, el verbo “especular” ha sustituido a “ostentar”, una tendencia que surgió en los años del Período Especial, al cual los cubanos entraron todos juntos, pero han ido saliendo uno a uno. Por aquel entonces, las diferencias en cuanto a poder adquisitivo eran pautadas por quienes tenían acceso a divisas y los que no. Con la despenalización del dólar, la emigración y el creciente número de cubanos residentes en la Isla que recibían remesas desde el exterior, comenzaron a notarse las primeras brechas en esa supuesta igualdad social y económica, preconizada por la revolución cubana.
En una sociedad que carecía absolutamente de todo, la “especulación” se convirtió en una especie de síndrome que hacía que personas con acceso a bienes y servicios entonces reservados exclusivamente para el turismo, se mostraran en la sociedad como poseedores de un poder adquisitivo superior.
En la mayoría de los casos aquella bonanza era solo aparente, pues dependía de segundos o terceros actores. Jineteras, proxenetas, contrabandistas…, representaban una porción del entramado social que por su trabajo con los turistas podía permitirse placeres que no estaban al alcance del resto, y cuya exhibición los eximía de la imagen de miseria reinante. Al mismo tiempo, les permitía restregar en la cara de revolucionarios hipócritas y hambreados la dicha comprada con los dineros de la inmoralidad, que si bien no eran suficientes para cambiar de forma radical el modo de vida, al menos servía para satisfacer algunas necesidades materiales y pretender otro estatus económico.
Aquellos primeros especuladores hallaron su banda sonora en una canción popularizada por Paulo FG, uno de los primeros tributos salseros a La Habana y su variopinta fauna. A partir de entonces, ser un especulador devino en tipo corriente, cuya presencia creció con la irrupción del reguetón, su estética del bling-bling y su apología de las marcas, las joyas y el hedonismo en sentido general.
Paralelamente a la ilusión de poderío promovida por el reguetón, muchos de los cubanos que emigraron a Miami durante y después del Período Especial creen que viajar a Cuba cargados de prendas es una forma efectiva de demostrar que están nadando en plata, aunque en buena parte de los casos no sea cierto.
Durante algún tiempo la Isla fungió como pasarela del exhibicionismo para emigrados residentes a noventa millas. Pero fueron los propios cubanos quienes delataron a sus compatriotas especuladores, revelando que rentaban las prendas, o éstas solo tenían un fino baño de oro.
Poco a poco se abrieron paso las historias de criollos que viven al día en Estados Unidos; pero vienen a Cuba con joyas prestadas o alquiladas, pacotilla y algún dinero que siempre parecerá una fortuna a quienes malviven en el epicentro de las penurias. Otros realmente tienen solvencia económica, pero no pueden dejar pasar la oportunidad de que sus paisanos vean cuán bien les ha ido en el Norte, provocando de paso un poco de envidia. Ambos tipos muestran rezagos del sufrimiento causado por tantos años de miseria material que, al cabo, se ha convertido en miseria humana.
Ningún cubano emigrado quiere ser el “perdedor” o el “pasmao”, pues se supone que en Estados Unidos triunfan todos. Aunque ese mito agoniza, el familiar que vive en el extranjero sigue siendo visto como un dios que trae electrodomésticos, medicinas, ropa, dinero y la posibilidad de un todo incluido en Varadero. En dicho arquetipo se ven atrapados los cubanos que emigran y cada uno, según su nivel cultural y sentido común, trata de ajustarse para no decepcionar.
Hoy la especulación no se circunscribe a los cubanos que viven en Miami y viajan a la Isla a realizar su performance de rufianes adinerados. También entre los insulares se ha esparcido la moda de vestir con ropa de marcas pirateadas, comportarse como mafiosos y andar colmados de cadenas, manillas y sortijas que no son de oro; pero parecen, y eso es lo que importa.
Detrás de tal actitud rige un pensamiento subdesarrollado que sobresale por encima del empaque. El significado original del término “especulador” fue modificado de manera inconsciente para identificar a quienes sustentan su alarde en la pobreza de la sociedad cubana. No se trata de tener en mayor o menor cuantía; sino de que en un contexto de permanente miseria material, el mínimo poder adquisitivo, o la ilusión del mismo, puede ser motivo de regodeo y envidia.
No obstante, Miami y La Habana están demasiado cerca como para que los de aquí ignoren qué hay debajo de la profusión de joyas del recién llegado. Quienes tienen un poco de mundo, saben que los millonarios vienen a Cuba en sandalias; mientras que los especuladores son el equivalente del tuerto en el país de los ciegos.