VILLA CLARA.- El calor del ambiente casi puede empacarse en bolsas. El sol pareciera mantenerse en posición vertical, aun cuando el reloj marca las tres de la tarde en Santa Clara, Cuba. Del parque hacia abajo circula una turba acelerada de gente vestida con ropa de baño: sombreros, pañuelos, chanclas, trusas de todos los colores. A más de cincuenta kilómetros no existe asomo de aguas salobres. Solo queda cerca, muy cerca de allí, los afluentes putrefactos de un río en desuso.
En un perímetro pequeño, que no sobrepasa los 150 metros, se han acumulado más 200 personas. A la entrada de El Mejunje, el sitio inclusivo y diverso del centro de Cuba, se divisa una extensa y desorganizada fila que cubre toda la acera de la cuadra. Dentro, los concurrentes se respiran encima, bailan en un espacio reducido mientras reciben una ducha constante que proviene de las mangueras agujereadas y dispuestas entre los árboles del lugar.
Hace años que Ramón Silverio, fundador y director de El Mejunje, decidió organizar un convite para el verano al que bautizó como Fiesta del agua, alternativa para muchos jóvenes que no pueden pagar la entrada a piscinas, ni campismos, ni planificar viajes a la playa más cercana.
El portero pide un poco de mesura y los pasa de cuatro en cuatro, para que no se aglomeren a la hora de pagar. Por solo cinco pesos (moneda nacional) los muchachos se empapan durante cuatro o cinco horas, lucen los cuerpos semidesnudos como si estuvieran en la costa, se pasean por las calles de la capital provincial exenta de sitios baratos para divertirse en el verano y desafían las miradas inquisidoras de quienes regresan a esa hora de sus centros de trabajo.
Dos veces al año, solo dos veces al año, Adriana Sánchez logra reunir “a todos los socios” en un mismo lugar, “para descargar y celebrar el fin de curso”. “En otros países es más fácil”, argumenta. “Coges un carro y te vas para la playa con cerveza y algo para picar. Eso lo veo en las películas. Yo salgo con mis padres a Caibarién, a veces, cuando mi tía me invita a su casa, pero no puedo llevar a más nadie. El único momento para compartir con mis amigos, y que haya agua, es este”.
“Esto es una bomba y hay que aprovecharla”, explica Osvaldo Manrique, otro muchacho que espera su turno en la fila para adentrarse en El Mejunje. “Ponen música de la que nos gusta a nosotros los jóvenes. Faltar es imposible. La gente se entera enseguida porque están pendientes de que Silverio ponga el día. Se riega, se riega fácil. Allá dentro lo que hacemos es fiestar, fiestar, más ná que eso. Más bien esto es la fiesta del sudor porque se demora un poco en llegar el agua”.
Ni Adriana ni Osvaldo tienen familiares en las Fuerzas Armadas o en el MININT, que les garanticen la entrada con carné de por medio a dos de los balnearios dispuestos para los trabajadores de dichas organizaciones en Santa Clara. Como ellos, la mayoría de los muchachos que frecuentan El Mejunje y las populares Fiestas del agua no pueden permitirse pagar 10 CUC por un “pasadía” en los hoteles Los Caneyes y La Granjita.
Jorge Luis Crespo es uno de esos personajes que identifican a El Mejunje. Silverio le dio cobija en la institución que se convirtió en su casa, porque antes no tenía donde pernoctar. Cuenta que le duelen las piernas, que lleva días preparando la telaraña de mangueras en el patio y conectándolas al tanque para que no falte el agua porque “cuando esto arranca no lo podemos parar. La gente empieza a protestar si se va el agua. Ahora viene otra pipa a llenarnos la cisterna”.
“No hay otro lugar mejor donde estar”
Los chorros caen ligeramente encima de los cuerpos, solo logran acariciarlos, nunca humedecerlos por completo. A falta de líquido, los muchachos elevan vasos plásticos hasta recoger una cantidad bondadosa para lanzárselos encima unos a otros. “Con estos calores que están haciendo no hay otro lugar mejor donde estar”, explica Carlos Alfonso, de 27 años. “A veces vamos al río o la playa, pero la terminal en estos meses se pone de piedra y volver de Caibarién para acá a las seis de la tarde es muy difícil”.
En una esquina dos muchachas se besan. Debajo de la lluvia artificial otros dos improvisan danzas sexuales de apareamiento, se toman de las manos en plena ley de libertad, con la certeza de que no serán expulsados ni segregados. La fiesta del agua es también la fiesta de la diversidad, a la que asisten transexuales, travestis, lesbianas… en un intento de jolgorio múltiple donde nadie condena ni construye posturas homofóbicas. “Aquí nadie está mirando si eres gay o lesbiana. Venimos todos, el que tiene mucho y el que tiene poco. Tampoco se forman broncas, porque todos vienen a divertirse, a descompresionar”, considera Oscar Luis Garcés mientras se aferra a la cintura de su pareja.
Sin embargo, a Elisa María, de 19 años, le molesta cierta agresividad en la escena del patio. “Está bueno, sí, pero la gente no pone de su parte. Los muchachos hacen slam y eso da un poco de miedo. Se empujan y les dan codazos a los otros”.
“A mí me gusta que ponen cualquier tipo de música y las posibilidades económicas también influyen. Irnos para la playa nos cuesta más. A la gente no le da pena andar por ahí en tangas porque posiblemente las puedan usar pocas veces al año”, opina Yasniel García, vocero de un grupo de adolescentes descamisados prestos a conseguir vino en alguna parte de la ciudad.
A las cuatro de la tarde el suelo se ha salpicado de vómito y dos o tres abandonan el lugar con las plantas de los pies ensangrentados, a causa de las botellas partidas por la propia estrechez con la que bailan.
Las fiestas del agua de El Mejunje se asemejan, en menor escala, a las conocidas discotecas de Ibiza o al festival Rotilla, eventos donde también prima la libertad sexual y hasta cierto desparpajo. Resulta funcional desde el punto de vista enajenante para grupos sociales y minoritarios de la ciudad. Más que una tradición de la época estival, se convierte en una alternativa económica e inclusiva que, a pesar de los detractores o la falta de agua, se mantiene como propuesta diferente y exótica en una ciudad donde no existen prácticamente espacios para los jóvenes.