MIAMI, Estados Unidos.- Se calcula que de los más de 2 millones de cubanos que en la actualidad residen en Estados Unidos, unos 77 000 llegaron a las costas del Norte en balsa. También se estima —según el Servicio de Guardacostas de los Estados Unidos— que llegan sanos y salvos uno de cada cuatro balseros. En otras palabras, de cada cuatro que intentaron el cruce, tres se habrían ahogado.
El cálculo no es difícil de hacer, lo que significa que, si la guardia costera norteamericana no se equivoca, unos 231 000 cubanos y cubanas desesperados naufragaron en el Estrecho de la Florida en los últimos 60 años. Doscientos treinta y un mil cubanos. En seis décadas. Dieta especial y sin libreta de racionamiento para tiburones tropicales. Un verdadero cementerio marino. Un marenterio. Se dice y no se cree.
Esa cifra no incluye a los que salieron de Cuba en 1980 por el puente marítimo El Mariel-Cayo Hueso; ni cuenta a los 70 cubanos asesinados —hombres, mujeres y niños— a bordo del barco XX Aniversario, en la desembocadura del Río Canímar, en la provincia de Matanzas; o a los 41 ahogados —13 de ellos menores de edad— durante la embestida, a siete millas de la bahía de La Habana, contra el Remolcador 13 de Marzo el 13 de julio de 1994. El marenterio cubano cuenta con muchos más cadáveres. En vez de un campo de exterminio, ha sido un mar.
Entre esos 231 000 cubanos yacen los huesos de Elizabeth Brotons, la joven madre de un niño llamado Elián González, único sobreviviente de aquel naufragio que en noviembre de 1999 le costó la vida de 12 personas (la realidad de ese día no obedeció a las estadísticas: en vez de uno de cada cuatro, esta vez fue uno de trece). ¿Se sabe a ciencia cierta qué traumas penetraron la psiquis de ese niño de seis años al ver a casi toda su familia ahogarse en el océano? ¿A su madre desaparecer en el oleaje? ¿A los tiburones hambrientos que por días rodearon el bote donde huían?
¿Habrá visto Elizabeth Brotons, en medio del delirio, alguna imagen sobre el mar que le haya dicho “Yo soy la Virgen de la Caridad”? Los dos Juanes y Rodrigo, según la leyenda, vislumbraron precisamente esa imagen en la bahía de Nipe, dícese que en 1617. ¿Dónde estuvo Cachita aquel 25 de noviembre que no alcanzó a rescatar a una madre agonizante? ¿Es que ahora, en tiempos modernos y de ciencia empírica, ya no ocurren esos milagros? ¿Se ha cumplido la cuota divina asignada a nuestra maldita isla? ¿Estaremos ya los cubanos abandonados a nuestra suerte, a pesar de tener a San Lázaro en su rincón, a la virgen de Regla que guarda la bahía, o a la santa patrona venerada en dos santuarios?
Hace dos semanas se supo de ocho balseros, entre los que se encontraban dos niños, desaparecidos desde que salieron de Caibarién en balsa, rumbo a la Yuma, el pasado 8 de agosto. El Servicio de Guardacostas se dio a la tarea de encontrarlos, pero suspendió la búsqueda el día 15. Otro gallo cantaría si José Basulto y sus pilotos rescatadores de balseros no hubieran sido sacados de circulación luego del lamentable derribo de las avionetas el 24 de febrero de 1996 y la muerte —léase, asesinato— de cuatro de los jóvenes aviadores de Hermanos al Rescate.
¿Que hacen, qué piensan, cómo se desesperan seis adultos con dos niños en alta mar, con la muerte del otro lado de una ola y sin vírgenes celestiales a la vista? El periódico Sun Sentinel reportó que durante el año fiscal 2015 unos 4 473 cubanos intentaron llegar a las costas de la Florida. Los más recientes habían integrado un grupo de 27 balseros, de los cuales 18 fueron recogidos por un crucero de la Royal Caribbean.
Esos 18 sobrevivientes fueron testigos de la muerte de los nueve restantes, quienes probablemente fueron a parar a las fauces de algún tiburón blanco, de los llegados recientemente desde Canadá a las aguas del golfo de México. Son apenas una fracción de los miles de testigos horrorizados con que cuenta ese mar de muerte.
¿Cuántos horrores puede resistir un ser humano? ¿Cuántos, un pueblo? Más de 200 000 vidas perdidas en las profundidades del océano. ¿Cómo nos reconciliamos con el aparente descanso que disfruta la virgen en las alturas de El Cobre?
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