LA HABANA, Cuba. – En el periódico Juventud Rebelde del 21 de noviembre de 2018 aparece el artículo “¿Cómo ganar con el ganado?”, sobre la necesidad de inversión extranjera para “rescatar” la ganadería cubana. El artículo comienza recapitulando (por supuesto, con palabras más sutiles) cómo en la época en que éramos colonia rusa nos entraban los recursos por tuberías y las vacas estaban gordas. Al desintegrarse el campo socialista, la ganadería decayó hasta tal extremo que aún no hemos podido restablecerla con nuestros propios recursos. Luego menciona conceptos que al cubano promedio le resultan desconocidos o extranjeros, como “cortes de carne fresca”, “queso mozzarella”, “paté de hígado” o “pierna y pechuga magret”, y, lo más sorprendente, se refiere a ellos como “productos que en un momento se produjeron y por la situación económica del país se dejaron de producir y hoy estamos incentivando nuevamente” (sic).
Y es que la ganadería, como los demás sectores económicos tanto rurales como urbanos de la Cuba de 1959, fue arrebatada a sus legítimos dueños por el nuevo gobierno revolucionario. Panaderías, fincas, carnicerías, peluquerías, sastrerías, lavanderías, dulcerías, timbiriches, en fin, todos los negocios privados, ya fueran grandes, medianos, pequeños y aun insignificantes, fueron engullidos por la insaciable maquinaria comunista, pues la propiedad estatal absoluta es uno de los pilares fundamentales del totalitarismo cubano.
Para justificar el despojo, el gobierno revolucionario alegó que “acabaría con la explotación”. Los negocios secuestrados cayeron en el abandono gubernamental, y los campos quedaron cubiertos de marabú. Entre ellos, las tierras de mis abuelos paternos. Con gran esfuerzo, y sin explotar a nadie, mis abuelos con sus tres hijos habían construido una panadería, una carnicería y una bodega. Luego compraron una finca de siete caballerías infestadas de aroma (una planta espinosa) y algunos frutales. Allí fabricaron una vivienda modesta y toda la familia sembraba y trabajaba en el campo. Así, con sacrificio y trabajo duro, incrementaron los frutales, prosperaron y pudieron comprar otra finca de doce caballerías para caña de azúcar y cría de ganado –que no necesitaba inversión externa para ser rentable.
En 1959 comenzó el acoso en la persona de un comandante americano llamado William Morgan, quien con sus hombres, sus jeeps y sus armas largas, se aparecían en la casa a tratarlos de “explotadores”, hostigarlos e intentar intimidarlos para obligarlos a vender los negocios, y luego, al negarse mis abuelos, se los “expropiaron”, como llaman los comunistas al despojo y el saqueo cuando lo perpetran ellos. De las fincas se apropiaron los capataces, “beneficiados” por la ley de reforma agraria. He pasado varias veces por la carretera desde donde se divisa una de las antiguas propiedades de mis abuelos. Es doloroso ver la casa derrumbada y las tierras llenas de marabú.
Pero si los campos cubanos se llenaron de marabú, el país entero quedó en ruinas. Hoy, para intentar salvar lo posible de los servicios públicos y comunales, recuperar nuestras industrias azucarera, ganadera o agrícola, y desarrollar los diversos sectores de nuestra economía, se habla de la necesidad de inversión extranjera, que solo conduce a acrecentar nuestra deuda externa y hacernos aún más dependientes. Sin embargo, de los rubros rescatados el pueblo no percibe beneficios. Por ejemplo, a nuestros niños no se les vende leche fluida sino en polvo, y eso solo hasta los 7 años. La leche de vaca (de producción nacional, por cierto) solo se ve en las tiendas en divisa, a precios nunca inferiores a 1 CUC por litro.
Y mientras el país se destruye y se endeuda, el emprendimiento privado es obstaculizado y perseguido en lugar de recibir las garantías y facilidades que merece y necesita para contribuir a desarrollar nuestra economía.