LA HABANA, Cuba.- Apenas el huracán Irma abandonaba suelo cubano cuando ya las brigadas de reconstrucción, por orden del gobierno, marchaban hacia los principales enclaves turísticos con el fin de tener listas las instalaciones hoteleras para la actual temporada alta.
Contrario a lo publicado en los medios de prensa oficialistas acerca del rescate entregado a los damnificados, lo que sucedía a la vista de todos era indicativo de que no importaban los costos de las inversiones para el turismo, aun cuando estos se tradujeran en afectaciones para una población ya de por sí empobrecida y que, tras el paso del meteoro, quedó situada más allá del borde de la miseria. Para el régimen, el turismo está primero.
Ni siquiera la importación y producción insuficientes de materiales para la construcción, su urgente demanda por las miles de familias que, tan solo en la capital, aún permanecen a la espera de ayuda, detuvo las obras destinadas al turismo, incluso aquellas que no necesariamente debían ser entregadas a principios de 2018, como las realizadas por el grupo CIMEX en el Mercado de Cuatro Caminos o en la gasolinera de 23 y Malecón, por recordar solo dos.
Si hoy los informes indican que ha sido recuperada la totalidad de las estructuras y áreas destinadas al turismo internacional dañadas por el huracán y que incluso se continúa con el plan de ejecución de nuevas obras, por otra parte ocultan lo que ha sucedido con aquellos lugares que, por necesidad más que por tradición, han sido el destino vacacional de los cubanos que no cuentan con recursos suficientes para viajar a Cayo Coco o Varadero.
Las playas del Este de La Habana, y en especial el pueblo de Guanabo, debido al abandono sostenido, pudiera ser un ejemplo del poco interés que prestan las autoridades de gobierno a aquellos lugares donde el componente poblacional mayoritario no son extranjeros sino personas humildes.
Sin embargo, aunque el deterioro es alarmante, se sospecha que tras el aparente desinterés institucional se oculta una maniobra que busca ahuyentar poco a poco a los habitantes de las zonas más cercanas a la duna para posteriormente comenzar la ejecución de proyectos encaminados a fomentar el incremento de vacacionistas extranjeros.
La estrategia de no otorgar nuevas licencias de reparación a aquellos propietarios cuyas viviendas cercanas al mar fueron destruidas o declaradas inhabitables, aun cuando cuenten con los recursos para acometer las labores, tiene como objetivo despoblar el área paulatinamente bajo el pretexto de recuperar la duna.
No obstante, pobladores de la zona denominada Playa Veneciana, en las cercanías de Guanabo, tradicionalmente explotada para fines de extracción petrolera y como coto de recreo de las Fuerzas Armadas, afirman que el lugar es visitado constantemente por grupos de proyectistas e ingenieros civiles y que se habla de construir un campo de golf asociado a un gran complejo inmobiliario con capital chino.
“Si lo que buscan es recuperar la duna entonces ¿por qué han llevado las tuberías de gas y agua hasta allí?”, se preguntan con razón varios de los pobladores obligados a abandonar el lugar.
Hacia el centro del poblado de Guanabo sucede algo similar. Cada día aumentan las edificaciones en ruinas y quedan muy pocos tramos de playa aptos para el baño. Aunque es un asunto que durante los últimos años ha levantado protestas entre visitantes y pobladores, no ha habido más respuesta de las instancias de gobierno que aumentar, mediante regulaciones locales y desidia, las presiones de todo tipo para acelerar la despoblación.
Los desperdicios se acumulan en donde antes hubo arena, apenas quedan lugares donde sentarse a la sombra. Todo está lleno de piedras, cristales rotos y el paisaje es deplorable.
“Hay lugares que ya no reciben agua. Dicen que el sistema de acueducto está muy deteriorado y que hay problemas con la sequía, pero no dejan de enterrar tuberías en la Veneciana”, protesta Gladys, residente en Guanabo.
Su casa, como muchas otras, está considerada en peligro de derrumbe pero ella se resiste a abandonarla. Sabe cómo funcionan las cosas y apenas se aleje del lugar, posiblemente el terreno será adquirido por algún extranjero o cubano con dinero suficiente para obtener, mediante soborno, un permiso de construcción.
“Es lo que pasará. Ahora Guanabo está así pero si la gente se sigue yendo y los extranjeros comprando, en unos años será tan caro como Varadero. Dejará de ser la barranca de todos”, pronostica Gladys.
Su vaticinio no es desacertado. El proyecto de desarrollo económico del gobierno cubano, enfocado en la atracción de capital foráneo en detrimento de la iniciativa de los emprendedores cubanos, establece nuevas categorías sociales donde el ciudadano de a pie queda anulado, marginado, así como sus espacios de participación se reducen en favor de los ingresos externos.
Para el no muy lejano año 2030, según se continúa anunciando en las carteras de oportunidades para la inversión, publicadas por el gobierno cubano, se espera que el litoral norte de La Habana quede transformado en un conglomerado de negocios inmobiliarios, ninguno destinado al disfrute pleno del ciudadano cubano.