LA HABANA, Cuba.- La prensa oficial continúa cubriendo profusamente la estancia del presidente no electo de Cuba en Nueva York ante la total indiferencia de los nativos de esta isla sin sueños. Díaz-Canel, sus abúlicos discursos, sus descafeinadas conversaciones y esas poses forzadas de quien sabe no estar a cargo y teme confundir el bocadillo o fallar en la encomienda de sus amos, han invadido por estos días los espacios informativos de televisión y probablemente hayan agotado las reservas de tinta de la prensa impresa.
Las constantes menciones a los hermanos Castro, la peregrinación a los sitios que visitara el Difunto en Jefe, las habituales soflamas contra el gobierno estadounidense y el infaltable “Bloqueo” han sido constantes en las alocuciones de este presidente que, carente de programa propio, ha sido programado por la cúpula del poder solo para dar continuidad al castrismo.
Algunas de las entregas más recientes del monopolio de prensa gubernamental mostraron el encuentro del Recadero por designación con algunos conocidos artistas y “destacadas personalidades” de la excéntrica fauna progre neoyorkina, encantados todos ellos de romper sus rutinas de cócteles e hipócritas peroratas anticapitalistas, para invitar a la mascota del General Castro II a una velada en un apartamento del edificio Dakota; y así también han sido difundidas las imágenes de la ofrenda de la “comitiva presidencial” ante la estatua ecuestre de José Martí en el Parque Central, entre otros paseos.
Hasta ahí, entre estrechones de manos, sonrisas de utilería y ensayados silencios, Díaz-Canel sorteó los obstáculos relativamente bien, dadas sus condiciones de portavoz más que de Presidente propiamente dicho.
Sin embargo, el verdadero desliz, el desacierto mayor de todo el montaje mediático concebido por los ideólogos del Palacio de la Revolución de La Habana para esta simbólica gira neoyorkina, fue la visita a la Zona Cero, ante el Monumento a las tres mil víctimas de los atentados del 11 de septiembre de 2001, exactamente en el lugar donde se erigían antes de esa fatídica fecha las Torres Gemelas que marcaban el vórtice del Trade World Center.
En lugar de guardar respetuoso silencio en el sitio donde perdieron la vida tantas personas inocentes, el señor Díaz-Canel lanzó la declaración pautada para la ocasión, afirmando el rechazo del gobierno cubano “a la práctica del terrorismo”. Pero, añadió, “más que al terrorismo a las causas que lo provocan: el afán expansionista del capitalismo”.
Así, de la manera más grosera e irreverente, este sujeto redujo a un simple esquema ideológico la mayor tragedia sufrida por el pueblo estadounidense en su historia reciente. Más aún, semejante declaración justifica de manera implícita el crimen. Porque, de no ser por “el expansionismo capitalista” no se hubiesen producido estos ataques. O dicho de otro modo, la muerte de estas miles de personas fue la consecuencia del afán de justicia de quienes se sienten oprimidos por el insaciable capitalismo.
De un plumazo, como por arte de birlibirloque, el “homenaje” del pretendido mandatario se transmutó en profanación al criminalizar a las víctimas. Un verdadero sacrilegio a la memoria de los fallecidos en tan despreciable acto y un ultraje al sentimiento nacional de ese país. Insulto tanto más indigno por cuanto es precisamente el gobierno que Díaz-Canel representa el que durante décadas se ha desgarrado las vestiduras en todos los foros internacionales para denunciar numerosos actos terroristas contra Cuba. ¿Es que hay terrorismos buenos y terrorismos malos?
Siguiendo tan retorcida lógica, ¿acaso la muerte de decenas de jóvenes deportistas cubanos en la explosión en pleno vuelo de un avión, que tanto dolor causó en la Isla, se justificaría (siquiera se explicaría) por “el afán expansionista del socialismo?
De ser así, las ansias independentistas chechenas serían la “justificación” de sus repetidos ataques terroristas en Rusia, en algunos de los cuales, ciertamente, las víctimas han caído tanto bajo las balas chechenas como bajo las radicales respuestas del propio ejército ruso.
Y así también los etarras vascos, los tupamaros el Ejército Republicano Irlandés , los Tigres Tamiles, Boko Haram y otros tantos grupos terroristas del más diverso pelaje no serían más que dignos escuadrones libertarios impulsados por su espíritu de justicia.
Afortunadamente para los cubanos, que vivimos en una Isla cuyo gobierno ha sido acusado en numerosas ocasiones de ofrecer refugio a terroristas, los numerosos pueblos en los que el castrismo (como satélite de la URSS) sembró guerrillas –en muchos de los cuales ahora este propio gobierno pretende reescribir la historia sembrando médicos, maestros e instructores de arte–, las víctimas de tantas guerras derivadas del “expansionismo socialista” no parecen dispuestos a cobrar con el terror la sangre derramada por sus naciones, la usurpación de sus riquezas, la imposición de ideologías a fin de cuentas tan “occidentales” como el propio capitalismo.
Ahora las autoridades cubanas posan de pacifistas, denuncian la proliferación de armas y condenan “la práctica del terrorismo”, como si el teoría tal asunto fuese legítimo. Cuando lo cierto es que si tantos pueblos afectados por nuestra causa fueran a cobrarnos cuentas históricas, terrorismo mediante, probablemente no quedaría en la Isla piedra sobre piedra.
No obstante, algún tipo de justicia humana o divina debe existir. Hoy muchas de las naciones a las que los Castro exportaron sus guerras gozan de paz, construyen sus democracias y prosperan; mientras los cubanos seguimos viviendo el castigo del mismo terror de baja intensidad pero de calamitosos efectos que nos ha consumido durante 60 años: la destrucción de todas nuestras libertades por parte de un clan al que Díaz-Canel, cual mono de organillero, le sigue bailando su música.
Esperemos que los ciudadanos estadounidenses no nos guarden rencor. Ese profanador que así los ofende no nos representa a los cubanos, sino a un poder que nos ha causado como pueblo aún más víctimas inocentes que las caídas en aquel dolorosamente inolvidable 11 de septiembre.