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Infiernos medioambientales en el “paraíso” de sol y playa llamado Cuba

El pedraplén que une a Cayo Coco con tierra firme, ideado por Fidel Castro, todavía es una de las mayores catástrofes ecológicas de Cuba.

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LA HABANA, Cuba. – En la carretera a Cayo Coco todavía se puede ver la pancarta con la orden de Fidel Castro que dio inicio a una de las mayores catástrofes ecológicas en Cuba.

“Aquí hay que tirar piedras sin mirar para alante”, fue lo que dispuso el dictador en los umbrales de la década de los 80 cuando aún no se escuchaba hablar de “inversión extranjera” ni se avizoraba la crisis económica de los años 90, como consecuencia de la caída del comunismo en Europa del Este. 

En aquel entonces, con los recursos de los soviéticos a su disposición, el antojo del caudillo fue construir improvisadamente un pedraplén sobre el mar que uniera Turiguanó, en Ciego de Ávila, con los cayos Coco y Guillermo, a más de 60 kilómetros de tierra firme. 

Cartel con la frase de Fidel Castro a la entrada del pedraplén a Cayo Coco (Foto de los auores)

Ocuparía y contaminaría miles de kilómetros cuadrados de humedales. Desaparecería  y pondría en riesgo cientos de animales y plantas endémicos, más los sitios de reproducción de muchas especies migratorias, pero se haría su voluntad “al precio que fuera necesario”.

Eran islotes deshabitados, infectados de mosquitos, prácticamente vírgenes, sin reservas de agua potable pero igual eran usados esporádicamente como coto de caza privado por el comandante Guillermo García Frías —ministro de Transporte en los años 80 y, posteriormente, nombrado director de la Empresa Nacional de Flora y Fauna—, que fue quien le habló en los años 70 de las buenas playas y zonas ideales para la pesca submarina, uno de los pasatiempos preferidos por el líder comunista.

Fidel Castro los había visto alguna vez, cuando el avión en que viajaba sobrevoló la zona, pero no le prestó demasiada atención. Ya tenía su más querida propiedad en Matanzas, en un islote conocido como Cayo Piedra, a donde solía viajar acompañado de su familia. Sin embargo, los comentarios reiterados del amigo sobre aquel lugar casi inaccesible le despertaron el interés por colonizar los Jardines del Rey. 

Así los visitó en varias oportunidades. Lo hizo a bordo de su yate personal, el Aquarama, y custodiado por una cuadrilla de helicópteros con tropas y aviones de combate. Pero con los años 80 llegó la crisis migratoria del Mariel y la zona marítima del norte se tornó peligrosa con tantas embarcaciones provenientes de Miami en las proximidades. 

Después de varias exploraciones —demasiado en los límites de las aguas territoriales cubanas—, el equipo de seguridad personal de Fidel Castro concluyó que visitar la cayería norte de Cuba por la vía marítima era una operación en extremo riesgosa. 

Fue entonces que comenzó su obsesión por construir una conexión terrestre, que facilitara una vía de acceso alternativa y estratégica para la evacuación rápida, aunque por la magnitud de las obras (con la cantidad de fuerza de trabajo y recursos que ocuparía), se presentaba el contratiempo de no poder ejecutarlas de manera discreta.

Así, en 1980, después de nombrar ese mismo año a Guillermo García Frías como ministro de Transporte, en sustitución del general Enrique Lussón Batlle, y  aprovechando los festejos oficiales por el 26 de julio en la provincia, se le ocurrió prometer a los avileños el acceso a “playas dignas para que vacacionaran los obreros con sus familias”, pero hasta la actualidad ningún trabajador cubano, cuya economía personal y familiar dependa exclusivamente de un salario estatal, ha podido visitar los cayos como turista con totales derechos.

En 1983, sin estudios previos sobre el impacto ambiental que tendría la construcción del vial, comenzó el vertimiento al mar de toneladas de piedras y áridos extraídos tanto de canteras de tierra firme como de los propios cayos, donde llegó a haber una veintena de yacimientos, algunos de ellos todavía en explotación.

La obra se extendería desde la Playita Militar, en Turiguanó, hasta La Silla, al sur de Cayo Coco. Atravesaría decenas de cayos, entre ellos Rabihorcado, donde acamparon durante meses tropas de soldados hasta que, oficialmente, el 26 de julio de 1988 las dos puntas del pedraplén se encontraron. 

Vista de los cayos desde el pedraplén a Cayo Coco (Foto de los autores)

“Primero fue una sola brigada tirando piedras como locos. Después, cuando se hace el Contingente El Vaquerito, se formaron dos grupos, uno en tierra firme y el otro en los cayos. (El propósito era) avanzar desde ambos lados para aminorar el tiempo. Uno desde la Playita Militar y el otro desde La Silla, en Cayo Coco, atravesando Cayo Rabihorcado. (…) Llevar las máquinas y los camiones y mantener la brigada en los cayos fue una odisea, aquello estaba virgen, era casi imposible llegar si no era con la técnica militar, como si se tratara de un desembarco”, dijo a CubaNet el ingeniero civil Evelino Pons, actualmente jubilado. Él estuvo entre los primeros especialistas reclutados para el proyecto en la cayería norte. Graduado en el Instituto Técnico Militar de La Habana, fue enviado a Ciego de Ávila como primera ubicación laboral y allá se mantuvo construyendo carreteras en los cayos hasta finales de 1998.

“Los primeros días se metió bulldozer día y noche para poder ubicar las canteras. Echamos abajo cayos completos a buldócer, machete y dinamita (…). Éramos novatos, teníamos nociones muy vagas de lo que estábamos haciendo, aprendiendo sobre la marcha, así que a ninguno nos importaban los flamencos ni nada de eso. Había que extraer piedras de donde hubiera y a una semana de llegar ya estábamos lanzando camiones en dirección a Morón”, agregó Pons. 

“Se trazó una ruta, pero en realidad la mayoría de las cosas fueron dejadas a la improvisación”, recuerda otro trabajador de la obra entrevistado por CubaNet. Elvis Galindo tenía 18 años cuando fue llamado al Servicio Militar Obligatorio, durante el cual se mantuvo dos años, como soldado, dedicado a la construcción del pedraplén a Cayo Coco. 

El pedraplén a Cayo Coco (Foto de los autores)

“Yo vivía en el mismo Morón (…). En vez de mandarnos a una unidad militar nos llevaron sin previa (preparación) a lo del pedraplén. Un grupo fue para los cayos, para que fueran echando piedras de allá para acá (…). Vivíamos en casas de campaña improvisadas, sin electricidad y con los jejenes que te levantaban en peso. Allí se hizo de todo para sobrevivir. No había leña para hacer fogatas porque no había árboles, entonces sacábamos el petróleo de los camiones y quemábamos trapos, gomas de carro y matojos (para ahuyentar los mosquitos). (…) Nadie decía que había que proteger nada. De eso no se hablaba en aquella época (…). Cuando teníamos hambre sacábamos huevos de los nidos y ya, salíamos con linternas por la madrugada a cazar caguamas”, nos cuenta Galindo, ahora próximo a arribar a su sexta década de vida y con la experiencia de haber participado, años después, ya como trabajador civil, en la construcción de otros dos pedraplenes en la cayería norte de Cuba.

“Estuve después en Cayo Santa María. Allí también se hizo lo mismo. Mucha dinamita y excavadoras, aunque ya con otro sistema y con asesoría de ingenieros rusos, franceses y españoles (…), igual se abrieron canteras y se construyó una planta de hormigón que todavía está productiva, es la que abastece todo el turismo de Cayo Santa María. Cuando fui en 2017, se seguían extrayendo áridos de (las canteras) El Purio, Armando Mestre y Arimao. Cuando llegamos nosotros allí no había nada, ahora hay hoteles por todas partes”, apunta Galindo.

Un especialista del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), autor de varios estudios sobre los impactos negativos de las construcciones y el desarrollo turístico en la cayería norte de Cuba, aceptó conversar con CubaNet sobre estos asuntos bajo la condición de que protejamos su identidad. 

Para el experto, lo sucedido desde los años 80 hasta la actualidad pudiera ser considerado como la mayor catástrofe medioambiental ocurrida en Cuba.   

“Fue una colonización salvaje, violenta desde que se vertió el primer camión de piedras”, nos dice el estudioso. “He encontrado artículos en revistas, de la Universidad de La Habana sobre todo, de por esas fechas (1983-1985), que ya advertían de la catástrofe pero no tuvieron trascendencia alguna. Después de la Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro, 1992) aparecieron otros estudios más profundos, se creó el CITMA en el 94, porque Cuba había firmado varios acuerdos pero en la práctica continuó todo igual. Siguieron destruyendo los cayos, los llenaron de carreteras, hasta llegaron a exportar miles de flamencos para zoológicos de todo el mundo y para compradores privados”. 

El turismo ha tenido un impacto negativo en la cayería norte de Cuba (Foto de los autores)

En relación con la actualidad, considera el especialista que hay pocos avances en materia medioambiental: “Ahora están más cuidadosos porque se está imponiendo en el mundo un mercado importante, mucho más ventajoso económicamente, que es un turismo de naturaleza de exclusividad, pero mientras no llega ese tipo de cliente se sigue construyendo a todo tren y el desastre es irreversible. El turismo más invasivo, depredador, se impone porque es el tipo de turoperador y el tipo de clientes que tiene Cuba como destino de sol y playa en más del 70 por ciento de su portafolio”.  

Y, más adelante en la conversación, se extiende en detalles sobre el caos al interior de las instituciones creadas por el régimen con el propósito de “proteger” el medio ambiente: “Después de la pandemia pudiera haber un retroceso porque están desesperados por vender esos destinos”, advierte el especialista. “Ni siquiera desde el CITMA se puede hacer mucho (…). Hay incentivos fiscales, moratorias, exenciones para los inversionistas extranjeros, con plazos demasiado generosos. Las cadenas hoteleras más importantes son eximidas de los impuestos por el uso y explotación de los recursos naturales. Las regulaciones son las ideales pero en la práctica son una formalidad. Las licencias son solicitadas bajo presión de los organismos de la administración del Estado que debieran velar por su cumplimiento estricto, como parte del proceso de conformar el expediente de las obras. Nos envían a nosotros los especialistas para que evaluemos el impacto medioambiental de una construcción pero igual nos dicen que no seamos tan exquisitos, y si nos ponemos pesados le pasan el expediente a otro, y así hasta que se aprueba. Todo lo malo que uno ve en los estudios de campo se queda en los informes, se publican las investigaciones como parte de una maestría o un doctorado, para asistir a un congreso en no sé donde, pero después se engaveta”, advierte el entrevistado.  

Cambio de planes. Caen los soviéticos y llega el turismo a los cayos

El 26 de julio de 1988 es terminado el pedraplén que une tierra firme con los Jardines del Rey, pero al año siguiente el campo socialista de Europa del Este deja de existir. La ayuda económica de los soviéticos se esfuma y con ella los planes personales de Fidel. 

Cayo Coco y Cayo Guillermo ya no serían el nuevo Cayo Piedra de los Castro pero tampoco el balneario de recreo prometido a los obreros avileños y sus familias una década atrás. El 12 de noviembre de 1993, en pleno Periodo Especial, el dictador inaugura el primer hotel de Cayo Coco, un cinco estrellas de 458 habitaciones, administrado por el grupo español Guitart Hotels, que se propuso llegar a las 1000  habitaciones en la Isla pero las cosas con Fidel Castro no le fueron muy bien.

En sus excesos de megalomanía, sin detenerse a pensar en el daño ambiental que ocasionaba, Fidel Castro se empeñó en convertir el archipiélago Sabana-Camagüey, también denominado como Jardines del Rey, no solo en el mayor polo turístico del país sino de toda la región del Caribe. Este sistema insular, constituido por más de 2 517 islotes y cayos, ocupa una extensión de 465 kilómetros de largo en la costa norte de Cuba. 

Pero el impacto ambiental no solo se circunscribió a los cayos Coco y Guillermo sino que se extendió más allá. Por ejemplo, los efectos negativos en los acuíferos del territorio villaclareño son alarmantes. Solo en Cayo Santa María se bombea a diario, desde tierra firme, unos 140 litros de agua por segundo, sumados a otros 50 extraídos de los escasos acuíferos del lugar, lo que ha repercutido en un abastecimiento para la población local calificado como deficiente, incluso como nulo en varias zonas, según se refleja en los propios medios de prensa oficialistas.

Las construcciones han desplazado la fauna y vegetación autóctona de los cayos. Un hotel en Cayo Guillermo. (Foto de los autores)

Debido al valor escénico de los paisajes, las hermosas y extensas playas, el estado de conservación de sus ecosistemas y el elevado endemismo en la diversidad biológica terrestre y marina, esta cayería fue propuesta como “Región Especial de Desarrollo Sostenible” precisamente por esas fechas de inicio del auge constructivo para el turismo pero, como indican estudios de hace 20 años atrás y se reitera en investigaciones más recientes, eso no se ha traducido en cuidados sino en sobre-explotación. 

Una de las investigaciones más importantes sobre el asunto está accesible en internet y fue publicada en 1999. Es un estudio conjunto del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría (actual CUJAE), la Agencia de Medio Ambiente y el Centro de Inspección y Control Ambiental, de Cuba, donde se evaluó el impacto ambiental de las construcciones turísticas en la cayería norte y demás zonas costeras de la Isla.

Otro informe, del Centro de Información, Gestión y Educación Ambiental (CIGEA), por esa misma fecha (1998) ya advertía que el desarrollo acelerado del turismo en la cayería era una de las causas que estaban provocando daños al ecosistema marino, en particular la construcción de viales y otras obras. 

Desde entonces y hasta la actualidad se ha generado una montaña de investigaciones sobre la problemática, pero muy poca resonancia han logrado las alertas, emitidas incluso desde las instituciones científicas creadas por el gobierno cubano.  

En todas se insiste en que, a solo pocos años del inicio de las inversiones en los cayos ya se apreciaban “efectos ambientales indeseables”, y afectaciones “severas” a la vegetación, los hábitats de la fauna, los paisajes, los suelos y los humedales, “como consecuencia de las acciones constructivas realizadas”. Se ha señalado, además, la perjudicial apertura y explotación de canteras, los excesivos desbroces de la vegetación y el relleno de las lagunas costeras.

Internacionalmente pero en especial en el Caribe, el mercado turístico que se impone es el de operadores mayoristas enfocados en ganancias a corto plazo. Cuba no escapa a esa realidad. En tal sentido los acuerdos se firman sin revisar mucho las cuestiones ambientales, y las normas se convierten en una formalidad, en papeleo que debe ser archivado en los expedientes porque Cuba es signataria de convenios internaciones que la obligan a esto. 

“Se involucra en el gobierno a los máximos responsables de que esas cuestiones se cumplan, al menos en su expresión mínima”, asegura Ariel Heredia, exfuncionario del Ministerio de Turismo, en entrevista para CubaNet.

“Para que se hiciera esa locura en los cayos primero nombró como ministro de Turismo a Osmany Cienfuegos. Valga decir que al mismo tiempo que destruía la cayería norte se encargaba de limpiar la imagen del país con su proyecto ecológico personal en Las Terrazas (en la Sierra del Rosario, Pinar del Río)”, afirma Heredia y continúa su explicación: “Nombró a Guillermo García Frías como ministro de Transporte porque se trataba de construir una locura de carretera pero cuando en los 90 empezó lo del turismo le pasó el cargo a Senen Casas, el hermano de Julio Casas Regueiro, que fue el verdadero creador de GAESA desde el departamento económico de las FAR (Fuerzas Armadas). Después pusieron a Manuel Marrero de ministro de Turismo, un militar e inversionista de GAESA, que recién nombraron primer ministro (…). ¿Hay problemas con el agua? ¿Hay que construir campos de golf e inmobiliarias? Entonces, ¿quién mejor que Inés María Chapman, la (expresidenta) de Recursos Hidráulicos, para vicepresidenta?”.  

Las turoperadoras, como indica uno de los estudios citados anteriormente “establecen sus condiciones comerciales expresadas generalmente en requisitos sobre la forma y la función de la planta hotelera y (…) en códigos arquitectónicos y de planeamiento, como una condicional de venta para los países necesitados de rápidos ingresos, que se ven obligados a hipotecar su capital natural con riesgo de perderlo para el futuro”.

Constantemente se viola la legislación ambiental vigente, desde la Ley No. 81 del 11 de julio de 1997, sobre la protección del medio ambiente y del uso racional de los recursos naturales, hasta las regulaciones sobre el tratamiento de desechos peligrosos (Resolución No.15 de 13/ 2/96), sobre la protección, uso y conservación de las aguas terrestres (Decreto No.179 de 2/2/93), el uso de los suelos (Decreto 199 de 10/4/95), entre muchas otras más actuales.

El desastre ambiental no es asunto del pasado

En el documento titulado “Estrategia ambiental nacional 2016-2020”, publicado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, hay descrito un panorama medioambiental similar al de los años anteriores. 

El informe no solo da cuenta de deficiencias en la planificación y jerarquización, de acuerdo a los recursos disponibles, sino además de las insuficiencias en el financiamiento, a pesar de que el país recibe apoyo de varios organismos internacionales. 

También se habla de una “limitada introducción de los resultados de la ciencia, la tecnología e innovación, así como de la dimensión ambiental en las políticas, planes, programas de desarrollo y el ordenamiento territorial”.

“Como consecuencia”, añade el reporte, “los recursos naturales están afectados en diversa magnitud, tanto en su disponibilidad como en su calidad. Además, existe un grado significativo de contaminación ambiental, con un sensible impacto en el estado de los diferentes componentes del medio ambiente y la calidad de vida de las personas”.

El documento da cuenta de la existencia de más de 29 canteras en explotación en Cayo Coco y al menos dos en Cayo Guillermo, lo cual causa deterioro del hábitat, el paisaje y alta contaminación por el vertimiento de desechos sólidos y líquidos. A lo cual se suma que los viales construidos todavía interrumpen la circulación de las corrientes de aguas y limitan el intercambio con los acuíferos interiores, lo cual refuerza la contaminación y contribuye a la muerte de especies.

La colonización por el turismo ha causado daños a los ecosistemas de costa (Foto de los autores)

En el presente, las mayores fuentes de impacto en esos ecosistemas continúan siendo, de acuerdo con el informe citado, el traslado de combustible y otros productos tóxicos, el vertido accidental de materiales, el tráfico de vehículos pesados, las obras para el abastecimiento de agua, el vertimiento de capa vegetal ajena a la original del sitio, las facilidades temporales de la construcción, el tratamiento inadecuado de los residuales líquidos y el turismo masivo. En otro nivel de importancia se reporta el relleno de acuatorios y lagunas, la explotación de canteras, la extracción de arena por los dragados, el transporte de materiales y las voladuras con explosivos.

A pesar de la alta fragilidad y sensibilidad ecológica de las costas cubanas, y de la aparente “preocupación” por el medio ambiente mostrada por Fidel Castro en 1992 en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, desde mediados de la década de los 90, el Ministerio de Turismo se propuso construir más de 50 000 habitaciones hoteleras, con capacidad para alojar un millón y medio de turistas al año. 

El turismo de sol y playa ya para finales de los años 90 ocupaba el 74,6 por ciento de todo el producto turístico nacional. Pero en la actualidad aquellos planes han sido superados ampliamente. Tan solo en el archipiélago Sabana-Camagüey, a mediados de 2018, se cuantificaban en más 20 000 las habitaciones disponibles, con un crecimiento promedio de unas 2 000 habitaciones por año. Un comportamiento muy similar al de otras zonas del país donde la industria turística está generando otras catástrofes medioambientales. 

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