LAS TUNAS, Cuba.- “El viejo Muñoz ganó dinero reparando tractores descompuestos”, —’Y evitando que se rompieran’, se apresuró a decir el viejo mecánico, próximo a los 100 años, con una mente lúcida, alimentada por recuerdos de otros tiempos”, publicamos en CubaNet en noviembre de 2017, a propósito del anunciado restablecimiento en Cuba de Caterpillar y John Deere.
Ahora uno de los pioneros de la mecanización agrícola en Cuba ha muerto. Joaquín Muñoz Moll falleció a las 12:50 p.m. de este lunes en Puerto Padre, a los 100 años de edad, a causa de una neumonía.
La semana pasada había pedido a sus hijos que lo llevaran a pescar. Y, anclado en su silla de ruedas junto al malecón, capturó dos peces, como en los viejos tiempos.
Toda su vida, hasta principio de los años 60, Joaquín Muñoz se había dedicado a la maquinaria agrícola, pero estatizado el campo cubano, se había vuelto profesionalmente al mar, pero no por mucho tiempo. Había comprado lanchas de pasajeros de las que el entonces ministro de Transporte, comandante Julio Camacho Aguilera, vivo aún, rubricó documentos.
Pero las autoridades habían pedido “prestadas” las embarcaciones a Joaquín para perseguir “infiltrados”, y las lanchas fueron abandonas, y el oleaje y la desidia las desguazaron. Y el viejo Muñoz murió con los documentos de sus botes, esperando una indemnización que nunca llegó.
Pasada la media mañana de este martes, familiares y amigos acompañaron a Joaquín, nacido el 4 de diciembre de 1918, hasta el cementerio municipal, donde fue sepultado en un panteón familiar.
“Gracias por acompañarnos en este momento de dolor”, dijo uno de los hijos de Joaquín Muñoz a los concurrentes.
De esos hombres que hicieron estremecerse el campo cubano bajo el paso de los primeros tractores… ¿Cuántos quedaran vivos…? De los que yo conocí en mi infancia, ninguno. Ya se fueron Negro Morris, Pepito Castelló, Fulgencio Cruz, Miguel Ángel Góngora… Y ahora se murió Joaquín, el último.
En los años 30 del siglo pasado el entonces joven Joaquín Muñoz había comenzado su entrenamiento en mecánica automotriz y de implementos agrícolas, llegando a ser, ya a finales de los años 40, uno de los más competentes mecánicos de tractores Caterpillar e International, los que hicieron trepidar sus esteras desde la Punta de Maisí hasta el Cabo de San Antonio.
Aquellos tractores de orugas, dotados con arados múltiples, pesadas gradas de discos escotados y cultivadoras de subsuelo John Deere, habían incrementado el área de siembra de caña y, al propio tiempo, con métodos de cultivo más eficientes, aumentado el rendimiento de azúcar en los cañaverales cubanos.
“Eran otros tiempos”, escuché decir a Joaquín Muñoz, allá por el año 1998, cuando ya frisaba los 80 años y todavía reparaba el tractor de mi padre, con quien tenía relaciones de trabajo y amistad desde 1940.
Ciertamente eran otros tiempos los que el viejo mecánico rememoraba.
Fue en 1925 cuando el tractor se comenzó a usar para uso general en Estados Unidos; pero, según datos del Ministerio de Hacienda, diez años después, entre 1935 y 1939, Cuba importó 325 tractores; 580 de 1941 a 1945; nueve mil 324 entre 1946 y 1950; nueve mil 313 de 1951 a 1955, y seis mil 305 de 1956 a 1958.
En total, 25 mil 847 tractores fueron comprados en Estados Unidos y traídos a Cuba en 23 años; unos mil 123 anualmente. Pero no todos esos tractores estaban dedicados a la roturación y el cultivo de la tierra; los había en la construcción, en la ganadería, en la industria…
Mirando el rostro del viejo Joaquín, bajo el cristal del ataúd, me pregunto: Viejo… ¿Cómo ustedes con tan poca maquinaria agrícola ya en 1952 consiguieron producir 7 millones 138 mil toneladas de azúcar, si los azucareros cubanos ahora, en 2019, con más camiones y tractores, no les llegan a ustedes ni a la suela de las botas…?
Y, me parece que escucho al viejo Joaquín, y los que lo leyeron lo recordarán, cuando hace unos dos años dijo:
“Yo me ocupaba de los tractores de casi todas las colonias (cañeras) de por aquí (de Puerto Padre). Había colonias con un solo tractor, pero otras tenían tres o cuatro, y si uno se rompía, le metía mano y lo reparaba en el mismo campo, de noche, a la hora que fuera, sin desenganchar el arado.
“Yo tenía un jeep con un tráiler bien equipado, con todo, y si faltaba una pieza, nada más había que pedirla por teléfono a Horter, en Camagüey, y al otro día la enviaban (J. Z. Horter Co., S. A., con sede en Obispo y Oficios, La Habana, y sucursal en Carretera Central, Km. 4, Oeste, Camagüey).
“El secreto de la maquinaria es buen mantenimiento, buena reparación y piezas de repuesto legítimas,” dijo el viejo Muñoz en noviembre de 2017, según publicamos en CubaNet.
En aquella oportunidad el viejo Joaquín Muñoz me dijo que, roturando tierras, los Caterpillar que él atendía estaban dotados con dos tractoristas fijos y uno suplente; los tractores trabajaban las veinticuatro horas, día tras día, mientras hubiera un campo, propio o en alquiler, por arar, sólo apagaban el motor para dar el mantenimiento planificado o por una avería.
En 1949, el tractor Caterpillar D2, mejorado, sólo poseía 32 caballos de fuerza en la barra de tiro.
Pero según fuentes oficiales, en 1989 había en Cuba unos 76 mil tractores con una potencia media de 74 caballos de fuerza, y, como promedio, cada tractor sólo trabajaba 4,7 horas diaria.
Y ahora, mientras el viejo Joaquín desciende a la tumba, me digo: Viejo, el secreto de la maquinaria no es un buen mantenimiento, ni una buena reparación, ni las piezas de repuesto legítimas: el secreto de la maquinaria está en las personas que las poseen, la administran y las conducen.