LA HABANA, Cuba. – Apenas tomó el poder en 1959, Fidel Castro se dedicó sin pérdida de tiempo a destruir todo lo bueno que hasta ese momento se había logrado en el país, fundamentalmente en las ramas de la Educación y la Salud Pública. Con ese fin, no cesaba de reiterar en sus cansones e interminables discursos numerosas falacias sobre esos dos rubros vitales, para lo cual, desgraciadamente, contó con la complicidad de algunos sectores de la prensa de entonces, a pesar de que la realidad conocida por todos era bien diferente.
Su objetivo era generar un estado de opinión propicio para la intervención de las clínicas privadas, además de prohibir a los médicos dar consultas particulares, prohibir las visitas a domicilio de las Casas de Socorro a enfermos pobres, y el golpe maestro, como tan bien sabía hacer: sustituir el propio nombre Casas de Socorro por el de “policlínicos” y “médicos de la familia”, para tratar de hacerles creer a los ingenuos que antes de 1959 la Salud Pública en Cuba era un desastre y que no existía un sólido sistema de atención primaria al paciente. De ese modo parecería como si hubiera sido la Revolución “benefactora” la primera en llevar la atención médica al “desvalido” pueblo cubano.
Sin embargo, es bueno subrayar que las Casas de Socorro existían en nuestro país desde 1871 y, aunque algo limitadas en sus inicios, supusieron desde su creación un adelanto considerable en los servicios de salud de la Isla. Posteriormente, con la nueva República nacida en 1902 y con el doctor Carlos Juan Finlay Barrés al frente de la Salud e Higiene del país se fortaleció ese modelo, y para 1958 en cada uno de los 126 municipios cubanos funcionaba al menos una de ellas y se brindaban servicios de consulta médica general, curaciones y laboratorio clínico. Así pues, ese servicio de atención primaria de salud demostró sobradamente su efectividad y de igual modo fue mejorando a través de los años.
En el reglamento de esos centros de salud se especificaba: “Las Casas de Socorro satisfacen la necesidad que tiene de ser atendido sin pérdida de tiempo cualquier lesionado o enfermo en parajes públicos o en los domicilios privados, haciendo la primera cura a los heridos y practicando aquellas operaciones quirúrgicas cuya urgente necesidad determine su inmediata ejecución para que el enfermo o lesionado pueda ser conducido a su casa o al hospital”.
En contraste con aquella realidad, varias décadas de sinsabores nos han demostrado que los actuales policlínicos están lejos de cumplir eficazmente la función para la cual supuestamente fueron creados, además de que culpar al “bloqueo” o a la pandemia de COVID-19 de ese fracaso es una enorme mentira que no se sostiene.
El régimen podrá divulgar que “la finalidad del policlínico es contribuir al mejoramiento del estado de salud de la población”, pero las malas experiencias cotidianas de innumerables pacientes nos enseñan justamente lo contrario. La opinión general sobre el trato del personal de salud coincide en que su falta de sensibilidad y profesionalismo deja mucho que desear, además de que los servicios de urgencia son deplorables y el sistema de ambulancias hace años que no funciona (lo que le ha costado la vida a más de una persona).
Por otra parte, para nadie es un secreto que hoy en día y desde hace unos años para ser atendidos en la mayoría de los centros de salud cubanos los pacientes tienen que pagar “por la izquierda”. Hace unos días un joven vecino me pidió algún remedio casero para aliviar el dolor de muelas, que no lo deja dormir en toda la noche. “Bueno, ve al dentista”, le aconsejé ingenuamente. “Pero no tengo dinero”, fue su respuesta. “Es que para sacarme la muela me pidieron 1.000 pesos”. Y ante mi cara de asombro, aclaró: “Dice el dentista que la anestesia, jeringuillas, agujas, guantes y todo lo necesario se lo tiene que comprar a quienes lo traen del extranjero, porque aquí no le dan nada para trabajar”.
Y como si los gobernantes, funcionarios y voceros del régimen cubano vivieran en un universo paralelo, el pasado 10 de mayo en el periódico Granma apareció un grandilocuente titular sobre el encuentro efectuado entre expertos para temas de salud y la dirección del país: “Presentan propuesta para el perfeccionamiento del Programa del Médico y la Enfermera de la Familia”. Según el texto, la doctora Ailuj Casanova Barreto, jefa de Atención Primaria de Salud del Ministerio de Salud Pública (MINSAP), señaló que “la atención primaria en Cuba ha sido y es una política de Estado” y que el Programa del Médico y la Enfermera de la Familia “aplica la atención integral al paciente, a la familia, a la comunidad y al ambiente”.
La propuesta presenta cerca de medio centenar de medidas para “perfeccionar” el trabajo de los consultorios, no obstante, entre ellas no se lee ninguna acerca de analizar los incumplidos horarios de atención a los pacientes o las inexistentes visitas a enfermos encamados, ni sobre investigar el destino de los medicamentos recibidos como donación desde otros países, especialmente los asignados a la población envejecida y depauperada. El hecho de que a casi 40 años de creado el programa se hable de “perfeccionar” ese inoperante supuesto logro de la Revolución evidencia el alcance de la profunda crisis que desde hace tantas décadas aqueja a la atención primaria de salud, tanto en los policlínicos como en los consultorios médicos.
Tampoco es un secreto que nuestra esperanza de vida no reside en el sistema de salud nacional, por demás colapsado, sino que depende principalmente de los familiares caritativos que nos quieran ayudar desde el exterior. Hoy, a la empobrecida población cubana, sobre todo a los ancianos, solo les queda como alternativa encomendarse a Dios para no tener que acudir a ningún centro de salud.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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