LIMA, Perú.- Con consignas, abucheos, silbatazos e insultos, la delegación enviada por el gobierno cubano a la VIII Cumbre de las Américas saboteó el Diálogo entre los Actores Sociales y los Representantes de Alto Nivel de los Gobiernos, celebrado esta mañana en el Centro de Convenciones del Hotel Sheraton de Lima.
En un acto de flagrante irrespeto, la caravana oficialista impidió la libre expresión de los representantes de la sociedad civil cubana que no comulga con los intereses del régimen. Con frases ofensivas acompañaron la intervención de Rosa María Payá ante los embajadores de Estados Americanos convocados a la Cumbre, acusándola de “traidora y vende patria”, y negándose a reconocer el derecho de la oposición cubana participar en un evento continental cuya premisas son la inclusión y el diálogo respetuoso entre todos los actores sociales.
No conformes con haber interrumpido las palabras de la joven activista, hicieron caso omiso al llamado de atención por parte de Liliana La Rosa, Ministra de Desarrollo e Inclusión Social del Perú, quien debió recordarles, en repetidas ocasiones, que estaban en el marco de una Cumbre donde todos los participantes tenían el derecho de ser escuchados. Los voceros del régimen, con la bandera cubana por delante, recibieron con abucheos las palabras del embajador norteamericano en Perú, quien reconoció el coraje de la oposición cubana frente a un gobierno que no tiene reparos en exhibir su carácter excluyente y dictatorial ante los ojos de todos los representantes de la sociedad civil de América Latina.
Lo que comenzó como un remix del show acontecido en la Cumbre de Panamá, en 2015, se convirtió en un perjuicio para las restantes delegaciones que asistieron al Diálogo con el objetivo de plantear los problemas de sus respectivas comunidades. Voceros de los pueblos originarios, activistas LGBTI y defensores de la igualdad de género vieron socavados sus derechos de participación por el desmesurado afán de protagonismo de la delegación cubana.
Mientras la chusmería atraía la atención de todas las cámaras, representantes indígenas con demandas mucho más importantes protestaban por el atropello, revelando que Cuba, con la imposición de su arenga en casa ajena y en el marco de un encuentro regional, es mucho menos apreciada de lo que se cree.
Esas minorías latinoamericanas a las que el gobierno cubano dice defender y apoyar, fueron silenciadas por la intolerancia, el irrespeto y la estupidez. Entre los periodistas se esparció el comentario de que el incidente entre opositores y oficialistas iba a “poner malo el ambiente”, y así sucedió.
Las comisiones abandonaron la sala y todavía los cubanos seguían gritando “Fuera, fuera, abajo la gusanera”, antes de ponerse a corear frente a los medios de comunicación “La sacamos, la sacamos”, aludiendo a Rosa María Payá, quien verdaderamente se retiró cuando la Ministra de Desarrollo e Inclusión Social del Perú dio la sesión por terminada. En Cuba, no obstante se dirá que “los enemigos de la revolución financiados por el Imperio, se retiraron con el rabo entre las piernas ante la avalancha de patriotas que defendieron las conquistas del socialismo”.
Lo que en realidad sucedió fue un desagradable espectáculo en el cual Cuba continuó enlodando el escaso decoro que le resta como nación. Una cosa es tener diferencias irreconciliables con la oposición, y otra muy distinta convertir esa rencilla en el centro de atención de una Cumbre Latinoamericana, donde todos los pueblos tienen derecho a voz y decisión. Eso dice mucho del gobierno de Raúl Castro y su camarilla, que no vacilan en decir que representan a millones de cubanos, desconociendo la creciente frustración popular en la Isla.
El embajador de Cuba en el país andino, Juan Antonio Fernández, rechazó nuevamente la presencia de quienes él considera “terroristas y mercenarios que hablan de Cuba entre cócteles y margaritas”. Sin embargo, no dijo que el gobierno cubano paga el viaje de esa turba oficialista que se comporta como agitadores asalariados, preocupados por su apariencia delante de las cámaras, o si sonaron lo suficientemente convincentes.
Detrás de la furibunda primera fila, estaban las caras de los que no tenían ganas de vociferar, pero tenían que hacerlo porque para eso viajaron a Perú. Le pedían a periodistas y activistas de otros países y movimientos que se unieran a su arenga; y de cuando en cuando lanzaban una mirada a la diezmada representación venezolana para que supieran cuándo tenían que gritar, ya fuera a favor de Chávez, Fidel, Maduro o Raúl.