CAIBARIÉN.- El otrora ‘Parque Zoológico’ —que alberga uno de “diversiones” cuya cacharrería es legado del circo Ringling Brothers; o sea: un amasijo de hierros perdidos—, como todo en la localidad resultó arrasado por el huracán Irma en septiembre pasado. Desde entonces permanece cerrado al público.
Casi en nueva temporada ciclónica y tras 10 meses del caos, poco se ha hecho para intentar recuperarlo. Lo único constatable ha sido la recogida de árboles y escombros, suceso a mano pelada y con escaso apoyo del gobierno.
Lo más grave no son las instalaciones —destechadas e impresentables— que albergan los animales que quedan, ni las del personal diezmado que debe de cuidarlos, sino el olvido denigrante de quienes deben alimentar todos los días del mundo a especies oriundas e importadas.
Bueno, las que todavía no se han muerto de hambre.
Como la hiena, que la última vez que se vio viva tenía en el pesebre una calabaza podrida.
La pantera negra se negó a tragar lo que le daban, y amaneció yerta como si fuera una presa (política) fácil.
El mono Chaparra, hijo de Pancho un espécimen popular entre los niños, se volvió carnívoro degollando gallinas que se acercaban a picotear cuando el parque cerraba, a las que atraía con dulces, panes y croquetas intragables del merendero cercano que la gente le arrojaba, y que él enhuecaba.
Lo trasladaron a una clínica en Matanzas, donde intentaron reparar sus trastornos conductuales. La veterinaria se especializaba en (malos) hábitos alimentarios.
La pareja del avestruz australiano expiró de inanición (y neumonía), pelado por quien quiso atesorar sus plumas. Probablemente, otro pájaro.
La caraira voló de su jaula y nunca más volvió a ella. No así los monos, que tienen la jaula rota y salen a robar descaradamente, pero regresan de noche a dormir en compañía.
Una vecina relató cómo uno se ellos “se comió” literalmente sus espejuelos plásticos como si fueran galletas. Tal era su desespero.
El majá de santa maría estuvo años escondido bajo tierra, en una cueva disimulada que desembocaba justo debajo de un pollero vecinal. Cada 15 días perdía su dueño un pato o una gallina, mientras se moría de interrogantes en la eterna vigilia.
Cocodrilos y caimanes han sido recogidos con el auxilio de bomberos, varias veces lejos del área, pues tan pronto escuchan al viento ulular o arreciar la lluvia, se brincan cercas perimetrales y salen a comerse lo que encuentren.
Los dos famélicos que restan de una docena inicial, han terminado condenados a vivir encadenados dentro de un cepo, con un candado que por oxidado será imposible de reabrir ni no se usa cortafierros.
Cuando un can equivocado entra al zoológico, cualquiera en acto sacrificial lo arroja sin contemplaciones al foso de los saurios. Espectáculos de tamaña crueldad se han cometido –incluso— delante de chiquillos que, o bien han saltado de alegría, o no se han recuperado del parricidio.
Con excepción de los dos viejos leones, que han comido alguna carne cuasi podrida cuando las cooperativas la arrastran hasta aquí —gracias a la tradición matarife que impera en la zona y cuyos “restos” terminan entre sus fauces una vez que la empleomanía ya ha salvado su parte—, el resto de los habitantes del recinto aguardan a que un comercio o acopio les arroje algunos rastrojos agrícolas para agenciarse bocado.
Pero eso terminó. Ahora todo va por cuenta propia. Los empleados muy pobres y mal pagados, seleccionan algunas mercancías para su personal abastecimiento de lo que consiguen, y lo que les sobra dan a los veganos.
Emerio González, veterano en activo desde 1973, dijo en la radio local en una entrevista, que no había visto el centro tan descuajeringado desde su fundación, mientras “ningún organismo se había presentado para ver” cómo sobreviven dentro de aquellas ruinas.
Orelvis López, director, agregó que desde el pasado año carecen de presupuesto asignado por la Empresa de Comunales para la manutención animal o el mantenimiento de instalaciones. Y agregó:
“Cifuentes y Caibarién, únicos zoos del territorio —además del provincial que sí pertenece a la Unión Central de Parques de Cuba y por tanto cuenta con plan de asignación y supervisión metodológica estables— no encuentran sostén desde diciembre”.
“Aquí se murieron todos los gallináceos, un avestruz invaluable. Los ponies muerden al personal o los patean de rabia. Hubo que ‘prestar’ macacos a Santa Clara para que los reprodujeran, porque así podrían salvarse de la hambruna”.
Barren ellos mismos voluntariamente la placita de enfrente para que les regalen los deshechos de las ventas.
Una institución adscrita a Planificación Provincial que debe atender los 3 zoos villaclareños, no tiene respuesta creíble porque la municipalidad es cómplice de tanta indolencia y se han perdido las cuotas de piensos y miel de purga en una empresa nacional llamada CENPALAC, porque “en nueve meses nadie ha prestado vehículo para ir a recoger mercancías y en 45 días caduca el contrato para entregas”.
Un cuentapropista de Placetas y otro municipal, propusieron reparar todo y tenerlo listo en tres meses, pero jamás pactaron los del gobierno ni el partido. “Ni tienen dinero ni les interesa” concluyó Orelvis.
El colmo, con tanta agua y casi ninguna necesidad de alimentos, es que en el acuario —hoy plagado de verde limo— no haya peces sino batracios e insectos, donde alguna claria mercenaria ha zambullido para tragarse a congéneres. Hasta un par tortugas que apenas comen, viven aterradas, subidas a un montículo redentor.
El objeto social para el cual este parque fue concebido, parece no tener futuro mientras las cosas sigan como están.