GUANTÁNAMO, Cuba.- Si hubiera tenido una nítida percepción sobre los peligros que enfrentaría cuando me introduje en los avatares del periodismo independiente, quizás no habría aceptado, a pesar de que siempre me he sentido atraído por la que fue la carrera que quise estudiar y no pude, porque a mi preuniversitario no le concedieron ninguna beca.
No advertí a tiempo el peligro, que es real, aunque confieso que me agradan los retos. El primero y más difícil fue tratar de adaptarme a las exigencias del género en un medio digital. Todavía lo intento.
Luego, cuando comenzó la represión, me pareció indigno dejar de hacer algo que me gusta, ceder un espacio de mi libertad personal y renunciar a un derecho humano sólo porque alguien, cumpliendo órdenes de los que siempre quedan en la impunidad de las sombras, pretendiera imponerme esa concesión.
La contrainteligencia de todos los países tiene una enorme responsabilidad en la preservación de la soberanía y en la lucha contra los enemigos de sus estados. Pero nuestro caso es sui géneris por la cantidad de tiempo y recursos que esa fuerza dedica para reprimir a miles de cubanos cuyo único “delito” es defender un proyecto de país donde todos puedan ejercer elementales derechos civiles y políticos, reconocidos por el derecho internacional. La represión que el castrismo ejerce contra esos cubanos oscila entre la sutileza y la violencia. También revela su despotismo. En ningún país democrático esa fuerza se dedica a reprimir a otro ciudadano por sus ideas.
Un régimen como el cubano, cuya actuación cotidiana es totalmente incongruente con las ideas de tolerancia, solidaridad humana, respeto a las diferencias y punibilidad de la discriminación, que proclama y dice defender —y con sus leyes, incluida su Constitución—está condenado al más rotundo fracaso, por muchos discursos que hagan sus dirigentes y a pesar del tiempo que permanezca en el poder gracias al uso de la fuerza.
Este régimen ha ejercido desde su empoderamiento hasta hoy una sistemática represión contra toda voz disidente, por mínima que sea. Copiando la máxima romana “divide et impera”, uno de sus métodos favoritos es tratar de enfrentar entre sí a los opositores pacíficos y periodistas independientes, penetrar sus organizaciones y medios para sembrar la desunión y el desaliento.
Otra de sus tretas más socorridas es atribuirle a esas personas acciones que no han cometido, frases que no han dicho y textos que nunca han escrito.
Recientemente el joven opositor guantanamero Niober García Fournier me informó que en “Facebook” había sido publicado un presunto escrito mío denostando contra los reconocidos opositores pacíficos Ángel Moya y Bertha Soler. Lógicamente me preocupé y pedí a dos personas que les hicieran saber que no era el autor de ese libelo porque esa no es mi forma de actuar, mucho menos tratándose de quienes han mantenido una digna y valiente actitud ciudadana.
No es la primera vez que esto ocurre. Hace algún tiempo apareció otro presunto escrito mío dirigido contra un opositor guantanamero en una cloaca digital cuyo control se atribuye a la seguridad del estado cubana y que se denomina “Teo Pereira en Cuba”. No hay que ser adivino para imaginar a lo que se expone alguien cuando se le atribuyen hechos semejantes, mucho más cuando está desprevenido y no tiene cuenta en Facebook ni en ninguna otra red social, que es mi caso. Estoy convencido de que cuando estos hechos son descubiertos y denunciados es la seguridad del estado la que pierde, pues se afecta la precaria institucionalidad del país.
De otro lado —pero haciéndole el mismo juego, quizás sin saberlo o quererlo, a la seguridad del estado— están quienes en los espacios de opinión han hecho del vituperio su mejor trapo en la fiesta digital de la podredumbre humana.
Sin conocer a los periodistas independientes ni a los opositores pacíficos, se lanzan con un desenfado pasmoso a endilgarles calificativos como “cobarde”, “homofóbico” o “procastrista”, por sólo citar algunos. Esas personas, sin aportar nada que realce la calidad del debate, desvían la atención hacia extremos insignificantes y provocan alharaca en esos sitios gracias a tales expresiones.
Desde acá, sin acceso a una Internet de calidad, duele mucho perder tiempo en leer tales comentarios.
Una vez mi colega y amigo, el Dr. René Gómez Manzano, me advirtió que ante opiniones y vituperios como esos había que hacer de tripas corazón y seguir adelante porque ese es otro de los riesgos del periodismo independiente.
Fue un buen consejo que he tratado de seguir al pie de la letra aunque estoy muy lejos de ser flemático. Lo fue y es para todos los que nos sometemos a la opinión pública, aunque a veces pueda surgir un nudo en la garganta si alguien nos endilga injustamente una actitud que no forma parte de nuestro carácter o un hecho que jamás hemos cometido. Y es que así va nuestra labor, entre tirios y troyanos.