LA HABANA, Cuba.- Uno de los aspectos que, por ausente, más atrae la atención del proyecto gubernamental de desarrollo hacia el 2030 y los llamados “lineamientos” no es solo que no viene acompañado de una estrategia realista para frenar el aumento de la pobreza o que persiste en implementar un modelo económico basado en una competencia desleal e injusta de la empresa estatal contra eso otro que, desacertadamente, algunos nombran “sector privado”, sino que desestima (no ignora) el grado de descontento y hartazgo político en las llamadas “fuerzas productivas”.
Una variable que por fea ningún “dirigente” quiere ver en los informes, a pesar de ser parte esencial del abracadabra que, en apariencias, todos buscan sin resultados.
Quizás ha podido estar sugerida en la invitación insincera más que irónica por parte del gobierno cubano a un “cambio de mentalidades”, sin embargo, ya pocos en la calle creen que el problema de Cuba, un país donde el común de la gente no se atreve a expresar una idea que contradiga aquellas pocas que están permitidas, pase por resolver quién fue primero, si el huevo o la gallina cuando sobre esto no hay dudas: el hartazgo no llegó después, siempre estuvo ahí, unas veces latente; otras, a flor de piel.
Hoy ha alcanzado una magnitud tan peligrosa que algunos al interior del gobierno temen a que la crisis económica jamás logre revertirse y hasta llegue a transformarse en un cisma político incluso dentro del propio grupo en el poder. La represión, el silenciamiento y hasta la eliminación de “adversarios”, tanto opositores como leales, no solo han ido en aumento desde el 2008 hasta la fecha sino que ha adquirido nuevas formas, algunas sutiles y otras tan chapuceras como claras señales de desesperación.
En la calle muchos saben que a estas alturas del partido, cuando todas las cartas fueron jugadas (incluida la mesa de diálogo con los Estados Unidos) se trata de sobrevivir a toda costa: La élite en el poder, intentando establecerse de manera definitiva como casta dirigente para lo cual manipula la economía con ese único propósito; el resto de los cubanos, al menos la mayoría, tanto del lado de allá como de acá, a la espera de que ocurra un milagro y a la vez buscando una grieta en el sistema, no para derrumbarlo sino para transformarla en zona de confort.
“No habrá crecimiento sin aumento de la productividad”. Es la letanía que usan para evitar decir que los problemas al interior de nuestras familias se resolverán tarde, mal y nunca.
No aparece en los datos publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas pero el propio gobierno, según se ventila en reuniones a lo interno pero a puertas no bien cerradas, estima que menos de la mitad de las empresas estatales, vinculadas directa o indirectamente a la producción de bienes y servicios, que existen hoy en Cuba son rentables; que la mayoría presentan problemas todos los meses para el pago de los salarios y que la precariedad de estos, por debajo del dólar diario, se suple con subsidios o con la venta de una parte de la producción a los propios trabajadores que, más tarde, la revenden en el mercado negro; que se inflan las plantillas y que son ficticias las jornadas trabajadas así como el cumplimiento de los planes y la calidad de las producciones; que hay más de un centenar de industrias paralizadas total o parcialmente por la falta de materias primas o por obsolescencia tecnológica; que más del 60 por ciento de los viajes al exterior realizados por directivos de las empresas estatales no cumplen otro propósito que no sea la satisfacción personal; que más de la mitad de los llamados “cuadros de dirección”, “preparados” por el Partido Comunista y colocados frente a las empresas u órganos e instituciones de Gobierno, no están calificados para tales funciones, no obstante, la militancia y la lealtad ideológica continúan siendo los requisitos fundamentales para ascender como profesional y no la capacidad intelectual o el auténtico liderazgo.
A pesar de tal lluvia de inconvenientes, generados por el propio sistema, una y otra vez las declaraciones públicas dan cuenta del “retraso” ‒un eufemismo al uso en Cuba por no estar permitido decir o escribir “fracaso”‒ en la implementación de la mayor parte de los puntos de una hoja de ruta que apenas ha logrado salir de su primer tramo de recorrido, quizás también porque es una cortina de humo tras la cual está sucediendo lo que solo unos pocos saben y que pudiera responder a esa añeja pregunta sobre a dónde, a quiénes (y con qué propósitos) está yendo a parar ese dinero que entra y sale de la isla, se evapora y sobre el cual nadie rinde cuentas.
Se martillea insistentemente sobre la necesidad de aumentar la productividad pero con el único objetivo de “demostrar la superioridad de la empresa estatal socialista” (eje indispensable de nuestro agujero negro económico) como si no fuesen demasiadas las décadas de frustraciones dejadas por un modelo que, de tan malo, no admite mejoras. Una estrategia tan descabellada que vendría siendo algo así como intentar revivir el cadáver para curarle la neumonía que lo mató.
La idea de invisibilizar la oleada de desempleo con que se inició el nuevo milenio en la isla bajo la máscara del éxodo de profesionales y obreros hacia el sector privado terminó por convertirse en una pesadilla para un régimen que necesita, por razones de estrategia política, mantener una mayoría de fuerza laboral en el sector estatal como garantía de “apoyo popular”, basado en la manipulación ideológica y en todo cuanto de inhumano y condenable esta arrastra consigo.
El costo de aplicar los frenos a la “iniciativa privada” cuando el carro parecía estar a toda marcha, aunque parezca extraño, no ha sido cargado totalmente a la cuenta de los “emprendedores” sino que otra vez el trabajador estatal terminará, ahogado en impuestos y pagando las consecuencias de una política económica que solo ha sido coherente en sus constantes bandazos, temores y experimentos fallidos.
Le tocará otra vez al trabajador estatal, al que una vez dijeron que el salario era bajo porque una parte era sustraída para el pago de la salud y la educación “gratuitas”, ser la víctima de la “re-experimentación”. A final de cuentas son como el ganado que alguien pasa de un cuartón a otro.