LA HABANA, Cuba.- En estos días en que Telesur, vocera del castrochavismo más rancio y desesperado, no deja de repetir insistentemente la última canción mortuoria perpetrada por Raúl Torres, Tambores de la guerra, y otras acusaciones contra Estados Unidos en todas las formas posibles, sería imposible que en alguno de sus programas, o de la televisión cubana, su alma máter, se transmitiera el testimonio del hijo de Diosdado Cabello que ha aparecido en internet.
Es toda una revelación. La declaración más vehemente. Podríamos decir que la esencia misma de lo que es hoy la revolución bolivariana. Más aún, podemos decir que es el súmmum de lo que simboliza esa izquierda en el poder que va desde Fidel Castro hasta Nicolás Maduro.
La verdad desnuda. Porque sin duda alguna los hijos pueden terminar encarnando la naturaleza más profunda y real de nosotros mismos, de lo que pretendemos y de lo que somos. Nosotros podemos decir muchas palabras, pero nuestros hijos tienen además los actos y resultan ser ellos mismos nuestros verdaderos actos.
En un breve video que subió al ciberespacio, el hijo de Cabello, muy intoxicado de whisky, carne y otras maravillas, en un ambiente aderezado con salsa musical a fondo, con luz, celebrando en la divertida compañía de sus pares, se burla de los que no tienen la suerte de ser hijos del hombre fuerte de la dictadura madurista.
“Maricón”, le dice el joven al anónimo venezolano que puede estar mirándolo, “sí hay luz. Lo que pasa es que tienes que comprarte una planta eléctrica pa’ que tengas luz en la casa”. Y muestra con orgullo, creyéndose todo un iluminado, sus privilegios, lo que come, lo que bebe: un litro de Old Parr 12 años.
“Rata”, le dice a ese anónimo internauta venezolano, tan poco probable por la falta de electricidad y porque quizás esté buscando sobras en la basura: “¿Viste cómo nosotros estamos aquí comiendo parrillita y esperando por ti, pero tú no has venido? Mira, ve, rata, rataaaaaa…” No hay espectáculo más revelador.
Claro, uno tiene que imaginar la cara que habrá puesto su padre cuando vio la insolente revelación de su muchacho. “¿Y ahora qué cuento hago yo? ¿Que se te fue la lengua con todo el «perico» y el whisky que te metiste?”, tal vez le diga el padre enfurecido. Pero acaso ni le importe: al fin y al cabo, su hijo solo le copia el cinismo criminal.
“Se verán horrores”, se dice sobre las horas más lúgubres, sobre los momentos de la decadencia más espantosa. Los horrores apocalípticos. Se verán y se escucharán imágenes y palabras horrorosas como estas, que dicen más que mil discursos mentirosos de Nicolás Maduro o de Delcy Rodríguez.
En Cuba hemos tenido una experiencia parecida cada vez que se difunden las fotos sobre los obscenos lujos que se dan los descendientes de la famiglia Castro por todo el mundo. No son tan honestos estos muchachones como el Cabello junior. Son menos lenguaraces. Pero están viviendo de la misma manera gracias a la obra mancomunada de sus padres y gracias a los venezolanos y a los cubanos a quienes vampirizan.
“Tienen que comprarse un pijama a rayas para cuando los atrapen, partida de HPs”, les aconsejó un usuario de la red social a los fiesteros “hijos de papá”, en referencia al día en que el “bravo pueblo” pueda hacerse justicia. Los insultos, por supuesto, llovieron sobre los saludables celebrantes.
Tenemos que recordar que, cuando ya estaba a punto de soltarse el torbellino de sangre y violencia de la Revolución Francesa, corrió el rumor —porque muchos historiadores y biógrafos niegan que ella haya pronunciado en realidad esas palabras— de que María Antonieta, ante las protestas del pueblo por la escasez de harina para el pan, dijo: “Que coman pasteles”.
Ya sabemos cómo, finalmente, haya sido verdad o mentira la ofensiva frase, rodó en la guillotina la cabeza de la legendaria reina, del rey Luis XVI y de tantos otros que enfurecieron a su gente con un modo ostentoso e injusto, entre otras cosas, y pagaron muy caro por ello.
Hoy, en Venezuela, las verdaderas ratas ya están corriendo, y Cabello junior, en su jolgorio, no se da cuenta. Ojalá no caiga su cabeza, sino toda esa gran familia de nuestra América.