LA HABANA, Cuba. – Cierta vez un chistoso de mi barrio, al notar el rostro preocupado de un estudiante que debía realizar un examen de la asignatura Historia de Cuba, le comentó: “No cojas lucha con esa prueba, muchacho. Échale la culpa a Estados Unidos de todos los problemas que existieron y siguen existiendo en este país, y verás cómo te dan 100 puntos en ese examen”.
Más o menos en ese contexto se enmarca un reciente artículo del exagente de la Seguridad del Estado, y hoy asiduo colaborador del diario Granma, Raúl Antonio Capote.
El articulista la emprende contra todas las actitudes del vecino estadounidense durante las luchas independentistas llevadas a cabo por los cubanos en el siglo XIX. En ocasiones debido a la no implicación de Estados Unidos en esas contiendas, y en otras acusando a Washington de intervencionista, y de secuestrador de nuestra independencia. Como decimos en buen cubano, “palos porque bogas, y palos porque no bogas”.
El señor Capote censura lo que califica como “una actitud pasiva u hostil a la insurgencia”, mantenida por Estados Unidos durante la guerra del 68, a diferencia de otras repúblicas latinoamericanas que reconocieron la beligerancia de los cubanos.
Al referirse a la guerra del 95, y a la intervención estadounidense en ella, apunta que “la ayuda del norte finalizó con la ocupación militar, y al pueblo cubano se le arrebató la victoria por la que había peleado durante 30 largos años”.
El autor del artículo oculta varias verdades. En primer lugar nada dice del entusiasmo con que la inmensa mayoría de los mambises cubanos contemplaron la intervención militar de Estados Unidos en la guerra contra España ―no confundirla con la ocupación militar tras la contienda―, que consideraron decisiva para la derrota de los colonialistas.
En segundo lugar, Capote obvia la Resolución Conjunta del Congreso estadounidense en 1898, la que garantizaba que, a la postre, con ocupación militar o sin ella, Cuba sería libre e independiente.
Por otra parte, el exagente Capote ignora que Estados Unidos constituyó una verdadera retaguardia para los independentistas cubanos, lo mismo en la contienda del 68 que en la del 95. En suelo estadounidense se prepararon la mayoría de las expediciones que traían a Cuba armas, pertrechos y combatientes para la lucha emancipadora. Y también en territorio de ese país José Martí pudo crear un periódico y fundar un partido político para organizar a las fuerzas independentistas.
Al final de su artículo, el señor Capote, al escribir que “durante más de 50 años, Washington controló la economía y la política de Cuba”, da a entender que la Isla era una colonia de Estados Unidos, uno de los argumentos favoritos que emplean los historiadores oficialistas.
Quienes piensan de esa manera pasan por alto que, tras la derogación de la Enmienda Platt en 1934, se rompieron todas las cadenas políticas que ataban a Cuba con su vecino del norte.
La prueba más fehaciente de que ya Cuba no era una colonia fue el triunfo de la revolución castrista en 1959. Porque una metrópoli no permite que en su colonia tenga lugar un proceso político que le sea adverso. La Unión Soviética, por ejemplo, aplastó a sangre y fuego los intentos libertarios en Hungría, en 1956, y en Checoslovaquia, en 1968. Esas sí eran verdaderas colonias del Kremlin.
En resumidas cuentas, la realidad indica que la frase del tipo de mi barrio trasciende los marcos del chiste y sintoniza con esa aberrante adulteración de la historia que llevan a cabo las autoridades castristas y sus peones incondicionales.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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