LA HABANA, Cuba.- En las últimas semanas, la atención de la opinión pública (sobre todo en Estados Unidos, pero no sólo allí) ha estado centrada en el proceso para aprobar a Brett Kavanaugh como magistrado de la Corte Suprema de ese gran país. El proceso, que parecía marchar con rapidez hacia un desenlace positivo, se ha encontrado con los escollos que representan las declaraciones de dos señoras que acusan al nominado de conducta sexual inapropiada.
Lo primero a mencionar son las grandes diferencias que, en ese terreno, existen entre nuestro país y sus vecinos del Norte. En Estados Unidos (al igual que sucedía en la Cuba democrática), cada vez que queda vacía alguna de las nueve poltronas del máximo órgano jurisdiccional, el Presidente, con la aprobación del Senado federal, nombra a quien deba ocuparla. Este proceso da origen a una intensa cobertura mediática, que sirve para que los ciudadanos se informen sobre las características del escogido.
Por su parte, en nuestro país se supone que los jueces del Tribunal Supremo son electos por la llamada Asamblea Nacional del Poder Popular. En realidad, este flamante “parlamento”, que sesiona durante un par de días al año, hace, en ese terreno, lo mismo que en otros: aprueba por unanimidad la candidatura elaborada por los burócratas del Ministerio de Justicia y el Partido Comunista. Pasa con esos magistrados lo mismo que con los aspirantes a diputados: No se tienen noticias de que siquiera uno de los muchos propuestos a lo largo de los años haya sido rechazado alguna vez.
En Norteamérica, los nueve integrantes de la Corte Suprema son figuras públicas importantísimas, cuya actuación es monitoreada de manera constante por la opinión pública. En la Gran Antilla, los miembros del citado órgano judicial tienen garantizado un virtual anonimato. Apenas su presidente, el señor Rubén Remigio Ferro, goza de alguna notoriedad, gracias a su participación en actos protocolares que cubre la prensa.
Esos contrastes reflejan con claridad las diferencias entre, de una parte, un país de democracia y libertades, en el que las cortes poseen la jerarquía de una función independiente y toman decisiones de gran importancia para la vida nacional; y, de la otra, un estado-policía donde existe un solo Poder y en el que, para colmo de males, la Constitución dispone que los Tribunales estén “subordinados jerárquicamente” al parlamento y a su Consejo de Estado, y donde el partido único (en el que los jueces militan en masa) actúa como “fuerza dirigente superior”.
Volviendo a Kavanaugh, su principal detractora, la psicóloga Christine Blasey Ford, alega que a comienzos de los años ochenta, durante una fiesta de high school, y entre copiosas libaciones, el ahora nominado se le echó encima e intentó quitarle la ropa (¡una trusa enteriza!) en contra de su voluntad.
Quienes impugnan esa acusación, destacan la notable demora en formularla (su mismo marido declara que sólo supo de esa situación en 2012, ¡treinta años después de los hechos!). Otros testigos de referencia se enteraron aún más tarde: “Antes de que Kavanaugh fuera nominado” (lo cual sucedió el pasado julio). El otro participante en el supuesto sucedido, Mark Judge, afirma no recordar la fiesta que ella menciona, y asegura que nunca vio a su amigo Brett “actuar del modo que describe la doctora Ford”.
Los impugnadores de la señora destacan también que esta última está registrada oficialmente como miembro del Partido Demócrata. Y es de las extremistas, lo que demostró con su apoyo a Bernie Sanders —el mismo que desea convertir a los Estados Unidos en un “país socialista”— y con su participación en actos de calle. En ese contexto —especulan— todo huele a una conspiración dirigida contra los republicanos Donald Trump (quien como Presidente hizo el nombramiento) y el propio Kavanaugh.
A los ataques se sumó después Déborah Ramírez, otra militante del partido de los “liberales norteamericanos”. Ella narra otro incidente separado que acaeció durante su primer año de estudios universitarios en Yale. Esta nueva denunciante afirma que tardó decenios en divulgar lo sucedido porque “había estado bebiendo… y… hay vacíos en sus recuerdos”.
Aquí han entrado en acción testigos de carácter: Seis compañeros de curso de Kavanaugh y Ramírez aseguran que, si el incidente descrito por esta última hubiese tenido lugar, “lo habríamos visto u oído sobre él, cosa que no sucedió”; a ello añaden que “la conducta que ella describe habría sido insólita en Brett”. Sesenta y cinco féminas que coincidieron con este último en el bachillerato aseveran que, a lo largo de los años, él “se ha comportado de manera honorable y ha tratado a los mujeres con respeto”.
En medio de estas versiones contradictorias, se han hecho comparaciones con el caso de Clarence Thomas, jurista negro nominado para igual cargo por George Bush. Las acusaciones de similar naturaleza que le formuló la doctora Anita Hill fueron desestimadas en definitiva y el aspirante, aunque por estrecho margen, fue aprobado por el Senado y perteneció durante lustros a la Corte Suprema. Este otro affaire ha sido llevado a la gran pantalla.
Claro que cada asunto merece un enfoque diferenciado. Pero existe una notable discrepancia entre el culebrón actual y el proceso de confirmación de Clarence Thomas. Los hechos que se le atribuyeron a este último tuvieron lugar cuando él, ya un jurista con años de ejercicio profesional, desempeñaba un cargo importante, del cual se habría aprovechado para acosar sexualmente a su colega Hill.
La conducta inapropiada de Kavanaugh, por el contrario, se habría producido cuando éste era un adolescente. Tanto es así que el ahora nominado, en su defensa, ha presentado cinco páginas de su calendario de 1982. Ya se sabe que, en derecho, nada es más difícil que probar que algo no sucedió. No obstante, en esos papeles constaría que la “fiesta” mencionada por la Ford no existió. Pero también que el joven Brett, por aquellas fechas, había estado “castigado” por sus padres durante varios fines de semana…
En definitiva, cabe presumir que este nuevo reality show seguirá acaparando la atención pública durante semanas. Después corresponderá a un prestigioso órgano pluralista electo en libertad —el Senado federal de Estados Unidos— determinar el destino final de este nombramiento presidencial.
Cualquiera que sea el resultado, brillará la vibrante democracia norteamericana. Sobre todo si la comparamos con la grisura enfermiza que exhibe la actual sociedad cubana en procesos similares.