GUANTÁNAMO, Cuba. ─ Los comunistas cubanos acaban de ofrecer el patético espectáculo de su VIII Congreso, un evento donde la autocrítica cedió espacios al autoelogio y la perentoria limpieza de cutis fue nuevamente postergada por el uso de la mascarilla.
Y conste que no me refiero al nasobuco, sino a otro antifaz más molesto que, lejos de protegerlos de la pandemia, les impide respirar la verdad con que asesinan al país.
Los congresos del Partido Comunista de Cuba (PCC) han ido de más a menos desde que en 1975 comenzó la transmisión de esas farsas televisadas. Desde entonces, han decrecido las audiencias y las expectativas, tanto que la celebración del nuevo cónclave atrajo menos televidentes que los habituales encuentros futbolísticos europeos de los fines de semana.
Autoproclamados salvadores de la nación cubana y única fuerza política capaz de llevar adelante al país ─haciendo hincapié en un mesianismo que se auto endilgan y les encanta reiterar─, los comunistas cubanos han sido inoculados con el peor de los virus, ese que les impide andar con los pies bien puestos sobre la tierra.
Allí donde hay miseria ellos ven capacidad de resistencia; donde hay deterioro de la seguridad social, la educación, la salud pública y la capacidad adquisitiva de los ciudadanos ellos aseguran que hay “preservación de las conquistas sociales de la revolución”; donde hay inflación galopante ellos ven la presencia esperanzadora de la Tarea Ordenamiento. Para contrarrestar la imagen deprimente de un pueblo que se lanza a las calles en busca de alimentos hablan de seguridad y soberanía alimentaria, una frase hueca que lanzan constantemente al éter desde hace más de una década al punto de convertirla en una de sus consignas idílicas.
Con más penas que glorias ─a pesar de las loas─ se van formalmente los “históricos” que en más de seis décadas en el poder hicieron muy poco de lo que prometieron y dejan a los nuevos dirigentes impuestos un país endeudado y sumido en una profunda crisis moral, social, política y humanitaria.
Los ingenuos que nunca faltan no tardaron en difundir repiques de vaticinios que aseguraban que estábamos ante un momento histórico porque Raúl Castro había entregado el poder. Para negar tamaña ingenuidad ahí está la movida hacia el Buró Político del Comité Central del PCC del general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, ex yerno de Castro y Presidente Ejecutivo del Grupo de Administración Empresarial (GAESA), la permanencia de Alejandro Castro Espín en el control de toda la información sensible del país y el reciente nombramiento de Álvaro López Miera como Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y miembro del Buró Político del PCC.
Las propias palabras de Miguel Díaz-Canel ─ahora Primer Secretario del Comité Central del PCC─ acerca de que Raúl seguirá siendo consultado evidencian que en Cuba hay un poder real y otro formal y que el general continuará marcando pautas hasta su muerte… y más allá, hasta que el pueblo de Cuba sea capaz de poner coto a tanta ignominia.
Salvo escasos aspectos, el discurso del nuevo Primer Secretario fue más de lo mismo: loas a Raúl Castro y a otros dirigentes “históricos”, valoraciones triunfalistas, lanzamiento de las saetas de la culpa hacia Estados Unidos y amenazas a los cubanos que se atreven a ejercitar sin permiso de los comunistas y en sus propias narices el derecho a luchar por un país diferente. Otras mentiras y manipulaciones históricas pueden apreciarse por igual en la pieza oratoria con que terminó el VIII Congreso el pasado 19 de abril.
Si nos constreñimos a lo que anunció como proyecciones de la nueva etapa, es evidente que la represión a toda acción contestataria continuará siendo prioridad en la política doméstica. No importa que concomitantemente los comunistas cubanos afirmen que van a respetar todos los derechos humanos, el Estado Socialista de Derecho y la institucionalidad del país. Ya sabemos que más que realidades esas promesas resultan actos de su malabarismo semántico. Para ellos, el respeto a la diversidad solo funciona en cuanto a la política externa.
¿Qué les importa si continúan despilfarrando recursos para sitiar a opositores pacíficos y periodistas independientes? ¿Qué les importa si los golpean, roban, humillan, linchan mediáticamente o encarcelan si sabemos que cuentan con la vergonzosa complicidad de numerosos gobiernos en los foros internacionales? Para los comunistas, quienes piensan diferente ─aunque hayan nacido en Cuba y, según la Constitución de la República, gocen de igualdad de derechos─ serán siempre “asalariados del imperialismo, vendepatrias y traidores”, por tanto, todo lo que hagan en su contra lo justificarán aduciendo que actúan para defender a la patria, aunque ya pocos les creen.
Díaz-Canel, convertido ahora en el hombre con más poder formal en Cuba, dijo: “Vale la pena defender el socialismo porque es la respuesta a la necesidad de un mundo más justo, equilibrado e inclusivo, es la posibilidad real de diseñar con inteligencia y sensibilidad un espacio donde caben todos y no sólo los que tienen recursos”. La frase, dirigida a la presunta realidad de todos los países capitalistas, oculta que en más de sesenta años en el poder los comunistas no han aportado nada al equilibrio y justicia del país y en cuanto a la inclusividad sólo la alcanzan sus acólitos. ¿Cómo se atreven a citar a José Martí?
El mandatario añadió que los comunistas cubanos defenderán la unidad nacional sin discriminar, sin dar espacios a prejuicios, dogmas o encasillamientos que dividen injustamente a las personas. ¿Eliminará esa proyección la discriminación política? Sé que no lo hará, por eso no le creo.
Sostuvo también que lo imperdonable no es haber cometido errores en los años precedentes o ahora mismo, sino no corregirlos. Obviamente, en el alcance de esa presunta osadía verbal no está contemplado volver al país al cauce democrático interrumpido por Fulgencio Batista y ultimado por Fidel Castro, única forma de corregir de una vez por todas todos los errores pasados y presentes.
Al parecer, los comunistas no acaban de entender que la mayoría del pueblo cubano no les cree, no sólo porque constituyen una fuerza política antidemocrática ─y la más corrupta, retardataria e ineficaz que haya estado presente en nuestra historia─, sino porque tras seis décadas de tanta oratoria vacía y promesas incumplidas la frase latina “res, non verba” cobra impresionante vigencia.
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