LA HABANA, Cuba. – Conozco la historia de la neuróloga cubana Hilda Molina, quien reside en Argentina con su familia. Estudió la personalidad de Fidel Castro y lo diagnosticó como “psicópata incurable”. Pero si alguna vez Molina se refirió a los traumas que poseía el Comandante en Jefe, especialmente con Estados Unidos, no lo sé.
Las estancias de Fidel Castro en ese país fueron cortas pero intensas. La primera tuvo lugar durante su luna de miel con Mirta Díaz-Balart Gutiérrez en octubre de 1948.
La escritora cubana Katiuska Blanco, en la apología que escribió sobre la vida de Fidel, no narra ese viaje matrimonial como lo hacen quienes fueron sus amigos más íntimos en Estados Unidos. Aun que relata que los novios habían recibido 3 000 dólares como regalo de bodas, la escritora no aclaró que 1 000 fueron dados por Fulgencio Batista, amigo de la familia. Dice, en cambio, que se hospedaron en una casa de huéspedes barata, cerca del Parque Central de Nueva York, y que Fidel se compró un auto de uso para llegar a Miami y, por último, trasladarse a La Habana en ferry.
En cambio, Luis Conte Agüero, Max Lesnik ―que lo escondió en su apartamento del Vedado habanero―, Rafael del Pino, sus cuñados Lincoln y Mario Díaz-Balart y otros, no coinciden con Blanco. Recuerdan otra historia, más lógica, cuyas declaraciones y fotos se conservan en el Museo Histórico del Sur de la Florida.
Según el escritor Norberto Fuentes y la hermana de Rafael Díaz-Balart, la pareja se alojó en la suite de un hotel de lujo en Miami Beach, destinada a los matrimonios de la clase alta. De acuerdo con estas fuentes, Mirta y Fidel llegaron a Estados Unidos con la impresionante suma de 10 000 dólares, no con 3 000, como dice Blanco.
Luego viajaron a Nueva York y se alojaron en un apartamento en Manhattan. El auto comprado por Fidel era un Lincoln Continental 1947, de apenas un año de uso, muy lujoso en aquella época. Meses después su matrimonio con Mirta fracasa.
En 1949, Fidel volvió a Miami, esta vez con el objetivo de esconderse. Temía por su vida cuando fue acusado de gánster en la Universidad de La Habana.
Su tercer viaje ocurrió en noviembre de 1955, cuando fue recibido por los cubanos exiliados que esperaban la caída de Batista y recaudó cientos de dólares para su gestión política en el antiguo Flagler Theater.
Pero en esta tercera y última visita a Miami, sufrió una gran contrariedad cuando le negaron el permiso de ofrecer un discurso en el histórico balcón del Instituto San Carlos, en la calle Duval de la aledaña Stock Island, donde José Martí había hablado a los tabaqueros cubanos que trabajaban allí y que luchaban por la independencia de Cuba.
Tan molesto se sintió Fidel que trató de convocar una manifestación como protesta, pero no lo logró. De esa forma, partió rumbo a México y nunca más puso un pie en Miami.
Otras razones que “justifican” el origen de sus perturbaciones emocionales en relación con Estados Unidos, asoman en la carta que le envió a Celia Sánchez tras el bombardeo de Batista a la Sierra Maestra: “…me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta de que ese va a ser mi destino verdadero”, escribió Fidel.
Quizás su obsesión tenga que ver con su visita a Washington DC el 15 de abril de 1959, cuando fue rechazado por el presidente Eisenhower.
No olvidemos que en una edición del programa televisivo Mesa Redonda, transmitida en febrero de 2012, Fidel dijo que se sentía vigilado por un satélite estadounidense: “Hasta en el inodoro de mi casa me observan”, dijo.
Fuentes consultadas:
Declaraciones escritas de Max Lesnik, Rafael del Pino, Luis Conte Agüero, Norberto Fuentes, Paul George, historiador de Miami, del fotógrafo Wilfredo Gort, del Diario Las Américas y de Alfonso Chardy, del Miami Herald.
Todo el tiempo de los cedros, de Katiuska Blanco, Casa Editora Abril, 2003, La Habana.
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