LA HABANA, Cuba.- Desde hace días no consigo concentrarme en la escritura, y aunque me asisten algunas ideas, terminan luego diluidas entre esa maraña de cosas que repletan mi cabeza. Cada día lo mismo…; lo primero es encender el televisor para enfrentar al “epidemiólogo nacional”, ese al que miro con un desgano enorme, al que atiendo con ciertas sospechas, con reconcomios. Y es que ya no soporto su voz y mucho menos ese discurso repleto de regaños y amenazas, esa arenga que cada mañana me enfrenta a la realidad que es la transmisión de la COVID-19 entre cubanos, pero también a la propagación de ciertas cosas que él supone que son “bondades de la revolución”.
A diferencia de algunos, no me gusta ese viejo que reprende de antemano a quienes podemos enfermar o estamos enfermos desde antes, mientras pondera a un gobierno que tiene la apariencia de ser inmune a todo, que da la impresión de estar vacunado desde hace mucho rato, de estar muy protegido. Cada mañana me asiste la impresión de que estoy en medio de un aula con un maestro regañón al frente, un maestro que “se las sabe todas”. Así es siempre en este país; en cada circunstancia nos vemos frente al absoluto, un dominante que hace notar una “sabiduría” que amenaza y juzga, pero que no resuelve nada.
No me gusta el epidemiólogo de este gran hospital en el que vivimos. No me gusta este manicomio, esta unidad militar con silueta de caimán. No me gusta este cocodrilo enfermo que mueve, desesperado, la cola de un lado a otro, y que golpea y golpea sin orden ni concierto. No me gusta este país enfermo que advierte cada día lo que puede hacer a los que no son fieles, a quienes se le enfrentan. Y tampoco me gustan los derroteros que deciden, los rumbos que toman cada día. No me gusta el país que toma los caminos más errados, los más trillados, los más abyectos.
Desprecio al país que guía, que propicia, la conducta de sus fieles más siniestros, incluso en medio de una epidemia que está agotando al mundo y que crece rápido en estas tierras. Las epidemias, las enfermedades todas, deberían generar conciliaciones, debían intentar componer lo descompuesto, pero en Cuba sucede los contrario, en Cuba crece el odio con la misma fuerza con la que crece la yerba mala y el bicho chino. Solo habría que hacer algún balance, solo habría que mirar los días más recientes y sus sucesos, solo habría que ver lo que hicieron a Luis Manuel Otero Alcántara.
Bastaría con enterarse de cómo intentaron denigrar a un joven atendiendo a sus apetitos eróticos, a sus deseos, a las prácticas sexuales que decide en su intimidad, esas que quizás, y hasta entonces, solo conocían sus cercanos. Luis Manuel no fue llevado a las UMAP, que ya no existen con ese apelativo. Luis Manuel fue castigado de otra forma, más moderna, más visible y con algunas evidencias. Luis Manuel fue mostrado mientras daba placeres a su cuerpo, placeres que para ellos siguen siendo un “pecado nefando”.
Nada mejor para castigar que mostrar lo que ellos, esos comunistas tan alejados de la iglesia, suponen que es una “falta vergonzosa”, un pecado gravísimo. Los comunistas muestran otra vez, quizás sin reconocer las consecuencias, a un hombre que disfruta las “ofrendas” de otro varón para conseguir el goce. Los comunistas hacen públicas, al parecer sin suponerlo, sus peores abyecciones, y propagan sin recato ese otro “virus” que tanto atacó y que ataca aún. Los comunistas en el poder son deleznables, son sucios y más, son unos asquerosos pornógrafos.
Y todo para castigar a un hombre que los enfrenta. Quizá les habría gustado que Luis Manuel fuera un ladrón, un asesino, pero no lo cogieron con manos en esa otra “masa” y, como otras veces, recurrieron a sus gustos, a sus deseos, a sus “desórdenes” en la cama. Ellos, como tantas otras veces, hicieron visible una manera de gozar el sexo, sin reconocer que podrían ser juzgados, y con muchísima razón, de pornógrafos. Y ahora resulta muy curioso que hace unos meses mutilaran ellos un beso entre dos “machos” muy jóvenes en una película que transmitió la televisión cubana; un simple beso los llevó a censurar, pero ahora se aprovechan y muestran más, mucho más, ahora exageran…
Y como otras tantas veces se les fue “el tiro por la culata”, otra vez ganaron las de perder. Otra vez mostraron su peor cara y consiguieron el repudio, el castigo de muchos, y hasta la burla, y como tantas otras veces, como siempre, nos quedamos con las ganas de que Mariela Castro repudiara esos procederes, y también nos quedamos sin saber si estuvo enterada de antemano de lo que iba a suceder con esas imágenes… Y mañana Luis Manuel, el macho que no les teme, volverá a enfrentarlos, saldrá a la calle después de tanto ultraje, y quizás consiga despertar infinitos apetitos gracias a ellos, después que ellos hicieran tan visibles sus “bondades”.
Quizás ahora mismo, quien se entere de esta patraña contra Luis Manuel, recuerde a un montón de ilustres que gozaban como él, y mencionen entonces a Sócrates y a Platón, al Alejandro Magno al que admirara tanto Fidel Castro, y también a Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci, a Oscar Wilde, a Lezama y a Piñera, y a muchos otros; pero si no se les ocurre un nombre, si no recuerdan, les contaré que alguna vez escribió Freud a una madre que añoraba corregir la sexualidad “desviada” de su hijo: “Creo que usted necesita más ese análisis que él. Si usted se decide a tener un análisis conmigo, y no espero que lo acepte, puede visitarme en Viena. No tengo ninguna intención de moverme de aquí. Sin embargo, estaré esperando su respuesta”. Eso le escribió Freud a aquella madre, y quizás eso le sirva ahora a quienes “denigraron” a Luis Manuel, pero seguro que atenderán más al bicho que mata mientras dan la espalda al “bicho” que acompaña y place. ¡Allá ellos!
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