LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – El hombre llegó a la óptica Capitolio. El problema era sencillo: reemplazar el pequeño tornillo que sujeta la pata a la armadura. No tardaría ni dos minutos.
-Espere un momentico, enseguida lo atiendo – dijo la recepcionista, mientras hablaba animadamente por teléfono. La espera y la impaciencia se alargaban. El hombre optó por aplacar la ira y comenzó a moverse intranquilo alrededor de la muchacha. El método dio resultado.
– Mi vida, hay un cliente que parece apurado. Cuando lo atienda, te vuelvo a llamar. Un besito –dijo la empleada, y colgó-. ¿Qué desea?
-Mire, el tornillito…
-Sí, pase al departamento de reparaciones, aquí al lado. Pregunte por Maritza, la técnica; es una gordita. Haga la cola y espere.
El departamento era una pequeña mesa con instrumentos de trabajo, la silla, la lámpara sobre la mesa y un banco de madera para los clientes.
-¿En qué puedo ayudarlo?
-Mis gafas, se zafó un tornillito.
-¿Lo trajo?
-¡Qué va! Se me cayó en la guagua. Y gracias que encontré la pata. ¿Cómo voy a encontrar un tornillo tan chiquito en una guagua llena? Si lo hubiera encontrado yo mismo lo pongo.
-Lo siento, señor, no tenemos tornillos.
-¿Cómo? ¿No tienen un tornillo para mis espejuelos? ¿Cómo se explica esto?
– Hace más de un año la empresa no los envía, señor, porque dicen que no tienen, ya usted sabe, el embargo…
-¿El embargo? ¿Qué embargo?
-Vuelva dentro de dos meses, o llame por teléfono. Si la línea está ocupada, insista. A lo mejor para entonces ya nos mandaron los tornillitos. Tenga paciencia y haga como todos: amarre la pata con un alambrito, y resuelto el problema.