LA HABANA, Cuba. – De su última visita a Miami, Leonor trajo dos gigantescos muñecos inflables de Santa Claus. Dice que le costaron unos 25 dólares cada uno, pero ella los revenderá en 120 aquí en La Habana, donde algunos pagarían incluso un poco más solo por estar a la moda en barrios donde adornar el hogar con un modesto arbolito suele ser un gran sacrificio.
Tengamos en cuenta que Cuba es un país donde celebrar la Navidad no solo constituye un lujo, sino que es una festividad a la que el gobierno no le da ninguna importancia. En la televisión toda la propaganda está dirigida a celebrar un año más de enquistamiento de los comunistas en el poder y a dar por cierto que la gente los apoya incondicionalmente.
No creo tanto que odien la Navidad como que aprovechan la coincidencia de fechas y manipulan los festejos de diciembre. Se apropian de una alegría y un espíritu que no les pertenece.
De hecho, en Cuba estuvo prohibido festejar la Navidad durante décadas. Cualquier miembro del Partido Comunista que se atreviese siquiera a colocar en su casa un par de bombillos de colores que semejara una guirnalda, se exponía a una reprimenda.
Fue el Papa Juan Pablo II quien logró restablecer la celebración de la Navidad en Cuba a finales de los años 90.
Fue una de las condiciones que puso el Sumo Pontífice para la concreción de su visita pastoral y el régimen aprobó establecer como feriado el 25 de diciembre, aunque nada a gusto con la idea. La era soviética había terminado con un estrepitoso derrumbe y la desesperación transformó a los comunistas de la Isla en más papistas que el Papa, pero solo por el tiempo necesario.
Hubo feriado aquella vez, incluso con urgencia se importaron de China cargamentos de arbolitos y borlas baratas ‒más que todo para que la prensa extranjera hiciera sus fotos sobre el espíritu navideño en las calles‒, pero igual orientaron a las “organizaciones políticas y de masas” que se realizaran conciertos políticos y bailables públicos (con mucha bebida y “gozadera”), sobre todo en la escalinata de la Universidad de La Habana, donde se diera a entender que a la juventud cubana le importaba poco Papá Noel.
Pero han pasado los años y, aunque no se puede hablar de verdadero “espíritu navideño” en un país donde dan pena las vidrieras y los estantes desolados de los comercios estatales, hasta en la mismísima sede central de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) -en plena avenida 23 del Vedado- han colgado un par de esos muñecos inflables que Leonor, la contrabandista, revende en más de cien dólares.
Hace apenas un lustro hubiesen levantado en el mismo sitio una pancarta con alguna frase de Fidel o de Ernesto Guevara, pero los muñecos inflables de Santa Claus están de moda, igual que las freidoras sin aceite, las trituradoras de vegetales, las motos eléctricas y los relojes pulsera que se sincronizan con el teléfono celular; es decir, todo aquello que indica “prosperidad” y “abundancia” en un país donde encontrar un paquete de salchichas en el supermercado puede ser considerado un milagro “navideño”.
Entre los que viajan a Panamá, México, Miami o Nicaragua por estas fechas abundan quienes ocupan parte de su equipaje con objetos para la Navidad, ya que en la isla pueden revenderlos hasta en diez veces por encima de lo que pagaron por ellos.
Es el negociazo del momento como consecuencia de que en los comercios estatales el gobierno hace lo mismo, pero con peores productos. Baratijas con precios que son una burla para ese trabajador, incluso altamente calificado, cuyo salario mensual a duras penas alcanza para sobrevivir una semana.
En las casas de la mayoría de los cubanos, inmersos en ese dilema entre gastar en comida, en ropa o en arbolitos y luces de colores, se suele reciclar una y otra vez, año tras año, los mismos adornos sucios, descoloridos, y en ese acto donde se pudiera medir nuestra pobreza, por momentos alcanzo a ver atisbos de rebeldía pero, contradictoriamente, también de conformismo, incluso de estupidez y hasta de cobardía.
Me dice alguien del otrora barrio militar donde vivo que él puso su primer árbol de Navidad cuando supo que hacerlo no les perjudicaría a sus hijos, cuyos estudios y empleos dependían de una evaluación ideológica regular -aquel famoso “aval del CDR” (Comité de Defensa de la Revolución)- que tanto daño hizo y continúa haciendo.
Además, escucho en la calle a una mujer que confiesa hará un inmenso sacrificio este mes pero que comprará uno de esos muñecos gigantescos para no sentirse menos que su vecina quien ha levantado varios en el portal porque su hijo se los ha mandado de “afuera”.
Y están los que adornan porque están cansados de que los inunden y agobien con esa letanía más que propaganda sobre la Revolución, el socialismo, la continuidad, el “bloqueo”, la “coyuntura” y Fidel Castro. Entonces exhibir un muñeco a la entrada de la casa es para ellos como tomarse un respiro, una bocanada de aire denso en un país cada día más asfixiante.
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