LA HABANA, Cuba. -Entre las imágenes de la ridícula actuación de la “delegación oficial” cubana en la Cumbre de Panamá, hay algunas que bien pueden definir ese retorcido concepto de “democracia” ―basado en la hipocresía y la doble moral de los funcionarios― con la que pretende el gobierno cubano ocultar su verdadera naturaleza totalitarista.
Ver, a las puertas de los plenarios, a Miguel Barnet y Abel Prieto vociferando consignas y lanzando improperios contra los opositores cubanos es el cuadro más auténtico que jamás pudieran mostrar de sí mismos estos dos personajes reconocidos por resguardar a dentelladas las migajas de poder que tanto disfrutan y que les permiten disimular sus mediocridades como escritores y sus bajezas como seres humanos.
Hace apenas un mes algunos escritores denunciaban los gastos de dinero excesivos del Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba mientras en la propia institución que dirige se suspendían los pagos por derecho de autor a varios miembros bajo el pretexto de falta de fondos.
El novelista y editor Jorge Ángel Pérez hizo circular desde su correo una carta donde daba cuenta del derroche de unos 10 mil dólares (el equivalente a más de 600 salarios mensuales de un editor) en la construcción de una pérgola decorativa en los jardines de la UNEAC, mientras que a él y a otros intelectuales se les había postergado durante meses el pago de unos 40 dólares, una cantidad infinitamente mínima comparada con las cantidades que la oficina comercial de la UNEAC invierte tan solo en proveer de vinos caros a “Miguelito”, según nos confiesa un exfuncionario comercial de la institución que nos ha pedido discreción. Según este exempleado anónimo, con la llegada de Miguel Barnet a la UNEAC se incrementaron los gastos en bebidas caras, viajes y otros antojos del recién estrenado miembro del Partido Comunista.
Según esta misma persona: “Antes con un par de botellas de ron resolvía sacar una actividad. Pero entonces Miguel prohibió el ron porque a él no le gustaba, y nos hizo comprar vinos caros. Con lo que vale una botella de vino yo antes compraba una caja de ron que me duraba el mes. Y con eso vinieron otros gastos. No había dinero para reparar el techo de la casa de un escritor ni para comprarle una silla de ruedas a un artista enfermo pero sí había para mandar a hacer carpetas, carísimas, para repartirlas en las reuniones, o para gastos de viaje. Mejor no te cuento todo lo que pasaba allí, y me imagino que siga pasando”.
Las demostraciones de lealtad incondicional al régimen le garantizan a Miguel Barnet “gobernar” con excesos y sin consecuencias sobre una masa de intelectuales acostumbrados, como él, a que cualquier beneficio que los saque de la miseria solo puede provenir de la más estricta obediencia. Sus estrategias de sometimiento se basan en una reproducción a escala mínima de los procedimientos que el gobierno emplea para mantenerse en el poder: suprimir las libertades individuales y conservar al pueblo en los límites de la pobreza para luego manejarlo como marioneta.
Abel Prieto, por su parte, es de esos escritores que solo producen los regímenes totalitarios y las circunstancias políticas adversas. Al descubrirse dueños de una obra sin ningún tipo de valor ni trascendencia, intentan colocarse a la cabeza del gremio pactando una alianza maquiavélica con el poder. Recordemos que durante aquella “guerrita de emails” en que varios escritores y artistas denunciaron la rehabilitación de varios represores durante el llamado Quinquenio Gris o Decenio Negro, la respuesta del Ministro de Cultura, temiendo a que los medios de comunicación digitales se convirtieran en una herramienta de oposición incontrolable, fue implementar decretos que prohibían a los artistas y escritores usar los correos electrónicos para difundir masivamente denuncias y convocar a protestas.
Tanto Miguel Barnet como Abel Prieto, han sabido bien desempeñar su verdadero papel de instrumentos represivos desde sus puestos en la cultura y en sus hombros cargan la complicidad tanto por legitimar el asesinato ejemplarizante de varios jóvenes durante la crisis de balseros, así como del silencio ante atropellos discriminatorios de toda clase.
Hace apenas unos días el reconocido ensayista y poeta Víctor Fowler denunciaba haber sido víctima del racismo al prohibírsele la entrada a un lugar frecuentado por turistas. A pesar de que varios intelectuales se hicieron eco de la denuncia, ni la UNEAC ni el Ministerio de Cultura emitieron declaraciones al respecto. De modo que resulta ridículo ver a los “jefes de la delegación oficial” cubana, denunciar discriminaciones o irregularidades en el proceso de acreditación en la Cumbre de Panamá cuando ellos están más que entrenados en esas prácticas.
Cuando veo los rostros de estos dos personajillos en la televisión hablando de derechos e intentando silenciar a los opositores cubanos, me viene a la mente la frase que le escuchara a un taxista en la calle cuando comentaba sobre las escenas de violencia en Panamá: “Es que el gobierno cubano no mandó una delegación a Panamá, sino una brigada de respuesta rápida”.
Un pasajero que viajaba a mi lado, lo respaldó con varias anécdotas de cuando era profesor de una escuela de arte en La Habana y lo obligaban a interrumpir las clases para que sus alumnos, sobre todo los varones, sirvieran como fuerzas de apoyo a las brigadas de represión contra grupos opositores. “Después, con tremendo descaro, te decían en el noticiero que la violencia y los actos de repudio habían sido una reacción espontánea de la gente que pasaba por el lugar. ¡Mira que son mentirosos! Todos esos fueron mandados a Panamá para que den palo y griten consignas y, por supuesto, para que compren pacotillas”, agregó este pasajero que además rememoró otras situaciones similares de cuando cumplió servicio militar y de su etapa de estudios en la Universidad de Matanzas. Sus experiencias coincidían con las de todos los que viajábamos en el auto, a pesar de haber estudiado y trabajado en distintos lugares y sectores laborales.
Siento alivio al saber que cada vez son más las personas en nuestro pueblo que no se dejan engañar por la prensa oficial cubana, acostumbrada a esperar a que los gobernantes no solo aprueben los temas a tratar sino que, además, redacten las noticias y hasta los titulares de modo tal que parezca que el universo gira alrededor de La Habana.
Nadie que ha vivido la experiencia de pertenecer a los CDR o la FMC, a la UNEAC o a la UPEC, y que sabe de sus orígenes (todas fueron fundadas por “iniciativa de Fidel Castro”) y verdaderas funciones puede identificarlos con organizaciones civiles independientes del gobierno. Quien pretenda reconocerlas como tal más que ingenuo resultaría un estúpido.
Demasiados años siendo víctimas de la manipulación, ya son mayoría los que reconocen que todo cuanto aparece en las pantallas y en los periódicos oficiales ha sido diseñado para reforzar la cúpula de hierro que nos aísla del mundo y, por lo tanto, las escenas de violencia en Panamá siguen el guion diseñado por el régimen para boicotear un espacio de diálogo que no pueden manipular a su antojo.