LA HABANA, Cuba. — En un artículo publicado el pasado domingo en CiberCuba, el colega Arnaldo M. Fernández busca respuesta a la pregunta que formula desde el mismo titular: Apartheid político en Cuba: ¿Qué pueden hacer los votantes en las próximas elecciones?.
En ese trabajo periodístico, el autor califica a las votaciones para diputados como “las únicas elecciones parlamentarias del mundo que, por diseño legal, garantizan que todos sean elegidos tan solo si votan por ellos mismos, aunque todos los demás electores voten en contra”.
El planteamiento es ingenioso, pero inexacto. Para empezar, parece excesivo dar el nombre de “elecciones” —¡sin usar siquiera unas comillas!— a esa farsa electorera. En ella, los ciudadanos no tienen escogencia alguna; y en tan gran medida, que jamás se ha dado el caso de un candidato a diputado (o a delegado provincial, bajo la anterior Constitución) que no haya “ganado”. Por consiguiente, los ciudadanos nada eligen.
Pero, además (y para ser exactos), tendríamos que señalar que no se contempla como posibilidad que los electores “voten en contra” en esos procesos. Estos se diferencian en ese punto de los referendos orquestados por el régimen de La Habana (como los convocados en 2019 para aprobar la “Constitución raulista” o en 2022 sobre el Código de las Familias).
En estas últimas consultas populares sí se pudo optar por el “No”, que era exactamente lo opuesto de lo que invitó a hacer el régimen. Es por esa razón que (en esos referendos) exhorté a mis compatriotas de la isla a que concurrieran a los colegios electorales para votar en contra del régimen; así lo hice yo mismo. Pero jamás pasó por mi cabeza atacar a los opositores (quizás la mayoría) que recomendaron la abstención.
El señor Fernández, en su escrito, hace exactamente lo contrario. Él formula un planteamiento con el cual me parece imposible que esté de acuerdo algún disidente. Leemos allí: “Dejar la boleta en blanco o anularla es la única acción política directa contra la dictadura en estas elecciones, pues un opositor pacífico que no vota equivale a un alzado que deserta”.
De esta afirmación tan aventurada y arbitraria, se deduce lógicamente que, según el autor que he citado, para ser un luchador consecuente contra el castrismo (lo contrario de un “desertor”) también en esta ocasión haría falta que todos los anticomunistas concurriésemos a votar.
A la luz de las realidades (y de lo que el mismo señor Arnaldo reconoce), esa opinión es insostenible. Sigo leyendo en su aludido escrito una admisión fundamental: que cada boleta “solo da la opción de votar por uno, algunos o todos” (los candidatos). A continuación, el autor reconoce que se puede “emborronar las boletas o dejarlas en blanco, pero ni unas ni otras se computan como votos válidos”.
O para decirlo de otro modo: para que el voto de un elector “cuente” es necesario que él sufrague por al menos uno de los candidatos oficialistas. Es decir: ¡que se haga cómplice del régimen, al votar como mínimo por uno de quienes resultaron postulados a través del mecanismo tramposo de las “comisiones de candidaturas”! ¡Uno igual de malo que los demás, ya que la característica esencial de todos los nominados, el requisito sine qua non para ser considerados siquiera en los planes oficialistas, es la absoluta incondicionalidad al castrismo! ¿En qué se basa entonces Fernández para afirmar que estas “elecciones” son “equivalentes a referendo”! ¿Cuál es la “fisura estructural” que él ve en ellas!
Al hacer su comparación tan poco feliz en la que equipara a un “opositor pacífico que no vota” con “un alzado que deserta”, el colega Arnaldo peca por omisión. Él no ha tenido en cuenta que, de acuerdo con las reglas no escritas de la liturgia comunista, lo primero que debe hacer un ciudadano es concurrir a votar. Si no lo hace, estará cometiendo un “delito de lesa revolución”.
Es por esa razón que cuando a partir de 1976 los ciudadanos fueron convocados de nuevo a votar (en aquella época para elegir únicamente a los delegados municipales) los personeros del régimen y sus cotorrones se llenaban la boca para hablar de los elevados porcentajes de participación alcanzados (por ejemplo, el 98 % de los inscritos en el referendo constitucional de aquel año).
Felizmente, ha pasado mucho tiempo, y el andamiaje manipulador del castrismo se resquebraja ante nuestros ojos; el dominio absoluto de la información que tenía el régimen dejó de existir. Por añadidura, el desastre al que las inviables políticas del socialismo burocrático han conducido a nuestra Patria se ha hecho cada vez más evidente. Entonces no debe asombrarnos que, por ejemplo, en los recientes comicios municipales, la participación fuera la más baja de la historia: menos del 69 % del padrón electoral.
Y esto —recalco— en comicios municipales, los cuales (aunque con peros que no viene al caso especificar aquí) son los únicos que en Cuba merecen el nombre de elecciones, pues en ellos el ciudadano tiene la posibilidad de escoger entre varios candidatos. Además, debido al carácter local del proceso, no es raro que determinados ciudadanos se sientan en el deber de respaldar a alguno de los postulados, a quien conocen y con el que quizás tengan relaciones de amistad o aun de parentesco.
Por supuesto, que ninguna de esas circunstancias concurrirá en las venideras votaciones para diputados del 26 de marzo. Allí, a nivel de municipio, se encontrarán con varios candidatos que en su mayoría están a mil millas (tanto en sentido recto como figurado) de las calamitosas realidades que sufre hoy el cubano de a pie.
Entre los primeros menudean individuos cuyo único vínculo con el municipio por el que son postulados es haber nacido en él (aunque ni siquiera esto es imprescindible, como lo demostró el caso de Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, un santaclareño designado para representar en la “Asamblea Nacional”… ¡al municipio de Remedios!).
Menos de la mitad de los actuales candidatos a diputados sí residen en la jurisdicción que los nominó. Algunos de ellos fueron incluso electos por sus vecinos como concejales. Pero su exaltación a la Asamblea Nacional no se debe a eso. Muchísimo más incidió su incondicionalidad ante el régimen. También, en menor medida, su profesión u oficio, que el castrismo, en la demagogia politiquera de sus medios masivos, esgrime para “demostrar que todos los sectores de la Nación están representados en el Parlamento”.
Entonces es razonable pensar que el porcentaje de los que acudan en marzo a votar por los candidatos a diputados sea perceptiblemente menor que el de los que hicieron en las pasadas elecciones municipales. ¡Tal vez sufrague menos de la mitad de los electores! ¡Si así sucediera, caería por tierra toda la insulsa retórica comunista sobre el supuesto “respaldo popular” del que dicen disfrutar!
Creo que todos los que actúen de ese modo no estarán “desertando”. Todo lo contrario: estarán demostrando, ante sus vecinos y de cara al régimen, que no se prestan a actuar como payasos en la mojiganga electorera de turno, en la cual se sabe de antemano que cada postulado ocupará sin falta la curul a la cual “aspira”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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