LA HABANA, Cuba. – Comprar una buena casa en La Habana cuesta menos que un paquete turístico para estar dentro del “público selecto” que asistirá al “intercambio cultural” de Norah Jones. Es más, por el precio de uno de esos paquetes, incluso por el menos caro, cualquiera pudiera hasta comprarse unas cuantas casuchas, quizás hasta una veintena de esas que están a punto de caerse no muy lejos del Teatro Martí donde, probablemente, el estampido de otro derrumbe se cuele “armónicamente” entre las notas de una cantante que viene a “vivir” —solo por un par de noches— la Cuba de sus sueños.
Con lo que cuesta escuchar en vivo a Norah Jones, cualquier cubano que sueña con largarse —es decir, casi todos, incluidos hasta los más “fieles” al régimen— pudiera pagarse una travesía desde Nicaragua hasta México, y hasta le sobraría dinero. Incluso con la mitad de la cantidad mínima a cualquier familia le sobraría para dejar de vivir la pesadilla de saber que, en cualquier momento, con las próximas lluvias, el techo de la casa les caerá encima.
Cuando una madre o un padre cubanos, de los de a pie, escuchan las colosales cifras que pagarán algunos ricos —ricos al estilo de Madonna disfrazada del Che Guevara— no piensa ni siquiera en Norah Jones sino en la estiba de cajas de pollo que podría comprar y en los sacos de arroz y frijoles, incluso de los que venderá Hugo Cancio, dice él que a precios “al alcance de todos” pero que, en realidad, serán asequibles para quienes los puedan pagar en dólares, y no en la pobrecita “moneda nacional”.
A la “carretilla de lujo” de Hugo Cancio no se acercarán jamás los inspectores del gobierno a multarlo por los altos precios ni a exigirle que venda con precios topados, como tampoco al escenario de Norah Jones podrá arrimarse ni siquiera ese “abusador” vendedor callejero de frijoles al que la Policía acosa por “enriquecimiento ilícito” pero que, en realidad, no le gana a un saco de frijoles traído de Alquízar lo que Hugo Cancio le ganará a un solo paquetico de un kilo traído de Miami. Pero la palabra “abuso” en Cuba es tan “relativa” como el término “intercambio cultural” y, como estas, hay todo un glosario de “relatividades”.
Norah Jones no le cantará al vendedor callejero de frijoles, por mucho dinero que parezca tener (o que tenga), porque el meollo del asunto no es tanto los conciertos que ofrecerá como sí el gran espectáculo de limpieza de imagen donde se enmarca, que es mucho más que una simple estrategia para atraer turistas. En todo caso, Norah Jones cantará para ayudar al buen carretillero Hugo Cancio a vender sus frijoles a precio de caviar, en un país donde comerse un huevo de gallina es una quimera.
No por casualidad el anuncio se ha hecho en el contexto de la Feria Internacional de La Habana FIHAV 2023, poco después de celebrarse una convención sobre turismo y mientras el primer ministro cubano iba de gira por China, buscando, una vez más, atraer a los turistas asiáticos a donde no quieren viajar por algo muy sencillo: el comunismo no es atractivo ni siquiera para los comunistas. Así tampoco ya vienen los rusos porque la experiencia es más traumática que satisfactoria, en tanto Cuba les aviva traumas que aún no superan.
Ni siquiera la promesa de Norah Jones paseando en almendrón por La Habana romperá esa “brujería” —más que el “hechizo”— emanada de un sistema cuya naturaleza es la de repeler, incluso a sus propios ciudadanos junto a sus más auténticas tradiciones, porque todo cuanto hacen, además de aniquilador, es simple maniobra de maquillaje. Y por mucho colorete que le untemos a un cadáver, aun de lejos oleremos el hedor de la muerte.
Norah Jones podrá venir, y cantar, y pasear en almendrón, pero será muy tonta si, al igual que chinos, rusos y hasta los propios cubanos, no se da cuenta de que toda la realidad “linda” a su alrededor es pura utilería y pirotecnia, que incluso el público que tendrá no será otro que ese que ya está en las listas rigurosamente revisadas, previamente elaboradas, para asegurarse de que nadie se aparezca por allá a gritar “Patria y Vida”. Mucho menos a pregonar frijoles a dos dólares la libra cuando ya tienen carretillero y pregonera, de lujo, que los venderán “al alcance de todos” en el más auténtico “intercambio cultural”.
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