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Penurias y alcoholismo: la otra cara del coronavirus en Holguín

No hay cifras oficiales, pero con la pandemia, y a plena luz del día, se ha notado el incremento de personas ebrias tiradas en las aceras

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HOLGUÍN, Cuba. – “Me siento mejor en el parque que en mi casa”, le dice Gerardo a sus amigos después de tomar un largo trago de ron. El pequeño pomo plástico con la bebida pasa de mano en mano entre siete hombres que se reúnen para beber casi a diario en un banco del céntrico parque José Martí en la ciudad de Holguín.

“Al inicio éramos tres, pero este año la ‘tropa’ creció y a veces nos juntamos hasta diez personas alrededor de un pomo con alcohol”, comenta Gerardo a CubaNet.

Grupos como este pululan en diferentes lugares públicos de la ciudad. No hay cifras oficiales, pero con la pandemia, y a plena luz del día, se ha notado el incremento de personas ebrias tiradas en las aceras, sentadas o acostadas en los bancos de los parques.

El estrés y la ansiedad por el confinamiento, unido a los bajos salarios, carestía de la vida y otros males causados por el coronavirus, han desembocado en un incremento del alcoholismo.

La evasión de la cruda realidad es uno de los pretextos para “ahogar” las penas en alcohol. Así piensa Gerardo, que a sus 55 años luce avejentado y viste una ropa raída y holgada que realza su delgadez.

Gerardo perdió su trabajo como vigilante nocturno en un mini restaurante que se quedó sin clientes por el coronavirus y al que finalmente cerraron en el mes de julio para destinarlo a otro fin. Para sobrevivir, Gerardo realiza varias labores informales: revende periódicos, materia prima que halla en la basura, deshierba patios y “cuanto trabajo aparezca”, dice.

Confiesa que los problemas acumulados lo llevaron a tomar ron todos los días: “es la única manera de olvidar la vida e’ mierda que llevo”.

Las consecuencias aparejadas al alcoholismo le costaron la pérdida de su matrimonio y el rechazo de sus dos hijas. Ahora vive aislado en un cuarto de la casa donde solo tiene un colchón roto tirado en el piso, porque lo poco que tenía lo vendió para satisfacer su adicción.

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En los grupos que toman ron en la calle predomina el alcohol clandestino elaborado sin ningún tipo de condiciones higiénico sanitaria, ni con precauciones químicas para evitar elementos tóxicos ajenos o sumados a la propia bebida.

Son rones no registrados a un precio de diez pesos el pomo de 350 mililitros o a 20 pesos la botella de 750 mililitros, que resultan más baratos que cualquier ron embotellado vendido en los establecimientos estatales.

A estas bebidas alcohólicas ilegales muchos la llaman alcohol de reverbero, mofuco, warfarina, chispa e´ tren, champán de hamaca, espérame en el suelo o bájate el blúmer, líquidos no aptos para el consumo humano y que ponen en riesgo la salud de las personas.

Para su confección se emplea azúcar parda, agua, levadura, o en su defecto, heces fecales humanas, según explicó a CubaNet, bajo el seudónimo de Armando, uno de los elaboradores furtivos.

En un tanque plástico de 55 galones, camuflado en un lugar de la casa, depositan todos los ingredientes y los revuelven con un palo hasta lograr una mezcla compacta. “Después, tapo la boca del tanque con una tela permeable o un saco poroso por donde salen los gases durante el proceso de fermentación y así evito un accidente”, detalla.

Para abaratar el costo de producción, la fermentación se realiza generalmente con heces fecales humanas. “La ‘caquita’ de niños menores de un año es la mejor porque su pH (nivel de acidez) es alto y esto acelera el proceso”, dice.

En dependencia de la cantidad y la cantidad de la levadura, el proceso de fermentación promedia 15 días. “Si se pasa de tiempo se puede avinagrar”, afirma.

Después, por raciones, el producto se hierve en un tacho (recipiente metálico hermetizado) al que se le adapta un serpentín (conductor metálico en forma de espiral de medio metro de largo y diez milímetros de ancho).

A través del serpentín se separa el agua del alcohol (destilación). “El calor provoca la evaporación del agua y se obtiene el alcohol que cae por gravedad dentro de un recipiente colector”, explica.

Finalmente, el alcohol frío se envasa en pomos plásticos de 20 litros para facilitar el traslado a los puntos de venta.

“Analfabeta” es otra forma popular de identificar el producto, “porque no hay forma de comprobar el grado de alcohol”, dice Armando.

Las medidas de confinamiento junto a las restricciones gubernamentales para la comercialización del ron en establecimientos oficiales por el coronavirus han disparado las ventas de las bebidas alcohólicas ilegales. “Llevo casi diez años haciendo warfarina y este año ha sido el mejor para mi negocio”, confiesa Armando.

Mauricio es otro holguinero que dice encontrar en el alcohol una tabla de salvación. Con varios amigos, se reúne en el parque San José para compartir el “maravilloso líquido”, como ellos han bautizado al ron que toman.

Las consecuencias del coronavirus han llevado a Mauricio, un vendedor callejero de maní, a ingerir bebidas alcohólicas. “Por el confinamiento me pasé tres meses trancado en la casa. No podía salir a la calle a vender maní. Una vez lo hice y me pusieron una multa de 2000 pesos”.

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El negocio en ruinas, la presión del pago de la multa y la carestía de los productos de la canasta básica fueron el detonante para encontrar la solución de sus problemas en el alcohol.

“El mejor amigo del hombre es el ron”, dice Mauricio levantando el pomo plástico, mientras los demás aplauden y se ríen. A pocos metros, en la iglesia San José, un cartel invita a las sesiones de un grupo de alcohólicos anónimos situado dentro del templo. “Varios de nosotros estuvimos en ese grupo, pero al final no encontramos solución a nuestros problemas y volvimos a la bebida”, dice el hombre.

En otro parque más pequeño, situado en el periférico reparto Vista Alegre, no alcanzan los bancos para las personas que “matan el tiempo” tomando ron.

El escándalo y las malas palabras de los borrachos a toda hora afectan a las habitantes de las casas cercanas al parque. “Varios vecinos hemos presentado la queja al delegado, pero hasta hora la vida sigue igual”, comenta a CubaNet Iliana Sánchez, vecina del lugar y madre de dos niñas.

En un parque similar en el reparto Pueblo Nuevo, un grupo de amigos, botella con ron en mano, están convencidos de que ingerir bebidas alcohólicas impide el contagio de la COVID-19. “Yo leí en Internet que el alcohol mata al coronavirus”, dice uno de ellos y después  se da un trago. “Déjanos un poco que nosotros tampoco queremos contagiarnos”, le dice un compinche que le arrebata la botella mientras los demás ríen a carcajadas.

El rumor desatado en las redes sociales sobre la prevención y cura del coronavirus a través de la ingestión de bebidas alcohólicas ha sido desmentido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), dejando claro que los daños a la salud humana causados por el alcoholismo debilitan las defensas del organismo para enfrentar una posible infección, sobre todo la que genera el SARS-CoV-2, tan agresiva y mortal.

La OMS alerta sobre el riesgo de ingerir bebidas alcohólicas durante la pandemia. Como el organismo libera parte del alcohol por la respiración, los pulmones se debilitan ante una infección.

La amplia red para la atención al paciente alcohólico en Cuba está basada en cuatro niveles: el primario, garantizado por el médico de familia, el personal de los Centros Comunitarios de Salud Mental y los especialistas en Salud Mental Comunitaria municipales. El secundario, que incluye la hospitalización parcial (hospitales de día o de noche) y los servicios psiquiátricos en hospitales generales. El terciario, representado por los dispensarios y servicios hospitalarios especializados en alcoholismo y otras adicciones y el de Urgencias, a cumplimentarse en Policlínicos de urgencia, Unidades de Intervención en crisis y Unidades de Cuidados Intensivos.

Sin embargo, en el país, “más del 45 % de la población mayor de 15 años consume bebidas alcohólicas, fundamentalmente en los rangos de edades comprendidos entre 15 y 44 años de edad; mientras la mayoría de los dependientes alcohólicos tienen edades que oscilan entre 25 y 42 años”, según los resultados de las investigaciones de la Unidad Nacional de Promoción de Salud y Prevención de Enfermedades publicados en el diario oficialista Granma en el 2016.

El informe alerta que hay clara tendencia a la iniciación en la ingestión cada vez más precoz, “sin establecerse diferencias por sexo, ya que estudios recientes sugieren que las mujeres beben hoy a la par de sus homólogos varones, tendencia que complejiza este escenario, si tenemos en cuenta que las féminas, biológica y psicológicamente, son más vulnerables”.

Precisa el estudio que los resultados de una encuesta de Indicadores Múltiples por Conglomerados mostraron que la proporción de hombres que bebe alcohol es superior a la proporción en la mujer.

El consumo de alcohol antes de los 15 años es más común en los hombres que en las mujeres (11 % frente al 3 % respectivamente).

Para opinar sobre el tema, una trabajadora social solicitó a CubaNet identificarse como Patricia por temor a ser despedida. “No damos abasto para atender el aumento de las personas enfermas por alcoholismo. Este año ha habido un incremento del número de casos que nos han asignado”.

Según han podido investigar, una de las consecuencias aparejadas al coronavirus ha sido la causa del aumento del alcoholismo. “Ellos dicen que el encierro en la casa, el miedo a contagiarse y la dificultad para adquirir alimentos por la escasez los ha llevado a ingerir bebidas alcohólicas”, afirma.

La joven confiesa que le resulta muy desagradable lidiar con los alcohólicos. “La mayoría son agresivos y no se dejan ayudar porque no reconocen la enfermedad. Otros dicen que no dejarán de tomar porque estar borracho es la única forma de olvidar los problemas. Uno me confesó que siente el alcohol como una anestesia para no sentir el dolor de la frustración”.

Una enfermera del policlínico Julio Grave de Peralta que prefirió el anonimato por temor a represalias confirmó a CubaNet que durante los meses de pandemia se han incrementado los casos de personas que acuden a recibir servicios médicos por hipoglucemia, asfixia y otros males asociados al alcoholismo. “El deterioro de la salud de estos pacientes tiene que ver con la ingestión de bebidas alcohólicas hechas en casa que no son aptas para el consumo humano”, dijo la especialista.

“No se venden bebidas alcohólicas a los impedidos físicos”, es uno de los carteles colgados en bares y cafeterías de la ciudad.

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Las limitaciones físicas de estas personas, unido a la aguda escasez de alimentos y a las preocupaciones generadas por el coronavirus, desembocan en una ansiedad que los llevan a “ahogar” las penas en alcohol.

Por complicaciones con la diabetes mellitus, a Román Sánchez le amputaron hace cuatro años una parte de la pierna izquierda. “Tomo alcohol para olvidar los problemas”, dice a CubaNet. “Hay personas que no aguantan la presión y se suicidan, yo sin embargo sigo vivo, pero hay veces que prefiero morir”.

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Fernando Donate Ochoa

Periodista independiente. Reside en Holguín

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