GUANTÁNAMO, Cuba.- El artículo 15 de la Constitución de la República establece formalmente que “el Estado reconoce, respeta y garantiza la libertad religiosa”.
Finalmente se ha avanzado algo en este camino en el que la iglesia cubana ha perdido muchos espacios y bienes materiales desde 1959. No obstante, la discriminatoria política estatal se mantiene, pues ningún cristiano cubano tiene a su alcance medios de difusión masiva para dar a conocer y defender sus ideas. A las iglesias cubanas se les niega o retarda en demasía el permiso para construir templos u otras instalaciones, e incluso, proyectos de beneficio popular han sido vetados porque el Estado impone la condición de dirigirlos y administrarlos.
A pesar de los cambios introducidos en la anterior Constitución, los católicos, protestantes y testigos de Jehová son considerados enemigos ideológicos potenciales de la revolución, y se les impide ejercer derechos humanos elementales como el de escoger la educación que desean para sus hijos, razón por la cual está preso en esta misma prisión Ramón Rigal. También se les impide poseer medios de difusión para exponer sus ideas y mensajes. En tales circunstancias puede colegirse la difícil situación de los religiosos presos para tratar de llevar una vida lo más apegada posible a su creencia.
En cuanto a la Iglesia Católica cubana, es cierto que presenta desde hace mucho tiempo una acuciante necesidad de sacerdotes. Eso no ha sido obstáculo para que desde hace más de veinte años funcione, con sus altas y sus bajas, la Pastoral Penitenciaria, dirigida por laicos o sacerdotes y dedicada fundamentalmente a evangelizar, aunque también ayuda materialmente a los reclusos más necesitados y acompaña espiritualmente a los miembros de esas familias que lo solicitan.
¿Qué establece la legislación internacional?
La Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el tratamiento de los reclusos (Reglas Mandela) reconocen la libertad religiosa en las prisiones y el derecho de los internos a practicarlas.
La regla 65.1 establece que si en la prisión hay un número suficiente de reclusos de la misma religión, se nombrará o aprobará un representante calificado de ese culto. Cuando el número de reclusos lo justifique y las circunstancias lo permitan, dicho representante prestará su servicio a tiempo completo. Ese representante estará autorizado a organizar periódicamente servicios religiosos y a efectuar visitas privadas a los reclusos de esa religión.
Esto se ha logrado parcialmente, luego de muchos tropiezos, pero no existe en la prisión —al menos en la de Guantánamo— la libertad religiosa, y con ella un lugar donde los religiosos de las diferentes denominaciones puedan reunirse para leer en silencio la Biblia u otros libros de la fe y meditar colectivamente. Rezar en la prisión, en las actuales circunstancias, es un verdadero milagro. Mucho menos se permite a los creyentes reunirse los domingos para realizar la lectura del día, y la celebración de la eucaristía ocurre solo en ocasiones muy contadas.
Otro problema que existe es el burocratismo para atender la solicitud de los reclusos para recibir atención religiosa, la cual se demora injustificadamente. Recientemente un hermano perteneciente a la Iglesia Pentecostal me comentaba que llevaba más de tres meses pidiendo asistencia religiosa y que no le daban respuesta. También corre el rumor —imposible de confirmar por este corresponsal— de que en el caso de algunas denominaciones protestantes las autoridades del penal han dicho que no permitirán que crezcan más.
Lo lógico es que existiera en cada establecimiento un local donde practicar nuestra fe, pero, si tuvieron que pasar más de cuarenta años para que se permitiera la entrada de Biblias en las prisiones, todo indica que ese es un sueño que tardará mucho en cumplirse, aún más cuando las prisiones están harto deterioradas y los pocos recursos que reciben no serán dedicados a esos menesteres.
De todo hay en la viña del Señor
Recientemente participé en mi primer encuentro de asistencia religiosa —como le llaman aquí— con el Padre Jean González Romero, responsable diocesano de la Pastoral Penitenciaria.
En ese encuentro, del cual fui sacado por algún tiempo para ser llevado a la Oficina de Orden Interior por haber publicado un artículo anterior en CubaNet —fui esposado fuera de la vista del sacerdote—, me percaté del inmenso trabajo que tiene la Iglesia en la prisión, pero también de que no todos los que asisten a esos encuentros tienen definido su camino. Unos lo hacen para escuchar y transmitir lo que dice el sacerdote —aunque siempre hay un guardia escuchándolo todo— y otros para ver qué reciben, pues hasta la Biblia, que tanto esfuerzo cuesta a nuestra Iglesia obtener, la cambian por cigarrillos u otros productos.
No hay que olvidar que aquí hay muchos hombres con muy bajo nivel cultural, muchos de ellos con historias familiares y sociales muy duras y tristes, y eso marca al individuo.
Desgraciadamente he estado preso dos veces y conozco el dolor, el abandono, la indefensión, lo abusos y humillaciones que sufren los presos. Por eso creo firmemente en la importancia de la labor que realizan las iglesias, católica y de otras denominaciones, empeñadas en llegar con su mensaje evangelizador a lugares como este.
Muchas son las dificultades, pero también las esperanzas. Cada día el sol, como afirma la Biblia, sale para todos los hombres, sean buenos o malos, creyentes o ateos. Cada día todo hombre tiene la posibilidad de proponerse ser un mejor ser humano, por muy turbio que sea su pasado. Esa posibilidad es apoyada con loable esfuerzo por las pastorales penitenciarias que actualmente trabajan en las prisiones. Lo demás queda de parte del hombre y, por supuesto, de la dictadura comunista cubana, que debería acabar de entender la libertad religiosa como un derecho humano y respetarlo en toda su extensión, como ocurre en numerosos países del mundo.
Prisión de Guantánamo
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