LA HABANA, Cuba.- Las dos fechas emblemáticas de la Revolución de Fidel Castro son el 1.º de enero, para conmemorar su triunfo en 1959, y el 26 de julio, que evoca el fallido asalto al Cuartel Moncada en 1953.
Desde que tomó el poder, Fidel Castro organizó grandiosas celebraciones para conmemorar el 26 de julio, con el objetivo de dar al mundo una imagen del apoyo popular a su régimen.
En 1959, para el acto central de la primera celebración del 26 de julio, se escogió la entonces llamada Plaza Cívica, posteriormente rebautizada como Plaza de la Revolución, donde se realizaría una concentración de campesinos de todo el país para demostrar la unidad de los habitantes del campo y la ciudad.
Se calculó que el costo del festejo serían tres millones de pesos. Como el Estado no estaba en condiciones de enfrentar dicho gasto, se solicitó el apoyo de la población para que brindaran albergue temporal y alimentación a los miles de campesinos que acudieron a la capital.
Todos los campesinos que participaran en el acto debían vestir guayaberas y sombrero de yarey con una bandera cubana en su ala frontal para rememorar a los mambises.
Desde el 13 de julio empezaron a llegar las personas del interior del país. El primero fue un joven de Las Tunas, Eduardo Rivas Morales, quien manifestó que quiso ser de los primeros por el gran embullo que sentía.
Fidel, que estudió el 15 de julio donde estaría ubicada la tribuna, desechó la gran plataforma del monumento a José Martí, y determinó que estaría en la terraza de la Biblioteca Nacional. Así, protegería sus espaldas, pues el edificio de la Biblioteca que le quedaría detrás, tiene 18 pisos.
Paralelo a los preparativos para la celebración del 26 de julio ocurrió un hecho que sirvió para dar más brío al espectáculo que Fidel Castro preparaba.
Las discrepancias de Fidel con el presidente Manuel Urrutia —que había sido nombrado por él al triunfo de la revolución y quien no compartía la inclinación hacia el comunismo que iba tomando el Gobierno— conllevaron que el día 17 de julio Fidel renunciara al cargo de Primer Ministro y dijera que explicaría después al pueblo los motivos de su decisión.
Fue una astuta jugada de Fidel Castro que calculó que contando con un aplastante apoyo popular, la inmensa mayoría de los ciudadanos se opondría a su decisión de renunciar.
Al anochecer del 17, Fidel llegó a la CMQ. Los periodistas esperaban su llegada por la puerta de la calle M, pero penetró por la puerta de la calle 23, y se dirigió al estudio n° 1, acompañado por Raúl Castro, Ramiro Valdés, Camilo Cienfuegos y otros miembros del Gobierno y el ejército.
Al comenzar su extensa alocución, a las 8:00 pm, aclaró que renunciar al cargo por sus discrepancias con el presidente no significaba su renuncia a “cumplir con el deber”.
Si analizamos con detenimiento estas palabras, se aprecia una contradicción, pues sin el cargo, era imposible mantenerse en el poder y cumplir con los compromisos contraídos.
Urrutia, que se hallaba en el Palacio Presidencial junto al Consejo de Ministros, solicitó de inmediato su renuncia a la presidencia y se asiló en la embajada venezolana en La Habana.
Para el cargo vacante de presidente fue designado Osvaldo Dorticós Torrado. Algo a todas luces meditado con antelación. Sería en la historia de Cuba la primera vez que la alta magistratura se nombrara en tan corto tiempo: quince minutos.
En los días que faltaban para el 26 de julio hubo una serie de actos de apoyo a Fidel Castro. Aunque él no se presentara en público ni aclarara si renunciaba o no al cargo de primer ministro, las masas continuaban exigiéndole que regresara al mismo.
El 26 de julio, el Consejo de Ministros se trasladó a las 5:15 am hacia el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, para recordar la hora en que comenzó el ataque a esa fortaleza en 1953.
En La Habana hubo un desfile de las Fuerzas Armadas Revolucionarias por el Paseo del Prado, y después un simulacro de ataque a un barco, en el Malecón, frente al Parque Maceo, bajo la dirección de Fidel.
A las cuatro de la tarde se inició el acto central en la Plaza presidido por Fidel quien, con su discurso de cuatro horas, siempre improvisado, fascinó a la concurrencia.
Durante el acto, el nuevo presidente, Dorticós, señaló: “Por vez primera en la historia de nuestra Revolución, no manda Fidel Castro, manda el pueblo que ordena a Fidel Castro cumplir con su deber como gobernante”.
Mediante este espectáculo, propio de una gran puesta teatral, regresó el Comandante en Jefe al poder, en el que se mantuvo incólume, de manera dictatorial, hasta el final de sus días.
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