LA HABANA, Cuba. — El “reelecto vicepresidente” Salvador Valdés Mesa visitó por estos días de abril, en la provincia Granma, los poblados costeros del Golfo de Guacanayabo, Niquero, Media Luna, Campechuela y Manzanillo.
A sus 77 años, Valdés Mesa, un guajiro del Central Francisco convertido en funcionario, va con su pasito que recuerda la popular guaracha Chencha la Gambá, aquella que decía: “Por aquí me pasó el otro día/ un perrito huyéndole a un gato/ y dicen los malos muchachos/ que por aquí puede pasar un tranvía. /Camina como Chencha la gambá”.
Encargado de los asuntos productivos del país, Valdés Mesa va por surcos de caña o empresas industriales, con las piernas arqueadas y arrastrando los pies. Se apoya en los hombros de los sicofantes que le acompañan, mira al horizonte, extiende la mano, dice algo y el público asiente por puro mecanicismo.
El vice fue a aquellas lejanas tierras de la provincia Granma, donde no llega nada, con el estandarte tragicómico del Plan de Soberanía Alimentaria y Nutricional.
Dio vueltas y vueltas en el aire, como en la canción de Fito Páez, pero no se detuvo en ningún agromercado del territorio, en los que no hay suficientes productos como para demostrar los éxitos del régimen en cuanto a la alimentación de la gente.
Este “hombre corcho” (lo mismo fue ministro de Trabajo que jefe de la Central de Trabajadores de Cuba), como siempre, regañó a sus oyentes presentes. Les dijo que trabajaran más fuerte para resolver las necesidades alimentarias de la gente con urgencia.
Fue en Pilón —a donde llegó por vía aérea, pues la carretera de la costa sur está intransitable desde hace veinte años— por donde empezó la visita de Valdés Mesa. Allí examinó la marcha de la campaña de primavera de cultivos varios, la contratación de las producciones agropecuarias, el impago a los agricultores y el empleo de la tierra.
Siempre habla de lo mismo Salvador Valdés Mesa, como si fuera copia mimética del anterior “vicepresidente”, el doctor José Ramón Machado Ventura, quien también se la pasaba patojeando por los surcos, intentando enseñar a los agricultores qué hacer.
Para hacerse el salvador preocupado por su pueblo, preguntó a los pobladores por las condiciones de trabajo y los ingresos salariales. Pura hipocresía. En harapos, famélicos, y ojerosos de las noches sin electricidad, es obvio que la pasan muy mal.
También por aquello de mucho invento y poca ciencia, monologó sobre investigaciones y experiencias que, de generalizarse, incrementarían producciones para el alimento animal y la obtención de aceite vegetal.
Un pasito adelante, en Media Luna, criticó a productores y funcionarios de la agricultura, por la poca siembra de cultivos menores. Para hallar un culpable de la pobreza y la falta de empleo en el territorio, arremetió contra los altos precios de los granos, las viandas y la leche. Se refirió también a los delitos contra el ganado mayor.
Olvidó Valdés Mesa que, en aquella zona después del Programa Álvaro Reinoso, en 2002, desmantelaron cinco centrales azucareros.
En Manzanillo habló de autonomía y economía municipal, y de la recuperación de la estación acuícola.
Valdés Mesa debería haber conversado con Pedro Nueva, vecino de la calle 12 de agosto, para que se diera cuenta de cuán crítica es la situación en Manzanillo.
Días antes de la visita de Valdés Mesa, Pedro me comentó: “Aquí, el desempleo es alto. Los profesionales emigran para Bayamo, Santiago, La Habana, o se van del país. Aquí no hay inversiones. Las carreteras están vacías. Los puertos y el comercio de cabotaje están cerrados. No hay combustible. Los apagones, desde el año pasado están a la orden del día. Sin combustible, los campesinos no pueden roturar la tierra, regar los cultivos, sacar la cosecha al pueblo, ni los pescadores pueden lanzarse a la mar”.
El hombre nada espera de las visitas de los dirigentes de La Habana.
Cuando le pregunté, ¿y qué pasa si el vicepresidente Valdés Mesa pasa?, me contestó: “Nada. Absolutamente nada. Todo seguirá igual, o peor”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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