LA HABANA, Cuba. — Los decisores en materia de música oficialista parece no se han recuperado de la impresión que les causó We are the world. Desde entonces les ha dado por hacer, para las fechas del santoral castrista o para promover alguna compaña gubernamental, canciones con sus respectivos videoclips, en los que intervienen varios —a veces muchos— cantantes e instrumentistas.
Emocionados, entusiastas, exaltados, manoteando ante los micrófonos, le cantan a Fidel, al Che, a Juan Almeida, a Hugo Chávez, los CDR, la FMC, la vacuna de la COVID-19 o a lo que sea que le encarguen del Departamento Ideológico del Partido Comunista de Cuba (PCC).
Como no disponen de un Quincy Jones para los arreglos, ni de los equivalentes en el canto a Ray Charles, Stevie Wonder, Bob Dylan o Bruce Springsteen, los resultados son lamentables.
En esto de las canciones por encargo, las palmas se las llevan Raúl Torres, Israel Rojas y Arnaldo Rodríguez. Antológicos son sus bodrios dedicados a lo que sea que los convoque el régimen.
Antes que ellos, haciendo himnos —luctuosos o victoriosos, según la ocasión— y sin cantar en pandilla fueron Carlos Puebla, Sara González, Vicente Feliú, Kiki Corona, Osvaldo Rodríguez. Y claro, Silvio Rodríguez, el mejor y más importante de los cantores que ha tenido el castrismo.
Silvio es un poeta, digan lo que digan, gústenos o no. Pero, humano al fin, Silvio ha tenido sus deslices con las musas e incurrido en dislates y ridiculeces en algunas de sus composiciones. Y no me refiero precisamente a las odas panfletarias o a cuando echaba mano del realismo socialista para enfocar las relaciones amorosas en “la nueva sociedad que construíamos” en canciones como Supón o Domingo Rojo. O peor aún, en Boleros y habaneras, del disco Oh Melancolía, de 1988, cuando trataba de consolar a un amante abandonado porque su amada, en vez de perderse del Morro con un extranjero, “al fin y al cabo está con un obrero, latiendo aún para las nobles cosas”.
¿Recuerdan aquello de “quién se robó mi africana”? La canción se llamaba El extraño caso de las damas de África, y también venía contenida en el disco Oh melancolía.
Pero aquella no fue la única vez que a Silvio, queriendo ser chistoso, se le cruzaron los cables y terminó escribiendo un bodrio.
¿Quieren una imagen poética más ridícula que aquella invitación a “un helado gigaaanteeee…” para los que quisieran compartir “un sueño ancho, largo y hondo” en la canción No hacen falta alas, que cierra su álbum Causas y azares, de 1986, y donde se hizo acompañar por el grupo Afrocuba?
Traigo a colación No hacen falta alas porque por estos días están poniendo en la TV el videoclip con la versión de esa canción de Silvio Rodríguez que han hecho Raúl Torres, Israel Rojas, Annie Garcés (la que chilló que a la revolución le quedaban 62. 000 milenios), Marta Campos y otros corifeos del cancionero apologético del castrismo.
El video, ahora que al régimen le dio por mostrarse humanista e inclusivo, está dedicado a Quisicuaba, un proyecto comunitario con fines caritativos que con apoyo gubernamental y de instituciones religiosas funciona en Centro Habana.
Quisicuaba, que es dirigido por un médico, santero, comunista y diputado de la Asamblea Nacional del Poder Popular, compensa al régimen por su ayuda sirviéndole a su propaganda. De las reparticiones de alimentos y medicina para personas necesitadas que hace Quisicuaba, que frecuentemente son presenciadas por visitantes extranjeros, dejan detallada constancia las cámaras y micrófonos del NTV, o videoclips como este de No hacen falta alas.
En el audiovisual, los intérpretes, con cara de felicidad, mientras se turnan, con más o menos afinación, en cantar unos y graznar otros los infantiloides versos de Silvio, reparten escudillas plásticas con comida y abrazan a ancianos menesterosos que en otras circunstancias no se dignarían a mirar.
¡Cuánta hipocresía! La caridad de este régimen es como si creara a los pobres, los multiplicara y empobreciera todavía más, hasta convertirlos en indigentes, y luego escogiera a un puñado de ellos para repartirles pan y sopa ante las cámaras, mientras cantan los payasos.
Si hace 35 años resultaba ridícula la invitación al “helado gigaaanteee” de Silvio Rodríguez, ¡qué decir de esta versión hecha por una cáfila de vividores y oportunistas al servicio de un régimen mafioso que prefiere matar de hambre a un pueblo antes que perder el poder!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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