René Bello: “La crisis del béisbol cubano es un reflejo de la crisis que vive el país”

"Es muy difícil que haya cambios en la pelota cubana si no hay cambios políticos", dice el manager-coach-entrenador del béisbol cubano y panameño.
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LA HABANA, Cuba.- A principios de los años setenta, René Bello Rodríguez despuntaba como un pelotero de buenas perspectivas. Sin embargo, una hepatitis reincidente lo afectó al punto de no poder resistir los rigores del entrenamiento. Así, el muchacho decidió retirarse de modo prematuro, y ese día la capital perdió a un jugador, pero el béisbol se sacó la lotería con un combo de manager-coach-entrenador.

Hecho a imagen y semejanza de la vieja escuela, el hombre lleva la sencillez como bandera. Le cuesta atribuirse ciertos méritos, de ahí que en esos casos apele constantemente al plural de modestia: por cada diez “nosotros”, usa un “yo”. Tanta es su humildad, que después de granjearse un prestigio cimentado en cuatro décadas de éxitos, todavía no olvida el rincón de Boyeros donde vino a la vida en el lejano 1948.

“Por favor, periodista, no dejes de decir que nací en un pequeño pueblito cercano al Hospital Siquiátrico de La Habana, Baluarte, y que lo recuerdo con muchísimo cariño”, me reclama. “Todavía tengo contacto con amigos que fueron mis compañeros de niñez en ese barrio”.

Todo el que trabajó con Bello se deshace en alabanzas hacia él. Lo mismo peloteros y preparadores de La Habana con los que coincidió en campeonatos de la provincia y el país, que la gente vinculada con el béisbol panameño, donde laboró durante veinte años y alcanzó una condición rayana en la leyenda.

Allá llegó bajo contrato en noviembre de 1995 y poco a poco, tal vez sin percatarse, llegó a sentirse como en casa. Solo la enfermedad, conjugada con el deseo de regresar al seno familiar, lo hizo dejar aquella tierra en 2015 con destino a Miami, donde ahora tiene el gesto de contestar amablemente a las preguntas que le envío por WhatsApp.

René Bello, en la Serie Nacional con el número 35. (Foto: Cortesía)

—¿Siempre fue consciente de que usted tenía vocación para dirigir, dar señas y entrenar?

—A mí siempre me gustó dirigir. En el barrio yo era el que preparaba los piquetes, como decíamos antiguamente. Eran dos equipos en la cuadra y yo siempre era el que pedía los jugadores y hacía el equipo. Si te pones a ver, estar en esos trajines me gustaba hasta más que jugar.

No obstante, como jugador llegó a la Serie Nacional…

—Así mismo. Mi primera Serie como jugador fue en 1972. Debuté con Industriales, y como en esa época se jugaba poco, en dos campeonatos solo acumulé 35 comparecencias al bate. Era jugador de cuadro y en el equipo estaban Urbano González y Germán Águila, así que te podrás imaginar lo difícil que resultaba jugar allí, y más aún para un debutante. Pero aquella experiencia no se olvida. Integrar el Industriales era complicado y verme entre todos aquellos jugadores de tanta calidad representaba para mí un logro tremendo. Fue un momento muy bonito.

—¿Cuáles cree que fueron sus mejores virtudes para el béisbol, y cuáles sus limitaciones?

—Fui un bateador de tacto, carecía de fuerza pero tenía rapidez, buenas manos y jugaba cualquier posición en el infield. Creo que disponía de bastante calidad, fíjate que en 1968 estuve en un equipo juvenil de compañero de José Antonio Huelga, Wilfredo Sánchez, Armando Capiró y otros jugadores que fueron estrellas en el béisbol nacional. En esa época estaba en el Servicio Militar, y cuando lo terminé empecé a trabajar en el Hospital Siquiátrico, que fue donde di mis primeros pasos como jugador de nivel en campeonatos provinciales. El Siquiátrico tenía un gran equipo, lleno de figuras estelares en Series Nacionales y el equipo Cuba.

—¿De qué modo se le abrieron las puertas para cumplir el sueño de dirigir?

—En 1973 el equipo del Siquiátrico lo iba a dirigir Ramón Carneado, que para mí ha sido uno de los mejores managers (si no el mejor) del béisbol cubano. Él iba a dirigir, pero el entonces presidente del INDER, García Bango, llamó al director del hospital, el Comandante Ordaz, y un poco que le metió miedo diciéndole que se iba a armar un problema político, que si Carneado ganaba iban a tener que darle otra oportunidad en la Serie Nacional, etcétera. Ellos ya no querían a Carneado; la tenían cogida con él. En ese tiempo mi señora era la secretaria de Ordaz y gracias a eso me enteré de lo que estaba sucediendo. Cuando vi que lo de Carneado ya estaba completamente descartado, yo mismo de fresco me le propuse a Ordaz. Me acuerdo que él estaba en la caña y fui hasta allá y le dije “Doctor, póngame a dirigir a mí”. Ahí empezó todo, y en el 75 ganamos la final provincial contra el equipo de la Pesca en un Latinoamericano con 35.000 o 40.000l personas. Eso era algo que el Siquiátrico no había hecho nunca en su historia. Y lo mejor es que a partir de ahí ganamos cinco campeonatos consecutivos.

—¿Pesó esa conquista en su acceso a los cuerpos directivos de la Serie Nacional?

—Ese mismo año que gané la primera Provincial se produjo mi estreno como coach en la Nacional. Fue con Agricultores. Yo trabajaba en la inicial —alternando con “Cotico” Enríquez—, “Coco” Gómez en tercera y el director era Roberto Ledo. Eso me lo dieron como premio por el campeonato ganado con el Siquiátrico y a partir de ahí decidí dedicarme a ser coach y entrenador, porque de director me era más difícil dado que cogía muchas cargas emocionales y eso me afectaba.

—¿Es cierto que usted empleaba un sistema de señas personalizado?

—Yo fungía como director y coach de tercera en el equipo del Siquiátrico, y te puedo decir que llegué a poner una seña distinta para cada bateador, sobre todo para el bateo y corrido que es una jugada más compleja. Era muy estudioso del béisbol, analizaba cada detalle y lo anotaba todo. Eso de las señas lo apliqué también en la Nacional y te aseguro que me dio resultados.

—¿Cuántos equipos Cuba integró como coach?

—Estuve en dos campeonatos mundiales universitarios y muchas series internacionales en países como México, Italia, Nicaragua, Holanda, Francia, Venezuela, Guatemala, Alemania… Gracias a Dios, con el béisbol pude viajar bastante y representar a Cuba muchas veces.

—Varios jugadores me han hablado de sus habilidades para el fongueo. ¿Cómo logró desarrollar la destreza para hacerlo?

—Fonguear es un arte que creo que llegas a tener la maestría haciendo repeticiones y repeticiones. Yo empezaba a fonguear hasta contra la pared: me ponía lejos de una pared alta y fongueaba y fongueaba. Tenía como modelos a aquellos fongueadores que vi cuando llegué a las Series Nacionales como Orlando Leroux, Juan Gómez, Arnaldo Raxach, Joseíto Quintana… eran unos fongueadores extraordinarios y yo decía ‘tengo que ser como esa gente’. Recuerdo que ponía a los jugadores y les decía ‘voy por ahí’ y la bola iba justo adonde les decía que pusieran el guante.

—¿Quiénes fueron los mejores peloteros con los que le tocó trabajar?

—Imagínate, participé en doce Series Nacionales y seis Selectivas y tuve la oportunidad de ganar un campeonato, en 1992 con los Industriales de Jorge Trigoura. Estuve en los equipos de Metropolitanos, Agricultores e Industriales. Fueron tantos años y tantos peloteros que uno conoció y trabajó con ellos que no es fácil… pero en el Siquiátrico recuerdo a Capiró, “Mantecao” Linares, “Changa” Mederos, “Monguito” Cabrera, Pedro Medina, Ernudis Poulot, Ricardo Ramos, Alberto Brito, Ángel “Lumumba” García, “Navajas” González… Mira la calidad de jugadores que teníamos allí. Y en Industriales, Germán Mesa, Lázaro Vargas, Armando Ferreiro, Roberto Colina, Juan Padilla, Javier Méndez, Luis García, el “Duque” Hernández, Euclides Rojas, Lázaro Valle… Era una época hermosa en el béisbol de Cuba y específicamente de Ciudad de La Habana.

—¿Se atrevería a darme un All Star de la pelota cubana en los tiempos que le tocó jugar y dirigir?

—No me atrevo. Prácticamente trabajé tres décadas en el béisbol cubano y siempre he criticado a los que hacen un equipo así después de sesenta años de campeonatos en una pelota que ha sido tan rica en jugadores de calidad. El equipo Cuba hay que hacerlo por décadas. Las primeras décadas también fueron extraordinarias, hasta el punto de que borraron de la mente del cubano el béisbol profesional, el cual tenía un gran arraigo. De manera que habría que hacer seis equipos.

—¿Cuándo y cómo se produjo su partida hacia Panamá?

—Resulta que el señor Carlos Alvarado, que en ese momento era el presidente de la Asamblea Nacional de ese país, era amigo de Cuba y solicitó dos técnicos. Yo llegaba de Fukuoka después de un Mundial Universitario y me pusieron al tanto de que estaba en la relación de candidatos. Al final seleccionaron a Frangel Reynaldo y a mí. Llegamos allá el 25 de noviembre de 1995, y entonces ni sospechaba que le iba a dedicar veinte años de mi existencia al béisbol panameño.

Junto al presidente panameño Martin Torrijos y su hijo René Bello Jr. (Foto: Cortesía)

—¿Cuánta incidencia tuvo su quehacer beisbolero en Panamá?

—Nosotros contribuimos mucho al desarrollo del béisbol en Panamá. Recuerdo que el alcalde de la ciudad capital dijo en una entrevista que había un antes y un después de la llegada de los técnicos cubanos a Panamá. Cuando nosotros empezamos a tener resultados comenzó allá el boom de los cubanos y casi todos los equipos contrataron a entrenadores nuestros como Luis Giraldo Casanova, Omar Linares, Germán Mesa, Rey Vicente Anglada, Juan “Coco” Gómez, Rogelio García, Juan Carlos Oliva, Rigoberto Blanco, Anselmo Martínez, Israel Delgado… Se pagaba un buen dinero y eso nos permitía darle un estatus de vida bastante bueno a la familia en Cuba.

—Y en materia de resultados concretos, ¿a cuánto ascendió su cosecha?

—En esas dos décadas nosotros ganamos doce campeonatos. Por cierto, en cuatro de ellos trabajé a las órdenes de Frangel y en tres con Alfonso Urquiola. No tengo el dato, pero es difícil que haya otros técnicos extranjeros con tantos campeonatos conquistados en ese país. Creo que es una labor titánica, y es un orgullo para mí haber podido realizarla.

—A su partida de Panamá, toda la prensa de ese país se volcó en elogios hacia su trabajo. ¿Qué fue lo que le hizo más feliz de laborar en un país que no tiene el desarrollo beisbolero de Cuba?

—Cuando llegamos a Panamá el equipo de Chiriquí no ganaba hacía tres años, pero esa historia cambió de golpe. Aquella provincia vibraba de emoción y nos daban unos recibimientos inolvidables. Panamá es algo extraordinario en mi vida; fíjate si es así que mis nietos son panameños, chiricanos para ser más específico, y mi hijo también trabajó unos cuantos años en el béisbol de allá. Ahora estamos en Estados Unidos, pero en Panamá dejé muy buenos amigos, y no solo en Chiriquí, también en Herrera, que es donde trabajé en la última etapa allá. En Herrera no pudimos ganar y lo lamento muchísimo porque es una provincia que también me acogió de maravillas.

René Bello, Panamá
René Bello al centro, con el uniforme de Chiriquí. (Foto: Cortesía)

—¿Ha visto el béisbol cubano de la última década? ¿Qué opinión le merece?

—La crisis del béisbol cubano es un reflejo de la crisis que vive el país. Lamentablemente se ha ido deteriorando todo, se ha ido perdiendo todo. Jamás imaginamos las cosas que veo que pasan en el béisbol cubano y las cosas que pasan en la política del país. Es muy difícil que haya cambios en la pelota cubana si no hay cambios políticos. El profesionalismo se ha extendido a todos los países y Cuba sigue siendo amateur. Se quedó atrás; todo está completamente fuera de control y los que dirigen la pelota no tienen ni idea de lo que hacen.

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