LA HABANA, Cuba. – Algunos años atrás, el gobierno cubano difundía la falacia de que en Cuba no se reprime en las calles, falacia que fue cómodamente aceptada por algunos ingenuos o indolentes alrededor del mundo. Sin embargo, la realidad es bien diferente. En Cuba se reprime en las calles y en cada aspecto de la vida privada no solo de los opositores declarados, nuestros hijos, padres, cónyuges y demás familiares, sino también de la población en general.
En décadas pasadas la represión era perpetrada generalmente fuera de la vista pública, como por ejemplo –muchos opositores lo sabemos bien– golpizas en la penumbra de un calabozo húmedo y maloliente. En los años noventa, cuando la incipiente prensa independiente éramos algunos de los propios opositores que reportábamos por teléfono las violaciones de los derechos humanos, esos reportes nos costaron la intervención de nuestros teléfonos y la interrupción frecuente y prolongada del servicio, la expulsión de nuestros trabajos, además de constantes allanamientos y amenazas contra nuestros seres queridos.
Hoy, a medida que aumenta nuestro lento y demorado acceso a las redes sociales y la prensa digital, esta falacia se desmorona. Cada vez que alguien se atreve a protestar, es reprimido sin compasión. Unas veces utilizan agentes del gobierno vestidos de civil, pero otras, ni siquiera se ocultan para mandar a los militares a agredir a los manifestantes. Los ejemplos están disponibles para todo el que quiera verlos: Damas de Blanco, miembros o líderes de grupos opositores (como recientemente José Daniel Ferrer y otros miembros de la UNPACU, y sus hijos), o simplemente ciudadanos hastiados del totalitarismo que se atreven a manifestar en público su oposición a la dictadura.
Pero la represión en nuestro país no solo es ejecutada de manera violenta, sino también sutilmente. En Cuba, un policía puede pedir el carnet de identidad a cualquier persona en la calle, y la persona está obligada a mostrarlo. Para ello el agente no necesita motivo, o puede que el motivo sea tan absurdo como ir en compañía de extranjeros, o estar vestido estrafalariamente. Asimismo, la Policía puede, sin una orden judicial, abordar en la calle a cualquiera que lleve un paquete de determinado aspecto o tamaño, y dicha persona está obligada a mostrar su contenido.
Por si esto fuera poco, en el discurso de los dirigentes se aprecia la amenaza constante. También el despliegue de policías y militares en las zonas afectadas tras un desastre natural –como se puede apreciar tras el tornado del 27 de enero–, es una forma (no tan velada) de represión. “Fíjate lo que hicieron en Regla después que la gente protestó”, me comenta un vecino que se ha percatado de esto, “aquello lo llenaron de militares. ¿Tú crees que fue para reconstruir más rápido? ¡De eso nada! Siempre hacen igual, para intimidar al pueblo y que ni se nos ocurra protestar”.
Y es que para poder afirmar que no hay represión, habría que ver a los ciudadanos manifestándose en las calles y a la Policía observando, convocada no para reprimir, sino para garantizar el orden e incluso la seguridad de los manifestantes, como sucede en otros países. Lo que estuvo ocurriendo en realidad en Cuba desde 1959 es que el pueblo fue tan eficazmente aterrorizado que no se atrevía a manifestarse en las calles, o al menos no en la misma medida en que se hace en los países democráticos, o incluso en otras dictaduras.
Por fortuna, gracias también al acceso a internet (y por tanto a la información sin censura), el miedo parece estar poco a poco cediendo terreno ante la indignación, los principios y el ansia de democracia.