MIAMI, Estados Unidos. – El nuevo éxodo está literalmente drenando la nación cubana. Se fuga sobre todo su población más joven y esperanzadora, harta de promesas incumplidas. Los jóvenes parecen estar por encima de la entelequia patriótica que fulminó la generación de sus padres y abuelos.
En mi casa estoy haciendo algunos arreglos y he tenido la oportunidad de departir con dos handymen cubanos que son hermanos. El primero llegó a Estados Unidos en 2015, luego de la travesía que lo llevó de Ecuador hasta la porosa y activa frontera mexicana. El otro hace solo nueve meses que vive en Miami, y me dijo que no dejaba de asombrarle la presencia constante del agua potable, con una presión inimaginable en la plomería exhausta de la Isla.
A finales de los años 60, cuando el castrismo dio al traste con los logros alcanzados por la Cuba republicana, en la recién inaugurada urbanización de La Habana del Este, donde mi familia se avecindó, ya el agua comenzaba a ser racionada. Los edificios, por suerte, tenían cisternas y los vecinos aceptaban, sin chistar, que el preciado líquido subiera a los tanques de la azotea por solo unas horas cada día.
Desde entonces, la escasez se afianzó como la manera de sobrevivir.
Uno de los recién llegados me lo aclara: “Vamos a decir que son 60 años de dictadura destructiva, porque al menos durante los tres primeros la Revolución vivió a costa de un sistema social imperfecto pero funcional, con la esperanza al doblar de la esquina”.
Me cuenta que en Ecuador permaneció nueve meses para reunir el dinero necesario de su épico recorrido por los otrora “países hermanos”, donde ahora abundan quienes se aprovechan de la desesperación ajena, sin muchos escrúpulos. “Hay algunas regiones peores que otras”, puntualiza.
Sin embargo, no se queja. Asegura que “debió haber escapado antes de aquel infierno”, pero cada cual escoge y aprovecha su momento. También mira hacia atrás, sopesa sus logros en tan poco tiempo y le llama la atención que algunos compatriotas tomen el camino equivocado en Norteamérica, donde comienzan a delinquir como si continuaran viviendo en el realengo sin leyes ni ética de donde provienen.
Entre las responsabilidades dejadas en Cuba hay tres hijos de matrimonios que no funcionaron. “Nunca les ha faltado ropa, calzado y comida”, me subraya.
Los taimados personajes que hacen funcionar a la dictadura sacan provecho de tales circunstancias. No solo se apropian de las remesas en precarias tiendas montadas al efecto, sino que aprietan, sin un ápice de vergüenza, las tuercas represivas.
La dictadura cubana nunca ha dejado de ser una prostituida. Este nuevo éxodo, que ha sobrepasado las cifras del Mariel pero sin su impronta legendaria ―donde fue masivamente reconocido el fracaso de una ideología―, es el aire que necesitan los gruesos burócratas encorsetados en sus guayaberas para seguir en el poder viviendo de recursos y esfuerzos ajenos.
Hoy es domingo y mis laboriosos compatriotas deben terminar una instalación comenzada la víspera. Me doy cuenta de que alguien llama al que lleva más tiempo en Estados Unidos. Parece ser vía WhatsApp, porque mira el teléfono y luego le muestra al interlocutor, que resulta ser su hijo adolescente desde Cuba, cómo trabaja incluso el domingo. Entonces el niño cambia la conversación para el tema del Mundial de Fútbol, como si no quisiera saber más de sacrificios.
El castrismo vive una realidad artificial en sus medios sociales y de prensa, ajena a la inoperante existencia que carcome a la sociedad. Cada vez que algún razonamiento contrario a su dogma anquilosado le sale al paso, responde con agresividad y revanchismo, pero nunca propone una solución.
Mientras pueda prescindir de quienes no toleran más abuso y desasosiego, pero luego no tienen otro remedio que contribuir al funcionamiento de la propia tiranía sosteniendo a la familia dejada en la Isla, se mantendrá incólume en el poder.
Escapar y salvar a los parientes bien pudiera ser la resolución cubana de fin de año.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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