MIAMI, Estados Unidos. – En los decenios “grises” que van de los años 60 a los 80, grupos de ansiosos cinéfilos estuvimos muy atentos en Cuba a las películas de “los hermanos países socialistas”, que ilustraban, aunque fuera de manera críptica, el tormento de sobrevivir dictaduras totalitarias.
El castrismo resultó tan eficaz en ese departamento que los directores de cine cubano se vieron imposibilitados de profundizar en las causas y consecuencias de un sistema político contra natura.
Algunos pocos se atrevieron a culpar a la burocracia u otras entidades oficiales de la disfuncionalidad del régimen y terminaron en el ostracismo, cuando no lograron exiliarse.
En un homenaje a Tomás Gutiérrez Alea celebrado recientemente a propósito del 65 aniversario del ICAIC, su viuda, la actriz Mirtha Ibarra, no cesaba de aclarar que el cine de Titón era una suerte de crítica constructiva sobre la Revolución, “perfectible”, como gustaba decir el dictador Fidel Castro cada vez que su experimento tocaba fondo.
El cine anticomunista de Europa Oriental no era condescendiente ni esperanzador en ese sentido. Cuando Checoslovaquia propuso un “socialismo con rostro humano”, la idea fue acallada por los tanques soviéticos.
El concepto libertad no figura en la filmografía cubana durante los años del afianzamiento castrista. A no ser el de las gestas históricas independentistas, de las cuales el régimen se considera heredero.
La alborada de 1959 trajo la emancipación definitiva, indiscutible; y pobre de aquel artista que se atreviera a poner en solfa algún aspecto de tal acontecimiento.
En el mismo evento ya mencionado sobre el tributo a Gutiérrez Alea figuraron, además de Ibarra, el actor Jorge Perugorría, la funcionaria Lola Calviño y el director de fotografía Ernesto Granado.
Los concurrentes fueron pocos y de edad provecta, con algunas excepciones de jóvenes intranquilos, encontrados en calles aledañas, según aclaró la propia Calviño.
Mucho de lo discernido en aquel supuesto homenaje enrarecido y rancio recalca la diferencia entre el cine contestatario de la otrora Europa comunista, empeñado en dar a conocer la verdad de vivir avasallados ―asumiendo los riesgos―, y la tramitación ideológica sufrida por los cineastas cubanos, quienes, tal vez agobiados, en no pocas ocasiones terminaron por hacer loas fílmicas a sus victimarios.
En el cónclave se afirmó que el cine cubano no existía “antes” y que la creación del ICAIC coincidió con la de los órganos de Seguridad del Estado.
Como la Policía política en sus comienzos no contaba con la tecnología apropiada ―ahora tiene una sección fílmica―, se valía de camarógrafos y sonidistas del Noticiero ICAIC para “operaciones encubiertas” e “interrogatorios”, explicó uno de los asistentes.
La cercanía de la clase artística con el dictador Fidel Castro resulta obvia. Armonizaron en encuentros privados, donde debían escuchar sus peroratas interminables.
Cuando la película Guantanamera cayó en desgracia, debido a comentarios del propio Castro, Ibarra reveló que el dictador mandó como mensajero a Roberto Fernández Retamar para disculparse por no saber que era una película de Gutiérrez Alea. “Fidel ofrecía disculpas si se equivocaba”, aseguró la actriz, que se precia de tener numerosas anécdotas con el difunto gobernante.
Alfredo Guevara, por otra parte, censuró la filmografía de Titón con rencor.
Desde 1959, miembros de la nomenclatura del régimen eran facultados para autorizar la presentación de una película.
Al presidente Osvaldo Dorticós le gustó Memorias del subdesarrollo y Guevara no pudo seguir aguantando su proyección pública, reveló Ibarra.
La última cena estuvo dos años engavetada por “elitista”; Hasta cierto punto sufrió una campaña de descrédito por el enfrentamiento entre intelectuales y obreros que esboza su argumento; y Gutiérrez Alea se alejó de la dirigencia del ICAIC cuando no fue consultado para censurar PM, documental que según Ibarra “no tiene dimensión artística”.
Al resumir el acto, Perugorría afirmó que el ICAIC era una institución de “tolerancia y respeto a la diferencia”. Directores tan importantes como Humberto Solás y Tomás Gutiérrez Alea sufrieron la censura y siguieron haciendo cine, apuntó.
Ibarra aseguró que su esposo fue un “revolucionario honesto”, quien sufrió callado para no hacerle daño a la Revolución.
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